Los genocidios

Barcelona

Siempre es igual, la comunidad internacional solo reconoce los genocidios cuando ya son irreparables. Cuando ya no queda a nadie más a quien matar. El propósito del genocida es completar íntegramente su misión. Porque, detrás de todo genocidio, hay una misión superior, una vocación sobrehumana, a poder ser, divina. Pero la palabra es: inhumana. Hoy, en Gaza, se cuentan más de 35.000 personas asesinadas en una implacable labor de aniquilación llevada a cabo por el Gobierno de Benjamin Netanyahu, en nombre del Estado de Israel. Decir nombres siempre es fácil, demagógico, propagandístico. Pero ocultarlos es dejar a medias la verdad. Sant Adrià de Besòs, la ciudad de Barcelona donde me crié, era también entonces un lugar de 35.000 habitantes, creo que ahora son tres mil más. Un genocidio consiste en que exterminen a toda la gente que conoces. En que maten a tus padres, a tus hermanos, y a ti; que masacren entera a la familia que vive en la puerta de al lado; que desaparezcan todos los niños y abuelos de las puertas siguientes. Consiste en no dejar viva ni a la pareja, ni al que vive solo, ni a ningún miembro del piso de estudiantes de tu edificio. Y acto seguido, reventar a bombazos a los dueños del comercio donde compras la fruta, o la ropa, o te cortas el pelo. Y a continuación, bombardear hasta que no quede vivo ni un maestro, ni una maestra, ni tampoco los niños, ni las niñas, del colegio donde fuiste, y ahora van los hijos de tus vecinos, y los tuyos, si los tienes, y que también van a morir por armas de fuego, o por falta de atención médica, o de hambre, o de sed. Todo esto junto es un genocidio. Persistir despiadadamente hasta liquidar a 35.000 personas. Todo Sant Adrià, por ejemplo. Una comunidad completa de gente viva. Por eso se le llama genocidio.