Vamos perdiendo
El arte contemporáneo es un territorio idóneo para el humor, la ironía o el más ácido sarcasmo, como hace precisamente Bellas Artes, la serie que protagoniza con su imponente voz el actor Óscar Martínez
El arte contemporáneo es un territorio idóneo para el humor, la ironía o el más ácido sarcasmo, como hace precisamente Bellas Artes, la serie que protagoniza con su imponente voz el actor Óscar Martínez. Su personaje es un hombre mayor, blanco y heterosexual, como él mismo se presenta como para descolocar al jurado que, contra todo pronóstico, le elige para dirigir un museo. Una tarea en la que va a poner en solfa todos los tópicos de lo que algunos llamarían la cultureta progre: desde el ego de los artistas hasta la banalidad de muchas obras amparadas en la excusa de la provocación, pasando por la petulancia del lenguaje o la pulsión para acallar toda transgresión de los tabúes progresistas.
Siempre admiramos de forma especial a esos actores que son capaces de interpretar de forma verosímil las conductas y actitudes que están en las antípodas de su propia forma de ser. Pero con el protagonista de Bellas Artes nos llevamos una pequeña sorpresa, ya que, según le contó a Javier del Pino en su programa del fin de semana, su personaje refleja con precisión su propio pensamiento, que no es otro que el de creer que hay una vastísima cantidad de gente que está harta del adoctrinamiento permanente y de lo políticamente correcto, según sus propias palabras. Sus opiniones no le restan mérito a su interpretación, aunque dejan la duda sobre si la serie es entonces una sátira o una denuncia.
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Podemos -y debemos- reírnos de casi todo, especialmente de aquello que nos resulta más cercano e importante, ya que solo así evitaremos el riesgo de estar comprándonos nuestra propia mercancía y de emborracharnos de solemnidad, algo de lo que sin duda ha pecado mucho el pensamiento progresista. Pero últimamente, cuando se apagan las carcajadas, empezamos además a preguntarnos con aprensión si es que las políticas de género y de no discriminación han llegado a su techo. Si la conciencia de la crisis medioambiental es solo una pose. Si las vanguardias artísticas deberían renunciar a su búsqueda de lo que el resto no vemos ni sentimos y dedicarse a hacer retratos como la monja pintora que todo el mundo entienda. Si será verdad que son más los que en el fondo piensan así.
Somos muchos los que creemos que el mundo está muy lejos de haber avanzado lo suficiente en la protección efectiva de los derechos y la dignidad de todas las personas independientemente de su condición, raza y orientación sexual. Que la emergencia climática es ya el desafío existencial para varias generaciones. Y que la cultura y el arte son el oxígeno intelectual que necesitamos más que nunca para entender el mundo dislocado de hoy.
Sin embargo, también es posible admitir -por mucho que duela- que las guerras culturales iniciadas por la extrema derecha están ganando terreno y que hoy son ya muchas, demasiadas, las personas que sienten que ahora pueden decir en voz alta lo que siempre habían pensado y no se atrevían a decir: que ya está bien de tantos miramientos feministas, de tanto extranjero con o sin papeles, de tanta niña ecologista, de tanta tontería con los animales, de tanto seguidismo de los chiringuitos de la ONU. De tanta Europa, en definitiva.
La ola reaccionaria es ya muy alta. Alcanza gobiernos e instituciones y todo tipo de foros. Quizás pronto la veamos gobernando la Unión Europea. Mejor será reconocerlo y empezar a pensar cómo defender de forma más eficaz los valores que las democracias avanzadas desarrollaron desde mediados del siglo XX. Si el protagonista de “Bellas Artes” tiene razón y son tantos los que se ríen no por verse retratados en la parodia sino porque estaban hartos de disimular y parecer que creían en la igualdad, la cultura y la razón científica, entonces es que tenemos un serio problema que ya no admite muchas risas.
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José Carlos Arnal Losilla
Periodista y escritor. Autor de “Ciudad abierta,...