Opinión

No sin mi AVE (a Madrid)

La red ferroviaria de alta velocidad es la infraestructura más importante y ambiciosa construida en España en las últimas décadas

Vista del primer AVE Vigo-Madrid / Salvador Sas (EFE)

Madrid

La red ferroviaria de alta velocidad es la infraestructura más importante y ambiciosa construida en España en las últimas décadas. Sus más de 3.000 kilómetros de alta velocidad pura nos convierten en un país de referencia a nivel mundial. Lo que todavía no sabemos exactamente es por qué hemos hecho esa gran apuesta de país, que, por otra parte, ha sido indiscutible para gobiernos de cualquier signo político.

Los economistas llevan mucho tiempo analizando los efectos de la alta velocidad y parece haber cierto consenso en que las inversiones realizadas -hablamos de más de 55.000 millones de euros- no salen bien paradas si comparamos ese coste con los beneficios generados o con el número de usuarios.

Es verdad que la reciente apertura a la competencia está produciendo un incremento en el número de viajeros gracias a unas tarifas más asequibles. Aunque también esto tiene su cara B: con las nuevas compañías exprimiendo las vías de Adif, aumentan las averías y los retrasos y, lo que en cierto modo puede ser peor, han dejado de tratar de usted a los pasajeros.

Estos días la Red de Ciudades AVE celebra sus veinte años de vida. Más de treinta ciudades que gozan del privilegio de tener una estación de alta velocidad trabajan juntas para coordinar sus estrategias turísticas. En teoría, el AVE debería ser una eficaz palanca para fomentar el turismo. Sin embargo, tampoco parecen muy convencidos los expertos cuando analizan los números. Puede que simplemente los turistas que ahora van en tren son los mismos que antes iban en su coche (lo que sin duda es un gran beneficio medioambiental).

De la misma forma, no es fácil sacar conclusiones claras sobre el impacto demográfico y en el empleo de muchas de esas ciudades que recibieron con alborozo la llegada del AVE pensando que iba a ser un imán para la atracción de empresas y de nueva población. Si alguna vez lo fue, lo cierto es que hoy la alta velocidad ya no es una ventaja competitiva puesto que son muchas ciudades las que la comparten, aunque sí pueda ser una desventaja para las que todavía están a la espera.

Que nadie se quede con la duda: tener una estación del AVE cerca de casa es un lujo personal, familiar y profesional. Ha reinventado el concepto del emigrante a otra ciudad por razones de trabajo, ha creado nuevas formas híbridas de vida familiar, ha ampliado el radio de acción de profesionales y empresas, y ha democratizado el acceso a centros de conocimiento y eventos culturales y de ocio. Además, no hay alcalde o presidente de comunidad autónoma que tenga futuro alguno si no pelea a brazo partido para que llegue el AVE.

Es perfectamente compatible y comprensible ese entusiasmo ciudadano y político con la única evidencia incontestable sobre la aventura española de la alta velocidad: ha reforzado el papel central de Madrid como destino inefable de viajes, trayectorias y proyectos. Puede que solo se trate de una correlación no causal, pero no parece un accidente que el gran crecimiento económico y cultural de Madrid desde finales del siglo pasado haya coincidido en el tiempo con la construcción de una red radial de alta velocidad que organiza todo el territorio nacional como un gran panóptico para la mirada exclusiva de la M-30. Por eso para ir de Málaga a Murcia en tren hay que pasar por Madrid.

El AVE podría haber sido un proyecto más transformador y ambicioso en cuanto a los equilibrios territoriales, dar soporte a otros corredores económicos en auge o desenclavar tanto traspaís como todavía encontramos en España. Aquella fue la intención del primer AVE a la emergente Sevilla del 92. La realidad de hoy es distinta, pero en todo caso esto es lo que hemos querido y conseguido entre todos. A disfrutarlo.

José Carlos Arnal Losilla

Periodista y escritor. Autor de “Ciudad abierta,...