Cuidados para la trepadora de los farolillos y la cimbalaria: con estos trucos lograrás que cubran una superficie
Esta semana también hemos plantado en la terraza de la radio una planta paraguas y una boina de vasco
La planta paraguas, la boina de vasco, la trepadora de los farolillos y más.
Madrid
El otro día propusimos a nuestros oyentes descubrir el nombre de una semilla de los más especial: del tamaño de una lenteja, pero redonda, de color negro y con un corazón blanco perfecto. Hubo alguna de nuestras oyentes que sí que sabían de esta planta: son semillas de Cardiospermum halicacabum. Su nombre ya nos lo dice todo: Cardio-spermum, semilla con forma de corazón.
Podemos llamarla la trepadora de los farolillos, o farolillos trepadores, porque produce unos farolillos en los que guarda dentro estas semillas negras. A mí esta planta me la descubrió hace muchos años una alumna, Sheila, que me trajo unas pocas a clase. Me encantó saber de esta especie, pero no llegué a sembrarlas en ese momento, recuerdo que era invierno y preferí esperar a la primavera. Pero se me olvidaron en un botecito, hasta que, muchos años después, otra amiga me preguntó el nombre de una planta trepadora que había visto en Japón: era la misma planta de la que tenía media docena de semillas. Le dije que si quería cultivarla, y me dijo que sí. Dicho y hecho, ella y otra amiga las cultivaron, y consiguieron que floreciera y que diera muchas semillas. Así que me dieron muchas, que son estas que traigo al estudio. Las vamos a sembrar en la terraza, y va a ser la primera vez que yo también la cultive, así que estoy muy contento.
🌿☔️ La planta paraguas | Meterse en un jardín, con Eduardo Barba
Es una planta trepadora herbácea muy vigorosa, que crece en muchas regiones tropicales del planeta, aunque es originaria de América, de países como México. En muchas de esas regiones del planeta se ha convertido en una planta no deseada, ya que ha desplazado a las plantas autóctonas. En la India es bien conocida, ya que allí la utilizan para decorar y como remedio contra el reúma, entre otras propiedades medicinales. La flor no es grande, es pequeña y delicada, con cuatro pétalos blancos. En la parte central de la florecita tiene un tono amarillo. Las hojas están compuestas de pequeñas hojitas, los foliolos, con un verde muy fresco. De allí se formarán los farolillos, que al principio son verde claro, muy bellos. Después, a medida que las semillas maduran, el farolillo adquiere un tono marronáceo muy cálido, casi anaranjado, que contrasta de manera preciosa con el verde de sus hojas y de los farolillos inmaduros. La planta produce unos zarcillos, como unos muelles, para agarrarse a su soporte. Recordamos que los zarcillos son una transformación de la hoja, y que los tiene también la parra (Vitis vinifera). Gracias a ellos, puede crecer incluso más de cinco metros de altura muy fácilmente, si tiene sol y agua.
En la terraza de la radio la hemos puesto cubriendo la segunda de las columnas de metal que sujetan una escalera. En una de las columnas ya pusimos otra planta trepadora, la akebia (Akebia quinata), y en esta quiero hacer crecer estos farolillos trepadores, a ver qué tal se nos da. La voy a conjuntar con otra planta trepadora muy especial, de la que hablaré pronto. Cuando lleguen los fríos, morirá, es una trepadora anual. Así que si queremos tenerla al año siguiente, debiéramos volver a sembrar sus semillas en la primavera.
Si no colocamos una ayuda a los postes metálicos, los zarcillos no podrán agarrarse, porque son muy grandes para estos muelles de la planta. Así que voy a trenzar una cuerda en el metal, para que se enreden en ella. Así habrá problema para que la trepadora de los farolillos haga una maraña alrededor de la viga.
La cimbalaria
Traigo una joya que tenía muchísimas ganas de introducir en la terraza: la cimbalaria (Cymbalaria muralis). Quienes siguen mi trabajo desde hace tiempo, saben que es una planta que me encanta, por muchas razones. Me gusta tanto que aparece en casi todos mis libros, de una manera u otra, y la menciono o incluso le hago ser protagonista de algún capítulo. La cimbalaria es una planta herbácea que muchas personas conocen bien, porque crece en los muros, en las terrazas, en las macetas de otras plantas que cultivamos. Es una planta de origen mediterráneo, pero que también ha colonizado medio mundo. Hay una leyenda preciosa que cuenta que las semillas de la cimbalaria llegaron ocultas a las islas británicas en unas esculturas de mármol que se llevaron desde Italia hasta Oxford. Sea verdad o no, nos habla de la magia de la cimbalaria. Observad qué hojas más bien hechas, delicadas y bellas. Tienen cinco lóbulos, y parecen unas hojitas de parra en miniatura. Sus tallos son frágiles y caídos, por lo que descuelgan grácilmente. Y sus flores, ay, sus flores, son una maravilla. Son de color violeta y blanco, con un tono amarillo que contrasta de forma muy fuerte con los colores violáceos. Son un poco como las flores de la planta que llamamos boca de dragón (Antirrhinum spp.), y no para de florecer desde la primavera hasta el invierno. Esos tonos amarillos de la flor es un anuncio para los insectos polinizadores, que indica hacia dónde han de ir para obtener el néctar del que alimentarse.
La cimbalaria produce una infinidad de semillas muy pequeñas. Y te voy a contar cómo hace la planta para producir sus frutos, porque es increíble. Cuando la planta florece, todas sus flores se orientan hacia el lado de mayor luz, algo que en botánica se conoce como fototropismo positivo, es decir, un crecimiento directamente hacia la luz. De esa forma, sus flores son bien visibles para todos los insectos que quieren beber su néctar. Pero, una vez que la flor se ha fecundado, el rabito que la sujetaba —el pedúnculo—, comienza a crecer buscando la oscuridad. Ese crecimiento, buscando la oscuridad, se denomina fototropismo negativo, crecimiento en contra de la luz. Así que tenemos este escenario: la cimbalaria crece sobre un muro, que es donde suele criarse, y sus frutos se dirigen hacia la parte del muro, hacia las grietas más oscuras y húmedas. Una vez que el fruto llega a esa parte del muro, dentro de la fisura liberará las semillas que encierra. Es decir, es la propia planta la que siembra sus semillas, lo que es fascinante. Alguna de sus semillas se quedará pegada al fruto, que, una vez seco, saldrá volando con alguna ventolera, lo que asegura que también alguna de esas semillas que quedan germinen lejos de la planta madre.
Yo la voy a cultivar en al menos uno de los macetones de las plantas trepadoras, porque son unas macetas muy altas y que están sobre un plinto, así que tendrán espacio suficiente para poder descolgar y cubrir la maceta, para que no se vea y solo aparezca la masa verde maravillosa de la cimbalaria.
La planta paraguas
Hoy tenemos tareas pendientes. Lo primero es observar lo que parecía una hojita del falso papiro, la planta paraguas (Cyperus alternifolius). Recordamos a los oyentes que, en realidad, era un tallo fértil de la planta, lo que los botánicos llaman antelas umbeliformes. En ellas es donde el falso papiro creaba las inflorescencias. Hace tres semanas cortamos uno de estos tallos fértiles, le recortamos a la mitad lo que parecen hojitas, y lo sumergimos por esas hojitas en un vaso con agua, para colocarlo a continuación al pie de una ventana. Pues bien, la semana pasada advertimos que ya tenía raíz, y aquí lo tenemos. Seguiremos pendiente de cómo evoluciona, para saber cuándo pasamos este tallo enraizado a una maceta con sustrato.
La boina de vasco
Hablemos de la boina de vasco (Farfugium japonicum ‘Argenteum’), una nueva planta de nuestro jardín. Con el “apellido” de su nombre científico ya nos cuenta de donde procede: de Japón y de países aledaños. En este caso, nuestra boina de vasco es un cultivar variegado, es decir, con hojas verdes y blanquecinas. Al tener esos tonos blancos, da mucha luz allá donde crece. Es una planta perfecta para zonas semisombreadas, por eso la he colocado al lado de nuestra fatsia o aralia (Fatsia japonica), para que haga un bonito contraste con ella. Su nombre popular hace referencia a su gran tamaño de hojas, que llegan a ser como eso, como una boina de vasco, grande y lustrosa. Tenía muchísimas ganas de tenerla aquí en la terraza, así que estoy muy contento de tenerla. Veremos la composición tan bonita que va a hacer con la fatsia y con otro helecho, el helecho bronce (Dryopteris erythrosora) con las que ahora comparte espacio. Lo que no le gusta a la boina de vasco es el sol fuerte ni la sequedad, ni en la tierra ni en el aire, por lo que ya la he trasplantado a un macetón, para que tenga un buen volumen de sustrato y, por lo tanto, mucha agua a su disposición. Es una planta que se suele ver mucho en los patios andaluces, por ejemplo, ya que es bastante habitual dividirla y propagarla de esta forma. En esos patios, es más frecuente la forma completamente verde, sin el variegado blanquecino. Ahora, con esta nueva adquisición, la zona de sombra de la terraza está más bonita y bella.
El cactus de San Pedro y la chumbera
Un amigo, Antonio Alfaro, nos ha traído dos cactus enormes para nuestra zona semidesértica de la terraza, que ya va cogiendo forma. Así que le agradecemos desde aquí también su generosidad y su tiempo para traernos los cactus y ayudarme a plantarlos. Uno de ellos es un cactus de San Pedro (Echinopsis pachanoi, ahora conocido como Trichocereus macrogonus var. pachanoi), un cactus columnar muy conocido. En su lugar de origen, principalmente en los Andes peruanos, se le conoce también como gigantón, ya que supera con facilidad los tres metros de altura. El otro cactus que nos ha traído Antonio es una chumbera (Opuntia sp.) muy especial, con pocas espinas, comestible, como bien saben los mexicanos, que utilizan sus tallos aplastados para sus platos de comida, como los tacos de nopal. Ahora, nuestra chumbera casi que parece un personaje de cómic, con sus brazos, su cabeza… Otro día hablaremos de nuestros nuevos cactus y charlamos de nuestra parte de la terraza semidesértica que estamos creando.
Eduardo Barba
Eduardo Barba Gómez es jardinero, investigador...