Taylor Swift lleva al éxtasis a miles de fans en Madrid y acaba con el patriarcado de los conciertos
Un poco feminista, un poco country, un poco sexy... Quizá Taylor Swift sea, en una América en plena crisis, lo último que le queda al mito del sueño americano. Así fue el primero de los dos esperadísimos conciertos de Taylor Swift en el Santiago Bernabéu
Madrid
Es curioso que en tiempos líquidos, donde todo se evapora en dos días, donde se puede estar en mil sitios a la vez y donde la inteligencia artificial ha hecho que cada vez importe menos lo real, miles y miles de fans de todo el país y de otras partes del mundo se empeñen en vivir experiencias reales, únicas, tangibles, hechos históricos incluso. Es así como se ha vivido este primer concierto, de los dos que ofrecerá, Taylor Swift en Madrid. La cantante, icono de la música pop, que viene del country y que ha sabido evolucionar y reconvertirse en estas últimas décadas, es un fenómeno de masas, que genera beneficios a su paso, desmayos y miles de debates y que ha brillado en un Bernabéu recién remodelado con una acústica algo peor de lo que se esperaba.
El fenómeno no puede entenderse sin sus fans, nos decían en la SER esta semanas dos profesores universitarios, expertos en semiótica y en cultura pop. Una relación que ella ha cultivado y que ha modificado también su propia música, pues sus letras están plagadas de acertijos sobre su vida privada, generando infinidad de teorías entre sus seguidoras. Hablamos en femenino, porque el suyo, aunque es un público transversal, es femenino. Chicas de todas las edades que se ven representadas por su ídolo, una mujer que no da problemas, rubia, blanca, inteligente, creativa y dulce, pero que sabe sacar las uñas cuando toca: ahí está su pugna con Tik Tok, con Spotify con Apple, con Jake Gyllenhaal -uno de sus ex-, el rapero Kanye West o hasta contra Donald Trump.
Eso es precisamente lo alucinante de esta gira, la comunión con las espectadoras que genera sinergias tiernas y emocionantes. Es lo más potente de un espectáculo que deja muy poco a la improvisación, pues es exactamente igual a ese que veíamos en el famoso y exitosos documental que la cantante estrenó en cines hace unos meses. Exactamente igual que los conciertos de París o Lisboa de estas últimas semanas, con tan solo pequeños cambios. Por ejemplo, dos canciones varían en cada ciudad y eso mantiene al público en vilo hasta ese bis. Un público que participa de principio a fin y que ha vibrado en esas dos canciones: Sparks fly y I looks in people's window.
“Encantada de conocerles”, decía en español la diva ante los gritos de las fans al inicio. Eran las ocho y cuarto cuando un reloj prevenía de que la artista iba a hace su entrada triunfal. Las luces se atenuaron y los teléfonos móviles iluminaron todo el estadio. De una concha gigante, movida por los bailarines, salió Taylor Swift, como la Venus de Boticelli. Y es entonces cuando todo se detiene para que la cantante escuche a esa multitud que lleva días esperando en tiendas de campaña en las puertas del estadio, que ha viajado de medio mundo para el concierto, con sus pulseras de la amistad bien colocadas, esas que intercambian antes de los conciertos, o en los miles de eventos que estas fans organizan. Porque su fandom es creativo y, aunque no lo griten a los cuatro vientos, antipatriarcal.
Hechas las presentaciones, la artista empieza a cantar, a bailar y a cambiar de traje durante tres horas y cuarto. Del country pasamos por todos los grandes géneros: pop, rock, folk, rap, un R&B lento... Contando la evolución por su música en 45 canciones en un concierto dividido en 10 actos, uno por cada uno de los discos que ha publicado hasta la fecha: 'Lover', 'Fearless', 'Evermore', 'Reputation', 'Speak Now', 'Red', 'Folklore', '1989', 'Midnights' y 'The Tortured Poets Department'.
La primera canción fue 'Miss americana and the heartbreak prince' y continuó con 'Cruel Summer'. Ya con un primer cambio de outfit y siempre con brillos y lentejuelas. “Vamos a pasar un buen rato”, decía mientras una casa de colores con paleta Barbie se imprimía en la pantalla gigante y mientas parejas bailaban 'Lover' y al final, la estrella bajaba por una rampilla. Por cierto, mucho de Barbie tiene este show, por el fenómeno femenino que supone y por que es difícil encontrar un concierto donde todo el público imite los modelitos de la estrella.
Llegamos al segundo acto, la casa arde en llamas, y después, un corazón con las manos para agradecer a todas su esfuerzo. Fearless daba comienzo y escuchábamos 'You belong with me' y la animadísima 'We Are Never Ever Getting Back Together' que todo el mundo coreaba. 'Red' fue el tercer acto y ahí se sinceró: “Lo que más me gusta de esta gira es que me acuerdo de todas las giras anteriores y los momentos que viví". Y este acto lo cerró con esa balada de diez minutos que dedicó a su ex, el actor Jake Gyllenhaal, 'All Too Well', uno de los villanos de las swifties junto a Kanye West. Y hubo sorpresa, un bailarín en lugar de decir “no volveré con mi novio nunca jamás (never more)”, dijo “ni de coña”, con el público totalmente fuera de sí.
Taylor Swift hizo uso de todo tipo de recursos, como vídeos, infografías de parejas bailando, darles el sombrero a un niño en primera fila, el gestito del corazón con las manos, bicicletas, palos de golf con láser, bailarines y fuegos artificiales, para entretener a los fans y darles cariño. El público, que acompañó con gritos y aplausos a la cantante en todo momento, fue especialmente efusivo con una sonora ovación de varios minutos cuando, acompañada de un piano, interpretó 'Champagne problems'. O con cualquiera de los temas de 'Reputation', como 'Ready for it?'. Los gritos de las fans eran ensordecedores, pocas veces se ve una comunión tan fuerte. Swift hace que se sientan únicos todos sus fans, y que sientan recompensado el dineral que cuesta la entrada y los esfuerzos por ir a verla y seguirla. Esa idea de la autenticidad, de ser únicos en un mundo cada vez más homogéneo y globalizado, donde lo material pesa menos, la artista ha dado con el clavo.
De todos los discos repasados son 'Folklore' y 'Evermore', catalogados como álbumes pandémicos, son quizá los que más la acercaron a un público más amplio. Con canciones que escribía, contaba sobre el escenario, para evadirse, dejando de hablar de ella, como había hecho en sus discos anteriores. 'Betty', 'August' o 'Marjori' sonaron aquí. Y después volvió la adrenalina con '1989', el álbum con uno de los pocos hits que tiene la cantante, 'Shake it off'.
Finalmente sonaron los temas de su último trabajo, 'The tortured poets departament', que salió en abril y que apenas ha tocado en unos pocos conciertos, shows que no pierden el ritmo a pesar de su duración y que intercalan temas más lentos, con momentos de diversión, con visuales llenos de llamas humeantes, de luces y de paisajes americanos. Cantó 'Who's afraid of little old me' y subía a una plataforma en movimiento y con todo teñido de blanco y negro. Taylor sabe el poder de los colores y las fans también. Pocos conciertos tienen a tanta gente perfectamente ataviada con los colores y los estilos de su cantante como este.
La artista no defrauda, tampoco a los no convencidos. Más de uno ha salido de aquí con ganas de abrazar el brilli brilli y estudiarse a fondo las letras que hablan de amistad, desamor, superación. Quizá Taylor Swift no tiene ni el tono rupturista, ni la picardía de Madonna o de Mickel Jackson, pero su éxito hay que buscarlo en lo que su música provoca en la multitud, la unidad de esas fans que intercambian pulseras, o la unión de madres e hijas o que sus estrofas sus representen a la mujer media. Ese es el público al que apela, como decía el profesor de la UCM Héctor Fouce. “Chicas blancas de clases medias, porque no ofende a nadie, no se mete con nadie". Y como Barbie es un caballo de Troya feminista, quizá demasiado blanco.
Sería, por comparar en términos políticos, de centro. "Algo que no molesta y engancha con gente muy diferente, sobre todo con chicas jóvenes que piensan que pueden ser fan de alguien sin sentir vergüenza, porque es alguien que lo hace bien, que les empodera y que no les mete en ningún barrizal". Aunque eso sí, como dice una de sus canciones, "haters gonna hate". En definitiva, un poco feminista, un poco country, un poco sexy. Quizá Taylor Swift sea, en una América en plena crisis, lo último que le queda al mito del sueño americano.
Pepa Blanes
Es jefa de Cultura de la Cadena SER. Licenciada en Periodismo por la UCM y Máster en Análisis Sociocultural...