Desayunando con Julio Llamazares: una infancia hoy sumergida en agua y un paquete que llegó a buen puerto
El escritor desayuna con Lourdes Lancho y repasa su trayectoria literaria: el origen de su vocación, los obstáculos superados y su oposición al "establishment" cultural
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Madrid
Los nicanores de Bañor, dulces propios de su región, y la abundancia con la que ha recibido a Lourdes Lancho se salen de la cotidianidad del hogar de Julio Llamazares. Cada mañana, sobre la mesa del escritor suelen amanecer un café, algo de zumo de naranja y tostadas de pan con aceite: un desayuno que dice más andaluz que leonés, de donde él es. Su origen requiere una explicación algo más extensa, pues el pueblo de Vegamián, donde creció, está hoy sumergido en un pantano: "Podríamos desayunar al borde del embalse", ha sugerido en clave de humor. Con reconocible recuerdo de ese pasado, publica ahora El valor del agua (editorial Cuatro Azules).
"No hay vidas mejores que otras" es la frase con la que Llamazares matiza que, si bien reconoce que provenir de un pueblo que hoy está bajo el agua le ha marcado, no lo ha hecho de manera más especial o particular que a cada quien le influye su propia biografía. Habla, de hecho, de unas cincuenta mil personas con una situación similar. Recuerda así a Juan Benet, escritor con quien comparte gentilicio, aunque sus hogares estaban en lados contrarios de la misma presa: "Tú eres escritor gracias a mí", le dijo Benet cuando conoció la labor de Llamazares, entonces sólo un joven poeta alrededor de treinta años más joven que su interlocutor. En la conversación con Lourdes Lancho, Llamazares ha reconocido su mosqueo inicial al escuchar eso, al que los años han añadido sorpresa —al ver que Benet recomendaba su trabajo— y algo de concesión —pues, en una situación como el hundimiento del escenario de su infancia, encontraba impulso su creatividad, como la de su vecino—: "La pérdida que supone de la memoria, de los sentimientos, seguramente esté en el origen de mi vocación literaria".
La relevancia de Correos en su carrera literaria
Tras años enfrascado en versos, Llamazares llegó a su primera novela de forma casi accidental, tras un ejercicio que había nacido como la recopilación de los cuentos que había crecido escuchando. "Al terminarlo no sabía qué hacer", recuerda. Lo envió entonces por correo postal a un editor de Seix Barral —sello que recientemente ha publicado la reedición de dos de sus novelas—, sin poseer una copia del original y con un fallo en la dirección del destinatario: "Si Correos hubiese perdido la copia, nunca habría existido Luna de lobos". El buen hacer del cartero responsable de entregar su paquete permitió, así, su debut narrativo.
Contra el "establishment" cultural: "Yo siempre he escrito lo que me pide el alma"
Llamazares fue pionero en la escritura de las novelas sobre los maquis. "Que alguien escribiera sobre los huidos de la posguerra era ser un aguafiestas", dice. Reconoce, aun así, que él no era consciente de ser el primero en hacerlo. Tampoco lo era cuando escribió sobre su pueblo sumergido. Sus temas no nacían con voluntad de ser originales, sino al margen de lo que denomina "el establishment cultural mediático y político". "Yo siempre he escrito lo que me pide el alma: no he pensado en términos estratégicos ni he escuchado los cantos de sirena de los medios de comunicación, del mercado editorial... de lo que dicen los que dirigen el establishment cultural que hay que hacer en cada momento", ha reivindicado.
La conversación con Lourdes Lancho ha concluido con una reflexión sobre el presente y, en particular, el futuro próximo de la Unión Europea: Llamazares dice vivir con gran preocupación "el revival del pasado, en el peor de los sentidos, que estamos viviendo en España y en Europa". "Perder su memoria y olvidar de dónde venimos" es, para el autor, el peor de los contextos para una sociedad. Es, sin embargo, el que teme cercano.