Cannes 2024 | Yorgos Lanthimos examina la obsesión y el control en la retorcida e irregular 'Kinds of Kindness'
El griego Yorgos Lanthimos y Emma Stone vuelven a colaborar tras 'Pobres criaturas' en una película cruel y perversa que habla de la libertad y la dependencia de los seres humanos
Cannes
Los dioses griegos castigaban a aquellos humanos que no obedecían sus designios o caprichos. Zeus, el padre de todos los dioses, podía convertir en hoja de laurel a quien no le obedeciera, Atenea convertir a una tejedora en araña por coser mejor que ella. Dioses crueles capaces de ordenar a los humanos peticiones tan crueles como que maten a sus propios hijos, aunque eso no solo estaba en la mitología clásica, también en la Biblia con el sacrificio de Abraham. Puede que la crueldad de los dioses del Olimpo la haya heredado el director griego Yorgos Lanthimos, que juega retar a dioses y hombres en su nueva película, Kind of Kidnsess, título que podría traducirse como tipos de bondad, con la que vuelve al Festival de Cannes, rodeado de estrellas y después de haberse convertido en el nuevo tipo raro de Hollywood.
El director, experto en mostrar sadismo y crueldad siempre sus dosis de un humor negro característico, debutó en el festival con Canino, con la que ganó Una cierta mirada. Volvió años después con Langosta, su primera incursión en Hollywood, y ganó mejor guion con El sacrificio del ciervo sagrado, uno de sus trabajos más redondos donde el eco de la tragedia griega empezaba a sonar con más descaro. Después, sus películas fueron a Venecia, quizá para iniciar con más fuerza el camino a los Oscar donde estuvo nominado con una historia de época, La favorita, y este mismo año con Pobres criaturas, una especie de Frankenstein feminista. El director regresa ahora con una propuesta que vuelve al universo de sus inicios, quizá porque vuelve a colaborar con el guionista griego Efthimis Filippou, aunque de nuevo rodada en inglés y con estrellas americanas. Ambos creadores dicen que han estado escribiendo y dando vueltas a este proyecto desde hace años, observando a la gente, su comportamiento y su forma de vestir, algo que está cuidadosamente elegido en el filme.
Repite por tercera vez Emma Stone, junto a Margarete Qually, Jesse Plemosn, Willem Dafoe, Hong Chau. Son los protagonistas de este tríptico sobre el libre albedrío y la obsesión por el cuerpo y por mantenerlo a salvo. La película se compone de tres historias, con personajes y tramas diferentes, pero con la misma estética colorista y luminosa donde ocurren las mayores perversidades y donde los mismos actores interpretan distintos papeles en cada una de las partes. La estructura de la antología permite al espectador ir sumando temas de una historia a otra, unidas por un mismo hilo conductor: la reflexión de hasta qué punto somos libres de cometer cualquier acción, incluso la ropa que nos ponemos.
En realidad, Kind of Kindness puede leerse como un compendio de todas las dudas existenciales que el director griego ha tratado en sus películas, con algunos tics de la tragedia griega, ahí la música operística que emerge en algunos momentos, el miedo a los dioses -aquí disfrazados de padres, hombres poderoso o líderes espirituales y religiosos, o los grandes dilemas y dramas a los que se enfrentan los personajes. Tragedia griega sí, mezclada con el thriller psicológico y siempre con ese tono cínico que ha ido cultivando Lanthimos a lo largo de su carrera. El primer fragmento es una indagación de hasta donde los humanos somos capaces de aguantar la manipulación de los poderosos, sea un dios todopoderoso o un jefe aparentemente misericordia como Willem Dafoe. ¿Qué sacrificaríamos por mantener nuestro status quo, nuestra casa, nuestra pareja, nuestro trabajo, la admiración de los demás? ¿Seríamos capaces de sacrificar a otro ser humano por el bien nuestro? Dudas que no resolvería ni el Oráculo de Delfos, pero que permiten que las espectadoras piensen en qué hacen por miedo, pensando que es una acción libre y deseada.
La segunda historia nos plantea la posibilidad de tener un doble, de que alguien se haga pasar por nosotros y nadie pueda darse cuenta de ello. Es lo que le ocurre al personaje de Jesse Plemons, un policía que se obsesiona con que su mujer, que ha sobrevivido varios días perdida en una isla desierta, no es en realidad su mujer. Come raro, le han crecido los pies y eso le hace sospechar. Un cruel relato que permite al director hablar de la confianza en la pareja, de la obsesión por preservar el amor a toda costa sacrificando cualquier cosa, hasta la voluntad individual. Un tema que, por cierto, ya aparecía en Langosta. Se habla también de crueldad dentro de la familia, como hizo en El sacrificio del ciervo sagrado.
Por último, el cierre del filme se centra, sobre todo, en la obsesión con el cuerpo. Si en Alps el director ahondaba en el duelo y en cómo la creación de dobles podría ayudar a superar el dolor de los supervivientes, aquí, tenemos a un grupo de individuos, que parecen miembros de una secta, que trata de buscar a una joven pura, la elegida, capaz de resucitar a los muertos. Como Jesús, pero en mujer y sin tomar vino. Mientras, deben evitar beber agua o tener contactos con otros seres humanos por riesgo a contaminarse. Un reflejo de cómo funcionan las relaciones de poder y donde la violencia contra las mujeres aparece de sopetón.
Relatos que alargan en exceso el metraje de una película que cuenta con el tono provocador y desafiante propio del realizador, capaz de combinar ideas surrealistas con una crítica al mundo perverso y horrendo en que vivimos, alejándose de cualquier idea russoniana, y acercándose, muy en la línea del cine de Haneke, a ese lema de Hobbes, del hombre es un lobo para el hombre. Lo cierto es que pesar de haber vuelto a la complejidad de sus inicios, le falta la enjundia de sus primeras películas y le sobra algo ocurrencias de director molón, como las bromas en los créditos finales de cada una de las historias. Esa catársis casi purificadora que conseguía el argentino Damián Szifron en Relatos salvajes, película compuesta por cuentos donde se veía la malicia de cada una de nosotras, no se consigue en Kind of Kidneess.
Después del pomposo diseño de producción de Pobres criaturas, de la cantidad de decorados, vestuario y maquillaje de ese filme, el director vuelve a algo más simple, a rodar con personajes que se mueven por escenarios contemporáneos, con la luz natural que baña esas casas de los suburbios americanos, con jardín, garaje y piscina, con personajes que van en coches a todos lados. Personas que tratan de ser buenas y gentiles con los demás, pero a quienes la propia naturaleza humana no deja desarrollar la bondad en todo su esplendor y salen las cositas turbias.
El poder y la corrupción en la Rumanía rural
Sobre la turbiedad del ser humano y de cómo operan las relaciones de poder habla también otra de las películas de competición de este viernes. Emmanuel Parvu, actor rumano al que hemos visto en el cine de su compatriota Cristian Mungiu, presenta su segunda película como director, Three Kilometres to the End of the World, en la competición por la Palma de Oro en Cannes. Una historia ambientado en una comunidad conservadora y rural del Delta del Danubio, donde una noche un joven, hijo de una de las familias humildes de ese lugar, es víctima de una paliza, porque le han visto besándose con un turista. El director maneja con naturalidad y con precisión la historia de una comunidad homófoba y llena de corrupción, donde el cacique, el policía y el cura tienen en poder y deciden quien puede vivir en paz y quien no.
En realidad, la película indaga en el amor, el de unos padres, por muy católicos que sean, hacia su hijo, al que consideran un enfermo. La Iglesia contribuyendo a crear malos rollos en lugar de amparar a quienes han sido apelados por amar. Contaba el director que partió de una noticia real, que ocurrió hace diez años. El caso era distinto, el de una niña violada por seis tipos a quien la comunidad rural acusó de ser la culpable. Ocurre lo mismo en el caso que dibuja el filme, donde el mal ha venido de fuera, de la ciudad, con ese turista que es el culpable de haber contagiado de la homosexualidad a ese adolescente del pueblo. El campo como arcadia perfecta, rota por los de fuera, puede entenderse también como el miedo a los migrantes o al diferente.
El director refleja los trabajos diarios del mundo rural y cómo sus habitantes se mueven por él. Parco en diálogos, la cámara sigue a los personajes pero los vemos más bien de lejos, no hay demasiados primeros planos, como si el espectador solo fuera un mero visitante a esa comunidad cerrada y con sus propias normas. Parvu muestra un interesante y sencillo relato sobre cómo operamos ante las injusticias, si apoyamos al débil o si le culpamos. Si nos mantenemos al margen, para no enfadar a los poderosos. Una historia muy local y concreta que, desgraciadamente ocurre en todas partes del mundo, y que nos muestra a pequeña escala cómo funcionan las dinámicas de poder, represión y medio, igual que hacía Lanthimos por cierto.
Pepa Blanes
Es jefa de Cultura de la Cadena SER. Licenciada en Periodismo por la UCM y Máster en Análisis Sociocultural...