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Radiografía de la música en directo: más de mil festivales y cada vez más difícil sorprender con el cartel

El éxito o fracaso de estos eventos no solo depende del público, sino de la gestión acertada y buena sintonía con las administraciones

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"Estamos teniendo una temporada muy intensa, el año pasado el sector facturó casi 580 millones de euros", cuenta Albert Salmerón, presidente de la Asociación de Promotores Musicales. En España se celebra un millar de festivales con nombres tan destacados para el verano como el Mad Cool (Madrid), el Festival Internacional de Benicasim o el Arenal Sound (Burriana, Castellón): "Desde la pandemia, encadenamos récords de ventas de entradas y todo apunta a que este 2024 se superen las del 2023". Cada vez hay más oferta que riega todas las provincias del país. Por esta razón, surge la pregunta de si llegará a estallar la burbuja por pinchazos sonados como el Primavera Sound en Madrid y el Andalucía Big Festival.

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David Saavedra, periodista musical y autor de Festivales de España, considera que no existe: "Se habla de ella desde que nacieron estos eventos. Igual llega a ser insostenible que exista más de mil festivales, pero mientras haya apoyo institucional y buena organización, se mantendrán". Asegura que la clave está en la gestión que, a su vez, atrae a los patrocinadores: "El factor principal que marca si un festival funciona o no, no es tanto la acogida del público, sino que la organización sea la acertada o que no haya desavenencias con las administraciones".

Modelo actual

“Los festivales de ahora ofrecen una experiencia parecida a la escucha de música en streaming, porque vas picoteando de un sitio a otro”, cuenta David Saavedra. Reconoce que estos eventos buscan mayoritariamente “congregar al mayor número posible de personas en un mismo recinto”. Por ello, utiliza el concepto de "atrapalotodo": “Se apuesta ahora por las programaciones comerciales, en las que conviven artistas de todo tipo en cuanto a género musical, generación y nivel de comercialidad”.

Es un reclamo para las vacaciones de muchos, especialmente para los más jóvenes, donde pueden encontrar una propuesta asequible. No obstante, David Saavedra habla de la “ryanerización” de estas citas musicales: “Algunos son muy baratos como el Arenal Sound. Pero, como ocurre con las aerolíneas de bajo coste, acabas pagando muchos extras como el uso de las duchas en la zona de acampada o si quieres comprar la bebida con antelación. Realmente, te sacan dinero por todo tipo de cosas sin que te des cuenta”.

El periodista musical también alude a los carteles, que "se llevan repitiendo desde hace ya muchos años". Es algo que sí puede acabar hartando al público. Por ello, llama a hacer un replanteamiento para apostar por otro tipo de artistas. Por su parte, Albert Salmerón no considera que exista hartazgo del público: "Hay multitud de festivales para todo tipo de gustos musicales y públicos". El Festival Internacional de Benicasim apuesta por un concurso de bandas como complemento a su gran cita, del 18 al 20 de julio. "Siempre quisimos compartir escenario con grandes y al FIB van ídolos nuestros, así que sería un sueño para nosotros", cuenta Alberto Lozano, batería de Time for Action, una banda madrileña de rock alternativo que es finalista. El 1 de julio se sabrá quiénes de los participantes actúan en el FIB junto a The Libertines o Royal Blood: "Es muy positivo que existan este tipo de iniciativas para darse a conocer".

Historia de los festivales

En su radiografía, el periodista musical David Saavedra echa la vista atrás para rescatar los valores musicales que caracterizan a los de antes: “Los primeros festivales surgieron como contracultura del momento. Por ejemplo, los grandes internacionales que nacieron en los 60 (Woodstock o Monterey) estaban vinculados al movimiento hippie o a las protestas contra la guerra de Vietnam”. Además, pone como ejemplo al festival Glastonbury, en Reino Unido: “Es de los pocos que ha conseguido mantener sus valores sociales y del cuidado del medioambiente. Hay muchas ONGs involucradas y los patrocinadores no han entrado a saco en el festival”.

No sería hasta la Transición cuando en España comenzaron a proliferar los festivales. En un principio, como en otras partes del mundo, con tintes de contracultura. Algunos ejemplos son el Canet Rock (Cataluña) o el Festival de Ortigueira (Galicia). Si bien, destaca el caso del Festival de Jazz de San Sebastián que nació en los años 60, todavía en plena dictadura. “En un principio, los festivales se veían como algo vinculado al desorden, a la suciedad o a las drogas”, explica Saavedra, “pero a partir de los 90 se empezaron a ver como algo deseable por el impacto económico y atracción de turismo”. De ahí que también exista respaldo institucional en estos eventos. Destaca la apuesta de la Xunta de Galicia con una amplia inversión en el O Son do Camiño o de la Comunidad de Madrid con Mad Cool.

 
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