Luchar por desconectar cuando luchan por que no desconectes
Randima Fernando, cofundador del Center for Humane Technology y parte del documental «El dilema de las redes sociales", habla sobre las métricas fallidas y los dilemas éticos que imperan en las tecnológicas
Luchar por desconectar cuando luchan por que no desconectes, con Randima Fernando
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Madrid
El dilema de las redes sociales (2020) es un documental de Netflix cuyo éxito llegó, especialmente, por lo impactante de los testimonios de extrabajadores de tecnológicas sobre el funcionamiento de estas. Randima Fernando, cofundador del Center for Humane Technology con Tristan Harris, formó parte de la producción. El experto, que ha podido entender la dinámica de estas compañías desde dentro durante sus años en NVIDIA, enfatiza la importancia de trabajos como el que realizan en su organización para la concienciación sobre los impactos de las nuevas tecnologías: «Uno de los retos que tenemos es hacer que los daños invisibles se vuelvan visibles y viscerales, para que podamos sentir lo que realmente está pasando».
Para Randima Fernando, el camino hacia una tecnología más humana, más ética, requiere que las compañías padezcan pérdidas equivalentes a los daños que generan. Al menos, que perciban algún tipo de impacto negativo. «La realidad es que, si calculas el precio de todas las consecuencias negativas de las redes sociales en millones de usuarios y lo reflejas en las cuentas de la compañía, este modelo basado en la interacción que siguen las plataformas de redes sociales no da muchos beneficios», reivindica Fernando. Sin embargo, sus modelos de negocio se alejan de métricas que puedan reflejar estas externalidades y siguen disfrutando de una imagen de éxito que, según explica Randima, contrasta con las pérdidas que sufrirían si sus dinámicas fuesen más respetuosas con los usuarios.
Entre los parámetros que usan estas compañías, está el del valor del tiempo de vida de consumidor, un índice que informa sobre cuánto dinero, cuántos beneficios, les aporta un usuario durante su vida. Meta, cuenta Fernando, establece en doscientos setenta dólares este valor en un adolescente de trece años. Sin embargo, el coste de afrontar los daños que padecen miles de jóvenes en redes sociales, cada semana, excede fácilmente esa cantidad por individuo. «El problema surge cuando reducimos a las personas a estas métricas tan simples y no tenemos en cuenta el resto de aspectos de su vida a los que afecta el hecho de convivir con estos problemas», cuenta Fernando.
Estos problemas y la necesidad de su conocimiento contrastan con las posturas de Jon Abaitua, Adriana González, Rubén Iglesias y Daniel de Vicente, cuatro jóvenes que han decidido cambiar sus hábitos digitales. En sus casos, han abandonado sus teléfonos inteligentes y las redes sociales durante largos periodos de tiempo. «No invertía tiempo conmigo misma, haciendo cosas que me gustan sin tener el teléfono al lado», cuenta Adriana sobre su vida antes de esta desconexión. «Yo estaba notando que estaba más irascible, que cada vez me concentraba menos, que no leía tanto...», comparte Jon. Sus entornos recibieron el cambio con risa, comicidad y disposición a amoldar sus vías de comunicación. En los cuatro casos, si bien no mantienen ya el «ayuno», lo repetirían.
Debemos hablar de innovación solamente cuando las ideas y productos ayuden a la sociedad. Si la perjudicamos, no estamos innovando"
Randima Fernando no criminaliza las nuevas tecnologías; reconoce lo positivo de mucho de lo que aportan, como los nuevos métodos de comunicación o entretenimiento. El problema llega, sin embargo, cuando las cantidades en las que generan todo esto son excesivas. Eso, sumado a mecanismos como las notificaciones, generan en el cerebro estados de los que Randima recomienda huir: «Las vibraciones, los zumbidos, los círculos rojos... todas estas cosas recrean lo que en la naturaleza entendemos como señales de peligro». La expectación por las reacciones de la gente a lo que compartimos son otro ejemplo que, para Fernando, fomenta y facilita esa relación de dependencia con las redes sociales y esa adicción de la que algunos jóvenes se quieren alejar.
Fernando explica cómo innovación y ética no se pueden presentar como antónimos: «Parece que la innovación siempre es buena y rápida y la cuestión ética siempre es lenta. Pero yo diría que debemos hablar de innovación solamente cuando las ideas y productos ayuden a la sociedad. Si la perjudicamos, no estamos innovando». Pese a esto, se muestra optimista y dice haber percibido una mayor concienciación en los últimos años; sin embargo, alerta de que es necesario más: la exigencia de rendición de cuentas, una mejor comprensión de los problemas y la presencia de estos temas en la conversación política son algunos de los caminos que recomienda. No todo está perdido para el usuario, pero queda mucho por hacer: «Todo el mundo tiene poder en el sistema, pero tenemos que saber cómo hacer uso de ese poder», afirma Randima Fernando.
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