Luis García Montero se emociona por lo que le han dicho sus oyentes y lectores en la Feria del Libro y no puede evitar acordarse de su madre

Madrid

Ha empezado la Feria del Libro de Madrid. Las librerías nos convocan en El Retiro. Con ocasión de las firmas, autoras, autores, lectoras y lectores se buscan, se reúnen, hablan, comentan las cosas de la vida. A mí, por ejemplo, me comentan a veces que son oyentes de Hoy por Hoy. Y al valorar estas intervenciones en La Mirada, me agradecen la calma, en medio de la crispación agitada una y otra vez por las discusiones políticas. Tender puentes, entenderse, me dicen Victoria, o María o Fernando.

Yo me acuerdo de mi madre. ¡Qué diría ella! Madre de 6 hijos, se quejó mucho de las travesuras del mayor, que pasó de niño revoltoso o adolescente inquieto a joven rebelde en medio de todos los enredos políticos de los años 70. Lo mismo gastaba una broma fuera de tono a una vecina que se enredaba en una militancia peligrosa. Lo que más siento es que mi madre ya no puede oír que soy una persona templada, que tengo calma a la hora de opinar sobre los desastres del mundo y las agitaciones de una derecha que ya no defiende valores, sino que se dedica a insultar y a hacer demagogia del bien o del mal, se trate de lo que se trate, contra sus adversarios.

Siento que mi madre no oiga que soy una persona templada. Es una confesión personal y humilde, pero también una manera de aludir a las cosas importantes de la vida. Porque, como nos enseña la literatura, no conviene olvidar, en medio de los bombardeos, los odios y los genocidios sostenidos, que a muchas madres les gustaría seguir viendo crecer a sus hijos y muchos hijos querrían que sus madres no formaran parte de una lista de víctimas. No conviene olvidarse de estas cosas.