Del Pedro quédate al Pedro explícate
Es cierto: se mire por donde se mire, carece de la más mínima lógica esta pausa de cinco días que sólo ha generado desconcierto, incredulidad e indignación. ¿Ha sido todo tan desacertado? Sí, pero no
Los momentos claves de la comparecencia de Sánchez
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante su comparecencia institucional en La Moncloa. / Cadena SER
En estos cinco días en los que España ha estado aguantando la respiración y en los que el cerrojazo informativo ha contribuido a incrementar el desasosiego entre la ciudadanía, la frase más repetida ha sido la de “nadie sabe nada”. Del mismo modo, la frase más repetida una vez que Pedro Sánchez ha comunicado su decisión de seguir en la presidencia del Gobierno ha sido que “no tiene ningún sentido lo que ha hecho”. Es cierto: se mire por donde se mire, carece de la más mínima lógica esta pausa de cinco días que sólo ha generado desconcierto, incredulidad e indignación. ¿Ha sido todo tan desacertado? Sí, pero no.
Porque nada tiene sentido desde noviembre. Que el dedo no nos impida ver la luna. Estos cinco días de desazón son el punto de llegada de una estrategia política que carece no sólo de sentido, sino de un mínimo sentido de responsabilidad. El PP no concedió los tradicionales cien días de cortesía, ni siquiera cien segundos. Se obsesionó en hacer oposición a Sánchez cuando era el propio Feijóo el que se sometía a una investidura. Desde el 17 de noviembre de 2023, día en el que Sánchez asumió la presidencia del Gobierno, tanto el PP y VOX como sus medios afines han tildado al líder del Ejecutivo de “golpista”, “impúdico”, de tener “un tic patológico”, de ser un “déspota”, “caudillista”, “ególatra”, de intentar un “golpe de estado por la puerta de atrás” o de ser, simplemente, un “hijo de puta”. Todo al mismo tiempo que pregonaban sin descanso el infame “que te vote Txapote”
Siendo toda esta catarata de insultos de una profunda irresponsabilidad, lo más inquietante es cómo el paso de las palabras a los hechos se ha ejecutado con tanta eficacia como deslealtad al mínimo sentido democrático. La falta de escrúpulos para incumplir el mandato constitucional de renovar el Consejo General del Poder Judicial aduciendo excusas pueriles sólo tiene una lectura: tratar a todos los españoles, voten al partido que voten, como unos chiquillos estúpidos a los que se les toma el pelo. Aducir que Feijóo debería ser presidente del Gobierno porque su partido fue el que obtuvo más votos el 23-J es torcer la realidad constitucional, es mentir y es tratar a los ciudadanos como bobos ignorantes. Repetir con desesperante insistencia que este gobierno es ilegítimo es no respetar la democracia, es ignorar el voto de millones de españoles y tratar una vez más a la ciudadanía como unos desinformados que degluten sin rechistar cualquier mentira.
Ni tiene sentido la pausa de cinco días autoconcedida por Pedro Sánchez ni tiene sentido la política de tierra quemada practicada desde determinados ámbitos políticos y mediáticos de la derecha. La democracia y su respeto debe de estar por encima de cualquier otra consideración. La situación no es grave porque un presidente dedique cinco días a reflexionar. Lo es porque se están cruzando con desparpajo todas las líneas rojas, se está desmantelando la estructura democrática de este país, se está yendo con todo y contra todos sin reparar en las consecuencias. La democracia es frágil: que nadie dé por sentado que es perenne y que todo lo aguanta. Es responsabilidad de todos preservarla.
Desde ya, el Gobierno tiene la oportunidad de colocar la pelota en el campo del PP moderando sus respuestas, evitando la política del tuit rápido y tabernario, enfocándose más en construir que en defenderse y dejar de criticar el ruido emitiendo más ruido. El guantazo de vuelta tiene una vida de cinco segundos. El contraataque no ha servido para apaciguar al contrario y los votantes confiaron su voto a un Gobierno progresista para que aplicase políticas progresistas, no para ser más o menos ingeniosos en el insulto de vuelta a Feijóo.
La decisión de Pedro Sánchez debe constituir un parteaguas en una legislatura de la que apenas han transcurrido seis meses. Nada puede volver a ser igual y, por supuesto, no vale en este caso la tan manida máxima lampedusiana de "que todo cambie para que todo siga igual". Algo tiene que cambiar. Porque estos cinco días han propiciado un ejercicio colectivo de reflexión, pero también han expuesto las costuras del PSOE.
En cualquier caso, Sánchez no podía dejar la presidencia cuando, precisamente, alertaba en su carta a la ciudadanía de la existencia de una crispación y una fragilidad democrática nunca vista en la historia reciente de España. Dar un paso atrás habría sido de una irresponsabilidad imperdonable. Y que nadie se engañe: tomase la decisión que tomase, se habría topado de bruces con la incomprensión y el insulto por parte de la oposición. Nada tenía que perder por ese lado: la gente que le detesta le hubiera detestado igual hiciera lo que hiciera.
La prioridad también pasa ahora por armar una buena explicación para convencer a la militancia, a sus votantes y a cualquier ciudadano ajeno al partidismo irreflexivo, de que que el paso dado (de forma simplista un ‘aquí no ha pasado nada, circulen’) tiene sentido, que ha sido profundamente meditado y que tiene la vocación de darle la vuelta a una atmósfera política y social irrespirable. El 29 de octubre de 2016, nada más entregar su acta de diputado en el Congreso y tras dimitir como secretario general del PSOE, Sánchez anunció que cogía su Peugeot 407 “para recorrer de nuevo todos los rincones de España y escuchar a quienes no han sido escuchados”. Hoy debe embarcarse en un viaje similar para dar explicaciones a esos españoles que, sencillamente, no entienden nada. Trasladar que él también es humano, que es una persona que después de seis años de inusual brutalidad, necesitaba parar y pensar. Y que, por mucho presidente que se sea, hay decisiones que no responden a la lógica y a la razón, sino al corazón y el espíritu. Lo mismo que nos pasa a todos.
Juzguemos a este Gobierno, a todos los gobiernos, por lo que hacen, no por las mentiras que algunos emiten con desesperante insistencia. Respetemos las legitimidades y el voto de la mayoría. Somos ciudadanos, no hooligans: dejemos de rebozarnos en el barro. Esto no va de Sánchez, de Feijóo o de Puigdemont. Esto va de Democracia, con mayúsculas, del más perfecto de los imperfectos sistemas de gobierno. Mirémonos al espejo de forma sincera para discernir qué podemos hacer cada uno de nosotros para acabar con este hedor y este espesor. Luchemos desde la serenidad en la causa común de poner pie en pared ante todos los que aspiran a hacer explotar el edificio en el que llevamos conviviendo más de cuatro décadas.
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Guillermo Rodríguez
Guillermo Rodríguez es director de los Servicios...