Opinión

La próxima crisis urbana

Sabemos que la ciudad, ese sofisticado artefacto de civilización, lo resistirá todo. Pero no deberíamos olvidar en cualquier caso que la tarea de pensar una ciudad mejor para todos será siempre una tarea colectiva y solidaria

Imagen de archivo / Villar López (EFE)

Madrid

Son cambios silenciosos, no planificados y de apariencia banal, pero no exentos de consecuencias. En pocos años muchos de los locales que dan vida a las calles de los centros urbanos se han reconvertido al sector de los cuidados personales: uñas, tatuajes, gimnasios, salas de rayos UVA y gabinetes de fisioterapia dominan ahora el paisaje -siguiendo la estela de las siempre omnipresentes peluquerías-, donde antes había papelerías, tiendas de muebles, mercerías o ultramarinos (¡quién se acuerda!). Por descontado, donde quede un hueco libre siempre habrá sitio para un bar de tapas clónicas o una cervecería franquiciada, es decir, con nada que ver con el bar del barrio de toda la vida.

Esta hipertrofia de la industria de los servicios personales -individualizantes y de pago- es un resultado más de la terciarización de la economía, pero también está reduciendo la diversidad de nuestras aceras y añade una muesca más a ese proceso global de conversión de las ciudades en parques temáticos sujetos a un mismo diseño y similar oferta de contenidos. Es el triunfo de la cultura del yo frente a la cultura del nosotros; del consumidor frente al ciudadano.

Cuando la arquitecta Izaskun Chinchilla escribió “La ciudad de los cuidados” no pensaba con seguridad en ese modelo. En su libro denunciaba acertadamente que “nuestras ciudades son un medio hostil para las actividades no destinadas a lo productivo”, como beber agua sin pagar, pasear sin mojarse, descansar a la sombra, jugar e ir a la escuela sin ponerse en peligro, divertirse sin consumir o simplemente reunirse con los amigos.

Frente al excesivo optimismo arquitectónico y constructor de tiempos anteriores, en los años más duros de la crisis financiera habían emergido nuevos debates sobre la necesidad de frenar la creciente mercantilización y privatización del espacio público y dar prioridad a intervenciones de proximidad, participativas, blandas, incluso efímeras, para dar soluciones concretas e inmediatas a los vecinos. Había que ir de la era de los grandes proyectos a la ciudad que cuida de su gente.

Esa ciudad de calles amables y capaces de acoger y representar las características y necesidades específicas de la gente que vive en ellas está, por desgracia, cada vez más amenazada. No hace falta repetirse y mencionar esa bola de demolición en que se está convirtiendo el turismo masivo. Otras cosas son más fáciles de resolver y tampoco progresan adecuadamente, como la reducción del tráfico privado y la primacía del transporte público no contaminante. O la lucha contra el ruido excesivo. Ni siquiera algo tan evidente como la renaturalización acelerada del entorno urbano para crear barreras y refugios climáticos para lo que se nos viene encima.

Si lo pensamos detenidamente, muchas de las vías de progreso hacia ciudades más fáciles para vivir están atascadas. Cada caso tiene su propia explicación, pero si a esa alianza de problemas sectoriales la coronamos con la insoportable situación del acceso a la vivienda, se empieza a vislumbrar la posibilidad de una crisis profunda de las políticas urbanas.

No todo está mal, por supuesto. Hay ejemplos de actuaciones en todas partes que demuestran que las cosas se pueden hacer de forma correcta. Lo preocupante es que parecen debilitarse convicciones que creíamos básicas en cuanto a lo que significa una buena ciudad; que hay una menor confianza en la capacidad planificadora; que los movimientos asociativos ciudadanos no están en su mejor momento; y que los ideólogos del negocio como tarea principal del gobierno urbano han lanzado un poderoso contrataque.

Sabemos que la ciudad, ese sofisticado artefacto de civilización, lo resistirá todo. Pero no deberíamos olvidar en cualquier caso que la tarea de pensar una ciudad mejor para todos será siempre una tarea colectiva y solidaria.

José Carlos Arnal Losilla

Periodista y escritor. Autor de “Ciudad abierta,...