Bolaños, Pons y el Tratado de Tordesillas

Madrid

El pacto del PP y del PSOE para renovar el Poder Judicial ya pertenecía al territorio mítico de esas cosas que no íbamos a ver nunca: Aznar sonriendo, Pedro Sánchez actuando desinteresadamente o una victoria española en el Festival de Eurovisión. La sorpresa ha sido, por tanto, mayúscula. Y si bien es cierto que cuesta reponerse de la foto de Bolaños y Pons dándose la mano ante la comisaria europea como niños que hacen las paces delante de la profe, en realidad la foto tenía su lógica. Este pacto ha costado mucho más sacarlo adelante que el Tratado de Tordesillas, y así había que solemnizarlo.

La sorpresa, sin embargo, no acaba ahí. No solo se ha pactado, sino que no ha pasado nada por pactar. Todo el mundo ha quedado como tenía que quedarse: a la vez plausiblemente contento y razonablemente insatisfecho. Patxi López y Ayuso, que no podrían ponerse de acuerdo en cuánto es dos más dos sin expresar un voto particular, han aplaudido la jugada. Nadie ha lanzado fango. No ha ladrado un solo dóberman.

Y aunque nadie crea que el acuerdo es perfecto, todo el mundo cree que es practicable. Y como ha sucedido este pacto improbable, para la próxima vez ya dan ganas de pedir lo imposible: llegar a acuerdos sin necesidad de gendarme europeo. O firmarlos un poco antes del borde del abismo.