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¿Qué ha sido de Kathleen Turner?

La protagonista de Fuego en el cuerpo, una de las estrellas más populares del cine de los años 80, cumple 70 años y está hoy prácticamente olvidada. Las nuevas generaciones ni siquiera la conocen.

En la retina de muchos espectadores veteranos la imagen que aún sigue grabada de Kathleen Turner es la de su personaje de Fuego en el cuerpo, uno de los más famosos de su carrera. Aquella bomba sexual que manejaba a su antojo al pobre William Hurt. Kathleen Turner brilló como pocas actrices en los años 80 pero su estela se fue apagando en décadas posteriores.

Hoy su imagen es la de una mujer con varios kilos de más y que camina con dificultad por los graves problemas de movilidad que sufre, debido a una enfermedad que le diagnosticaron a principios de los años 90. Aunque, como ella afirma, podía ser peor: “Me dijeron que estaría toda mi vida en una silla de ruedas, pero era porque entonces no había los medicamentos que tenemos ahora”. Lo que aún conserva es esa voz ronca tan personal que tiene, una voz que hizo que en su día la llamaran “la nueva Lauren Bacall” y que con los años se ha ido haciendo aún más grave. “Soy una de las siete mujeres que pueden cantar Old man river en su tono original, asegura. Su voz ha sido una de sus armas de trabajo desde siempre, poniéndola al servicio de personajes de animación o haciendo de narradora en películas. Todavía hoy en las entrevistas en televisión le piden que diga aquello de “No soy mala, es que me dibujaron así”, que decía Jessica Rabbitt y a la que ella puso voz. La televisión ha sido también uno de sus refugios en las dos últimas décadas interpretando personajes tan sorprendentes como el padre de Chendler Bing en la serie Friends. “Cuando me propusieron lo de Friends estaba haciendo una obra de teatro en San Francisco. Vinieron a verme y me dijeron: queremos que interpretes al padre de Chendler, ya sabes, es un hombre que ahora vive como una mujer. Y yo les dije: ¿Queréis a una mujer que interpreta a un hombre que está interpretando a una mujer? Perfecto, nunca he hecho eso”, recordaba. Kathleen se acepta así misma tal y como es ahora y a los que todavía piensan en ella como aquella sex simbol de los inicios de su carrera siempre les dice lo mismo: “Mi cuerpo ya no es el de Fuego en el cuerpo, superadlo”.

Y es que su debut cinematográfico en 1981 no pudo ser más espectacular. En Fuego en el cuerpo seducía, engañaba y llevaba a los mismísimos infiernos a William Hurt, elevando al mismo tiempo la temperatura del patio de butacas de los cines. La película fue un gran éxito, pero ella rápidamente vio el peligro. “La primera vez que la vi con el público me di cuenta de que podía ser una trampa. Y de hecho así fue. Todo lo que me ofrecieron después era exactamente igual a Fuego en el cuerpo. Guion tras guion todos eran iguales y con el mismo personaje, una mujer que vuelve loco a un hombre y le obliga a hacer cualquier cosa por ella”, explicaba. Kathleen Turner desechó varias ofertas de trabajo. Incluso regresó durante un tiempo a su antiguo empleo de camarera para poder vivir. Al final, después de casi dos años, aceptó volver al cine, de nuevo haciendo de femme fatale, pero esta vez en un contexto muy diferente, el de la comedia disparatada. La actriz volvía loco de deseo al pobre Steve Martin en Un genio con dos cerebros. “Sí, era una mujer fatal, pero en una comedia. Era como si me burlara de la mujer fatal”, aseguraba.

A partir de ese momento la carrera de Kathleen Turner se disparó. En los siete años siguientes protagonizaría once películas. Hizo de prostituta junto a Anthony Perkins en La pasión de China Blue. Después se fue a vivir aventuras en la selva amazónica con Michael Douglas en Tras el corazón verde, por la que ganó su primer Globo de Oro. Con el hijo de Kirk Douglas mostró una química más que evidente y el éxito se repitió al año siguiente con La joya del Nilo. Michael estaba encantado con ella. Conocemos nuestros respectivos ritmos de actuación, podemos anticipar lo que va hacer la otra persona y eso es algo que, haciendo comedia, aprecio mucho de ella”, afirmaba el actor. Título a título Kathleen demostraba que se había convertido en una de las actrices preferidas del público. Ganó su segundo Globo de Oro haciendo de asesina a sueldo a las órdenes de John Huston en El honor de los Prizzi. Huston pertenecía a una generación que era muy misógina. No me dejaba jugar al póquer con él. Decía, las mujeres no juegan al póquer. Yo creo que tenía miedo de que le ganara”, recordaba la actriz sobre ese rodaje.

Fue también una periodista en Interferencias, volvió a ponérselo difícil a William Hurt en El turista accidental, y viajó en el tiempo dirigida por Francis Ford Coppola en Peggy Sue se casó. Su papel de esposa divorciada que viaja al pasado de su adolescencia le valió la única nominación al Oscar de su carrera. En 1989 llegó su divorcio con Michael Douglas en La guerra de los Rose, otra de las películas más representativas de su carrera, los dos se hacían la vida imposible el uno al otro. La carrera de Kathleen Turner estaba en lo más alto cuando comenzó un descenso vertiginoso. La actriz había ganado peso y en Detective con medias de seda, en la que hacía de investigadora privada, decidieron utilizarlo. En la primera escena de la película se despertaba e iba a pesarse y tras ver el resultado le daba una patada a la báscula. Lo cierto es que la película fue un fracaso estrepitoso. El primero de su carrera. A partir de entonces los personajes de chica sexy se acabaron para ella. Solo le ofrecían papeles de madre. De madre espía de baja maternal hacía por ejemplo en Cuidado con la familia Blue. Y de madre hacía también en Los asesinatos de mamá de John Waters; una madre de fachada impecable que escondía en realidad a una asesina en serie que se iba cargando a todos aquellos que molestaban a su familia.

Su aumento de peso y el descenso de su actividad profesional tenían una explicación. A principios de los años 90 le habían diagnosticado una artritis reumatoidea, una enfermedad que le hinchaba, afectaba a sus articulaciones gravemente y le provocaba dolores terribles que debía tratar con corticoides y quimioterapia. Sin embargo, Kathleen decidió llevarlo en secreto. Incluso dejó que corriera el rumor de que tenía problemas con el alcohol para que su mal no afectara a su carrera. “Ellos sí contratarían a una alcohólica, era algo con lo que estaban acostumbrados a tratar y pensaban que podían controlarlo. Pero alguien con una enfermedad que no entendían era algo que les asustaba mucho. Así que, si no podía por ejemplo sujetar una taza sin temblar o resbalaba de mi mano, ellos pensaban que había estado bebiendo, aunque la realidad era que mi cuerpo no me permitía sujetarla”, confesaba.

Tiempo después caería realmente en el alcohol víctima de la depresión. No obstante, seguía apareciendo de vez en cuando en el cine con papeles secundarios como el que interpretó en Las vírgenes suicidas de Sofía Coppola. Pero su trabajo en el cine iba de mal en peor. La actriz se refugió cada vez más en el teatro, medio al que había vuelto desde principios de los 90, aunque sabía que cada cierto tiempo debía parar para someterse a una de las numerosas operaciones que sufrió. “Durante ocho años cuando llegaba octubre sabía que tenía que operarme y pensaba: bueno así para enero ya podré volver a los escenarios”. En las últimas dos décadas ha hecho poco cine pero, como decíamos al principio, ha trabajado a menudo en televisión, interviniendo en episodios de numerosas series o con personajes fijos, como el de la jefa ninfómana y despiadada que interpretaba en la serie Californication. “Me lo pasé genial siendo tan horrible. Vi el primer programa con mi hija y un grupo de sus amigas y al terminar mi hija se volvió hacia mí y me dijo: Nunca vuelvas a hacer eso. Venga ya, le contesté. Tienes 22 años, supéralo”.

En 2019 volvió a juntarse con su viejo amigo Michael Douglas en la segunda y tercera temporada de la serie El método Kominsky. La última vez que la vimos en el cine fue en 2022. Hacía de tía moribunda cuyos sobrinos persiguen su dinero en la comedia Una herencia de muerte. A sus 70 años a Kathleen Turner le cuesta cada vez más actuar debido a los problemas que le causa su enfermedad que es incurable. No obstante sigue trabajando. Dirige teatro, participa en podcasts o hace pequeñas apariciones en mini series de televisión como Los fontaneros de la Casa Blanca. Y también da clases a jóvenes aspirantes a actores y actrices en la Universidad de Nueva York. “Les digo que acepten riesgos, que tomen decisiones, que no quieran ser simplemente estrellas”. Y eso es algo que sabe muy bien Kathleen Turner, ya que la fama y el éxito van y vienen. Aunque una cosa sí tiene clara: nunca hay que tirar la toalla.