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'Diamant Brut' o cómo los realities se convirtieron en la gran esperanza de las mujeres de clase obrera

La francesa Agathe Riedinger debuta con su ópera prima en la sección oficial de Cannes mostrando las nuevas maneras de convertirse en famoso: de las influencers a las estrellas de los programas de televisión

Fotograma de Diamant Brut / CEDIDA

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Cannes

Cannes lleva unos años preocupándose por dar cabida a las nuevas voces del cine francés, sobre todo, mujeres directoras que abren la mirada de ese cine galo pequeño burgués que suele dominar la competición. Es también un intento de ganar titulares para un certamen que sigue siendo excesivamente masculino, donde las mujeres en competición no superan el dos por ciento. Este año, una de esas nuevas miradas es la de Agathe Riedinger que debuta con su ópera prima, Dimant Brut en la competición oficial por la Palma de Oro, un premio que el año pasado logró la directora francesa Justine Triet y hace tres ediciones Julia Ducournau.

Lo que propone esta nueva realizadora es sumergirnos en las nuevas formas de ser famoso hoy en día, a través del sueño y obsesión de una chica de clase obrera por entrar en un reality show y conseguir monetizar sus vídeos de Instagram. Liane tiene 19 años y quiere convertirse en la Kim Kardashian francesa, sobre todo después de haber pasado la primera prueba de un famoso programa, Miracle Islande que la llevará a convivir con otros participantes en Miami. El viacrucis para conseguirlo sirve a la directora para ahondar en temas como la hipersexualización de las mujeres en la sociedad, para ahondar en la necesidad de validación que ofrecen las redes sociales y para contar la desesperanza de las mujeres de clase trabajadora para salir adelante.

La directora ya comenzó a explorar el mundo de los realities en 2017 con su cortometraje J'attends Jupiter, que ya presentaba a este personaje femenino. Ahora ahonda en ese retrato femenino siguiendo de cerca a una estupenda actriz protagonista Malou Khebizi, de los grandes aciertos del filme. Es interesante el retrato minucioso de trabajo de capital humano, de todo el trabajo que lleva poner el cuerpo femenino a punto para ser visto, ya sea en una discoteca, en las redes sociales o en la televisión. Depilación, operaciones de estética, uñas larguísimas y afiladas, cejas y labios totalmente delineados. También la forma en que esas mujeres son tratadas y vistas. Decía Erving Goffman, sociólogo, que existen marcadores sociales que desacreditan a una persona al proyectar sobre ella la sombra de la sospecha. Son marcadores de raza, género y clase, y contra ellas se construye la noción de normalidad. Esto que define Goffman está en las miradas hacía esta mujer, que ha hecho de su cuerpo un campo de batalla para lograr recursos económicos. Eso es lo más profundo de una película que resulta demasiado obvia, demasiado vista y demasiado paternalista en algunas ocasiones.

Es una pena que lo que empieza siendo un retrato interesante de por qué una joven querría entrar en un reality y qué diferencias hay entre vender su intimidad y vender su sexualidad, acabe barruntando en un final algo atolondrad y en unos tics que recuerdan a películas ya vistas. Hay algo de Fish Tank de Andrea Arnold e el retrato de la pobreza y las relaciones madre e hija en los márgenes. Hay algo que recuerda al Bigas Luna de Yo soy la Juani, en ese intento por todos los medios de la protagonista de lograr su sueño, pero quizá su referente más cercano es How to have sex, que estuvo precisamente hace un año aquí en el Festival de Cannes, ya que el filme también aborda temas relacionados con el consentimiento y sobre el cuerpo de las mujeres.

La directora se atreve a mirar a estas mujeres a la cara y a mostrar diferentes formas de salir adelante: prostitución, trabajos precarios, sexualización de una misma, y conseguir ser famoso. "Ahora ser famoso es no hacer nada", dice la madre de la protagonista en una de las escenas. Es exactamente eso lo que llevan haciendo los programas de telerrealidad hacer de ser visto un trabajo. El selfie añade un paso más y espectaculariza el día a día, la intimidad de cada usuario. Eso lleva a dar cada vez más a los seguidores. Cada día hay que dar algo nuevo para ganar más seguidores, entrando en una espiral que lleva a la protagonista a modificar su cuerpo todo el rato, pues el camino más fácil de lograr seguidores es dando lo que ellas quieren oír.

La escritora británica Sheena Patel en su libro Soy fan escribía que las redes sociales y la persecución de la fama a toda costa son la más pura expresión de una política individualista, thatcherista y neocolonial, porque nos transformamos en marcas individuales, lanzándonos a ser empresas. Y eso es lo que acaba aprendiendo en este viaje la joven protagonista, que su fama en Instagram le aleja de sus amigas, con las que compite o a las que abandona, y que en el fondo, será difícil salir de ese lugar de clase obrera marginal donde la directora ubica el ambiente de sus personajes.

La otra película de competición también se centró la violencia contra las mujeres de clase trabajadora. Es curioso que el director holandés, cuya primera película Sweat, habla precisamente de la fama instantánea, del poder de las redes sociales, del deporte y del culto al cuerpo a través de una joven, vuelva ahora a indagar en el dolor y la violencia que han sufrido las mujeres en torno a rol reproductivo a lo largo de la historia. Magnus von Horne presentó The Girl with the Needle, un drama histórico en blanco y negro donde recrea los horrores que sufre una mujer de una fábrica de telas en plena Segunda Guerra Mundial. Su marido es uno de los soldados desaparecidos y ella se ha enamorado del jefe de la fábrica, del que está embarazada y con el que planea casarse y ascender de clase. Sin embargo, acaba abandonada y sin trabajo y con un hijo.

A todo esto, regresa su marido con la cara desfigurada y conoce a una carismática mujer que dirige una agencia de adopción clandestina y ayuda a las madres a encontrar hogares de acogida para sus hijos no deseados. Empieza así una espiral de torturas y sufrimiento de la protagonistas, pero también de todas aquellas mujeres sin posibles que se vieron obligadas a abortar en horribles condiciones o dar a sus hijos en adopción.

Abortos clandestinos, ventas de bebés... son las posibilidades de mujeres sin recursos para salir adelante. El director juega con códigos del cine de terror y del cine clásico, con ciertos planteamientos dickesianos para contarnos la forma en que una mujer sobrevive en medio de la crueldad de un mundo clasista, machista y lleno de pobreza. Demasiado excesiva, aunque sobresalen las interpretaciones de ambas protagonistas, Victoria Carmen Sonne y Trine Dyrhom. Quizá el uso del blanco y negro acabe estetizando la crueldad y la violencia, así como la música y la fotografía que deja totalmente sin sentido el final que quiere mostrar, que todo en la vida es horror y peligro, que hay que bajar al pozo para salir.

Pepa Blanes

Es jefa de Cultura de la Cadena SER. Licenciada...