Isabel, Isabelí

A Isabel Díaz Ayuso no le gusta que le hagan sombra. Por eso lleva unos días tan enfadada con Pedro Sánchez, que sería capaz de dimitir por amor solo para que se hablara de él. ¡Ay, Pedro! Además de presidente del gobierno, ¿quieres ser nuestro Romeo Capuleto, nuestra Juana la Loca, nuestro amante de Teruel?

¡Para enamorada, ella, que, solo rompiendo con su novio, se habría librado de unos cuantos quebraderos de cabeza!

Díaz Ayuso lo quiere todo: ser la novia en la boda, el niño en el bautizo, el muerto en el entierro. ¿Por qué conformarse con menos? Díaz Ayuso es como Evita, pero sin peronismo, porque no lo necesita. Ella es su propio Perón. Las cámaras la quieren y la buscan. Si fuera rubia, sería la Marilyn Monroe de Chamberí. Pero es morena y pisa con garbo, y ya se sabe lo de los caballeros, que las prefieren rubias, pero se casan con las morenas. A los columnistas nos pasa que apreciamos a los políticos sosos y educados, pero escribimos sobre los que son gamberros y faltones. ¿Qué haríamos sin ti, Isabel, que siempre nos das temas para escribir?

Isabel, Isabelita, con esa caída de ojos tan ensayada y los nardos apoyados en la cadera, con esa belleza algo antigua, de señorita voluntaria del Auxilio Social, es la Mariquita Pérez que derrota a todas las Barbies del mundo. ¡Cuando su novio defrauda al fisco, es el fisco el que engaña a su novio! Eso es chulería, sí, señor. Chulería de una Pichi que castiga del Portillo a la Arganzuela.

Isabel, Isabelita, Isa, tan pinturera, tan vestidita de azul, con tu camisita y tu canesú, en torno a ti abundan los diminutivos, pero toda tú eres aumentativa, Isabel, Isabelí, la saqué a paseo y se me constipó, la tengo en la cama con mucho dolor.