Richard Ford: "Me irrita tener que preocuparme por el futuro de la democracia de mi país"
El escritor estadounidense, autor de 'El periodista deportivo', cierra sus novelas sobre Frank Bascome con 'Se mía", una historia con la sombra de Trump y con la idea de buscar la felicidad
Richard Ford nos ha contado los sinsabores de la sociedad americana a través del prototipo del hombre normal. Ni pobre, ni rico, ni guapo, ni feo. Así era, o más bien, es Frank Bascome, un tipo que fue periodista deportivo y luego agente inmobiliario. El fracaso sobrevuela su vida, pero también la capacidad de querer vivir y salir adelante. Lo conocimos por primera vez en 1986, en El periodista deportivo. Todo un éxito que llevó al escritor a contarnos su vida en tres ocasiones más, El día de la independencia, Acción de Gracias y Francamente, Frank. Ahora quiere darle el final que se merece a Bascome, un tipo que ha acompañado y fascinado a muchos lectores, en Estados Unidos y en Europa. En Sé mía, de nuevo publicada por Anagrama, se despide de este hombre, que como el propio Ford, es feliz en la vejez.
De hecho, así empieza la novela, con su personaje reconociendo a los lectores que lleva mucho pensando en la felicidad. La felicidad es uno de los temas que recorre toda su obra, que enlaza con el pensamiento de los clásicos. Temas humanos, mundanos, siempre entrelazados con el contexto social, político y económico de su país, en estos casi treinta años ha cambiado significativamente. Heredero de Hemingway, pero sobre todo de Faulkner, por esa capacidad de retratar un país entero con unos pocos personajes, el escritor dice que es feliz, como su personaje. Bascome tiene 74 años, seis menos que el autor. Cambió de profesión ante el fracaso en el periodismo, vio morir a sus padres y superó la muerte de su hijo. Se ha divorciado, ha sobrevivido al cáncer, a un disparo, a un huracán, una depresión y ahora se enfrenta a la vejez y a los cuidados. Está al cuidado de su otro hijo, que padece ELA y que, en medio del tratamiento, se embarca con él en un viaje por Estados Unidos. No es un viaje cualquiera, van a visitar el emblemático monte Rushmore, que ostenta el rostro esculpido en las rocas de los presidentes americanos, evocando el viaje que el propio Frank hizo de niño con sus progenitores.
Empieza la novela con una frase en la que su personaje reconoce que lleva mucho pensando en la felicidad, ¿usted también ha experimentado eso últimamente?
No sólo últimamente, sino toda mi vida. Hay un pasaje en el libro en el que la madre de Frank le pregunta, mientras se está muriendo. Él está en la universidad y va a verla porque sabe que va a morir. Le miente. Le dice que sí está feliz, aunque no lo crea. Eso me pasó a mí con mi madre. Cuando estaba muriendo, lo último que me dijo fue: "Richard, ¿eres feliz?". Y no le mentí. Le dije que sí, que lo era, y quería que ella sintiera que había sido feliz siendo una buena madre. Pero unos años antes, justo cuando comencé a escribir El periodista deportivo, en 1982, estaba con mi esposa pensando qué escribir, porque había publicado dos libros sin éxito y temía que solo tuviera una oportunidad más. Christina me dijo: "Tengo una muy buena idea, ¿por qué no intentas escribir una novela sobre alguien que es feliz?". Es cierto, que hasta entonces había escrito novelas sobre personas que eran infelices. Y eso fue una revelación para mí. Me llevó a la famosa frase de Tolstoi, de que todas las familias felices son iguales. Me dije que no debía ser cierta y pensé que eso un desafío para hablar de la felicidad. Es así como en mis últimos cuarenta años llevo pensando en la felicidad todo el tiempo.
Es cierto que en Sé mía hay una disección sobre la felicidad a través de la vida de Frank, pero también la novela nos habla de aceptar la muerte, ¿hemos olvidado cómo hacerlo?
Eso es demasiado simplificado. No lo creo. Es más complicado, porque cuando te preguntas si aceptarías la inevitabilidad de la muerte, te asignas a ti mismo la responsabilidad de estar vivo. Cuando aceptas la muerte, lo que también debes hacer es abrazar la vida. El libro trata mucho más de abrazar la vida que de aceptar la muerte. No tengo más remedio que hacerlo, que aceptarla. Cuando Frank lleva a Paul en este viaje, lo que intenta hacer por Paul no es ayudarlo a salir de la vida, sino ayudarlo a permanecer durante el tiempo que le queda vitalmente en la vida.
Hay también una reflexión sobre el impulso de seguir vivio de un padre, a pesar de la pérdida de un hijo, ¿por qué le interesaba afrontar esto?
Había todo un desafío en lograr que Frank no se muestre insensible ante la pérdida de su hijo. Eso fue, para mí, importante, que Paul muera y Frank sobreviva, y que esté feliz por haber sobrevivido, porque quiere estar vivo en cualquier momento. Debía de encontrar un vocabulario de empatía, autoconservación y autoaceptación. Eso que requiere mucho en términos verbales, requiere ser empático en ese sentido. Requiere mucho esfuerzo, porque, por supuesto, hay escépticos, que probablemente puedan pensar que Frank supera la muerte de su hijo con bastante facilidad. Pero no es así, simplemente ahora tiene su vida por delante. Verbalmente ha sido complicado para expresarlo.
Se habla también de enfermedad y de demencia, ¿se puede ser feliz en estas últimas?
Fue una pequña broma. Cuando el personaje con demencia dice lo feliz que está. Eso viene de una conversación con viejo amigo. Estábamos hablando de Alice Munro, que era una buena amiga nuestra y que durante los últimos diez años de su vida no estuvo presente mentalmente. Diez años es mucho tiempo, muchos años en los que no eres consciente de tu propia vida. Y pensando sobre ello, le dije a mi amigo que quizá, quién sabe, la demencia sea divertida. No lo sé. no lo sabemos, pero es posible que pueda ser un tipo de felicidad extrema, ante esa falta de conciencia, una especie de felicidad zen.
A lo largo de la vida de Frank hemos descubierto los cambios de Estados Unidos, ¿cómo cree que ha sido esa evolución?
No tengo ni idea. Presto mucha atención a mi alrededor, pero están sucediendo tantas, tantas cosas. Hoy en día hay muchos cambios en nuestra vida cívica. Lo sabremos mejor después de noviembre, de las elecciones. Sabremos cómo ha evolucionado el país, pero ahora es pronto. Hay días que parece todo muy terrible, en los que Trump reaparece. Hay días en los que parece imposible que vuelva a ser presidente. Pero ya lo fue, así que todo es una incógnita. Mientras hay demasiadas voces, demasiados gritos, demasiados cambios ocurriendo justo delante nuestro. Una democracia como la nuestra es algo muy bueno, pero aunque tengamos instituciones, nada garantiza que sobrevivan. Hay que hacer por que sigan existiendo.
Precisamente sobre el colapso de la democracia americana habla el último filme de Francis Ford Coppola quien, como usted, mira a esa crisis institucional y política, ¿hay miedo a que desaparezca Estados Unidos tal y como lo conocemos?
Creo que todos estamos preocupados. De hecho, me haces esta pregunto y noto que me irrita, porque tengo que preocuparme de la democracia estadounidense. No debería tener que hacerlo. No deberíamos tener que preocuparnos tanto por unas elecciones. Tenemos candidatos terribles en ambos lados. Y así están funcionando las cosas. Cuando pienso en el hecho de que estoy realmente preocupado por si el gobierno federal, la Corte Suprema, las elecciones mismas, pueden estar siendo atacadas, eso me enfada mucho. Tenemos un gobierno que funciona. Y esta gente habla de querer derribarlo. Me da mucha rabia.
Es curioso que su generación, lo digo por usted y por Coppola, ambos en los ochenta, estén mirando y proponiendo un futuro mucho más optimista para el país que los jóvenes.
Veo a tu generación de una manera distinta. No confío en el juicio de tu generación sobre mi generación. Creo que nos veis de manera parcial, pero en realidad me da igual, me importa lo que pienso yo porque todavía estoy vivo. Todavía estoy haciendo libros. Francis sigue haciendo películas y por eso estamos aquí. Cuando miro atrás, quizá mi generación esté preocupada por la felicidad, pero ¿por qué no estarlo? He dado clases a jóvenes estudiantes de posgrado en Columbia, durante la última década, y ha sido muy interesante. Eso sí, solo enseño a los de posgrado, que han sido siempre muy respetuosos conmigo. Los universitarios no, me aburren, porque no saben nada y te desprecian porque eres viejo, blanco, un hombre. Cuando era pequeño buscaba orientación en mis padres, creo que los jóvenes deberían ser menos escépticos y seguir recurriendo a mi generación en busca de una guía, de un camino. Cuando envejeces aprendes muchas cosas.
De ahí que el libro se pueda entender como una gran conversación entre un padre y un hijo, pero también entre dos generaciones, un diálogo que se da en la ficción, pero que no sé si se está dando en la realidad
Por supuesto. Hay que hablar de eso, yo tampoco sé si está sucediendo. Nunca tuve una conversación así con mi padre. Recuerdo a mi padre y a mí, conduciendo por Luisiana en el verano de 1954, yo sentado en mi lado del coche, él sentado en su lado. No creo que dijéramos nada en todo el camino. Por eso la conversación de Frank y Paul es muy escenificada, es casi una pieza de artificio, para que yo como novelista pueda introducir en la novela, las cosas que quiero que la gente, los lectores, escuchen y vean. Así que me invento el hecho de que pueden tener estas conversaciones animadas, enérgicas y abusivas, aunque alguna vez sucedan. Es lo que hace la literatura. Volviendo a Tolstoi y a su frase de las familias felices, ¿quién sabe si puede ser cierto?
En ese viaje, padre e hijo se dirigen al monte Rushmore, un lugar emblemático de la idiosincrasia estadounidense, ¿por qué decidió ese lugar?
No hay una respuesta concreta, pero puedo decir que paso mucho tiempo conduciendo por todo el país, desde Maine a Montana, de Luisiana a Montana. Siempre paso por el monte Rushmore, pero nunca lo había visitado. Un día, decidí conducir hasta allí. Cuando estaba allí, lo miré fijamente y pensé que tendría que estar en un libro. Es una decisión tan simple como esa. Y si allí hubiera visto algo más, lo hubiera añadido. Creo que cuando decidí ponerlo, solo por instinto, el libro heredó todas las posibilidades emblemáticas de ese lugar. Pero no había una decisión previa, lo incluí porque pensé que era un lugar extraño e interesante para mí. Luego heredó todo el simbolismo. No ocurrió al revés. Es decir, no pensé deliberadamente hablar del monte Rushmore como símbolo de libertad, patriotismo e historia. Todo eso queda en un segundo lugar, es la manera de saber que las novelas funcionan. Si usas las cosas en una novela solo por su parte simbólica, limitas todo lo que puedes hacer con ellas. Sin embargo, si lo haces por esa sensación de extrañeza, por instinto, porque el monte Rushmore es uno de los lugares más extraños del mundo, es cuando puedes aprovechar todo al máximo para la escritura.
Sus novelas han bordeado el mito del sueño americano, ¿cree que ese mito puede continuar en nuestros días?
En Estados Unidos nadie pregunta sobre esto. Quizá hemos internalizado u objetivado eso del sueño americano. Sin embargo, ha habido un cambio aquí, desde que Trump entró en escena. Ahora sí me preguntan por esta cuestión, ahora sí se escucha a la gente en Estados Unidos hablar del sueño americano, donde nunca había visto que se debatiera sobre él. Creo que la razón de este cambio está en el contexto político y social. Ahora saber cuál es la naturaleza del sueño americano es un tema de controversia. Si damos por bueno eso de hacer que Estados Unidos vuelva a ser grande otra vez, significa que hace 50 u 80 años era mejor de lo que es hoy. Lo que no es cierto. Pregúnteles a las mujeres si era mejor hace 50 años. Pregúnteles a los afroamericanos si era mejor hace 50 años. No fue mejor.
Usted siempre ha alabado el poder de la ficción para entendernos, ¿podría ser también la ficción una manera de luchar contra las fake news?
Sí, si creemos en el arte y creemos en la verdad de la ficción, que es siempre provisional, y si creemos en que la ficción está ahí para provocar una conversación entre el lector y el libro. Y luego habría que tener en cuenta que las verdades que obtienes de esa conversación no son indelebles. Son sólo provisionales. Son sólo temporales. Mientras que las pseudoverdades de las noticias falsas están destinadas a ser indelebles. Hay que creer en el valor de la conversación. Atender a las noticias falsas es rechazar no saber. Creo que hasta que no entendamos que el no saber algo es también un estado mental productivo, la ficción no tendrá ninguna posibilidad.
Es la despedida de este personaje que le ha acompañado y le ha acercado a muchos lesctores, ¿cómo se siente?
Me siento genial. Estoy vivo. El personaje está encerrado en estos libros para poder quedarse allí. La gente puede encontrarlo y yo no tengo que volver a visitarlo. Él está ahí en esos libros y yo estoy muy feliz con él. Solo pienso en que he hecho un buen trabajo. Es una suerte haberlo creado. Frank salió de una crisis en mi vida. Una crisis en la que yo pensaba que ya no iba a poder seguir escribiendo. Cuando decidí crearlo, en 1982, fue un gran alivio. Haber podido seguir escribiendo sobre él durante los siguientes 42 años ha sido un golpe de gran suerte. Habría vivido una buena vida de todos modos porque me casé con la chica adecuada, pero esto es también ha sido bueno en mi vida. Así que doy gracias.
Pepa Blanes
Es jefa de Cultura de la Cadena SER. Licenciada en Periodismo por la UCM y Máster en Análisis Sociocultural...