Punto de Fuga
Internacional

'Pinkwashing' o cómo las empresas lavan su imagen con una bandera arcoíris cuando llega el Orgullo LGTBI

Christo Casas critica a las empresas que "colaboran con la violencia LGTBIfobia en su día a día y pretenden borrarlo poniéndose la bandera arcoíris un mes al año"

Pinkwashing en el orgullo

Madrid

Los colores de la bandera arcoíris y símbolos del colectivo LGTBIQ+ decoran las calles y escaparates de toda España por la celebración del Orgullo. La inmensa mayoría de la población, y también las marcas, han abrazado la forma en la que celebramos esta fiesta y reivindicación. Sin embargo, no todos por las razones correctas.

El periodista y antropólogo Christo Casas lamenta que muchas empresas, colectivos o entidades practican lo que se conoce como ‘pinkwashing’ o lavado rosa, es decir que "utilizan los símbolos de la lucha queer o LGTBI, no para ganar derechos para el colectivo ni para reivindicarlos, sino más bien para limpiar su imagen que está manchada por LGTBIfobia o por algún otro motivo".

En su libro ‘Maricas Malas’, de la editorial Paidós, el autor pone de manifiesto que algunas empresas “corren un tupido velo sobre las prácticas explotadoras que llevan a cabo con sus trabajadores y trabajadoras, sobre sus modelos de producción colonial mediante explotación de recursos en países del sur global o sobre violaciones sistemáticas de los derechos de los consumidores”. Unas empresas que luego adoptan los símbolos LGTBIQ+ para lavar su imagen en una estrategia de márketing similar al 'greenwashing' con las prácticas nocivas para el medio ambiente.

Un ejemplo claro de este lavado de imagen es el de “aerolíneas que ponen su logotipo del color del arcoíris cada mes de julio, pero el resto del año participan de la exportación forzosa de ciudadanos que están pidiendo asilo en el Estado español, más de la mitad de los cuales, según datos de Amnistía Internacional, lo hacen huyendo de la LGTBIfobia en su país de origen”, explica Casas.

Otro ejemplo son los portales de pisos, herramientas que están fomentando una gentrificación en el centro de las ciudades, y al mismo tiempo están patrocinando el orgullo. El escritor asegura que esa gentrificación de los barrios instrumentaliza al propio colectivo LGTBI expulsando a la gente de sus ciudades por no poder pagar una casa que debería ser un derecho.

“Históricamente, como población marginalizada, nos hemos ido mudando a barrios en los que otros ciudadanos no querían vivir, y al cabo de diez o quince años, las prostitutas, inmigrantes y maricones somos expulsados del barrio porque el barrio ya ha sido dignificado con nuestro dinero para que puedan venir a vivir las familias decentes”.

Pero no solo las empresas practican el ‘pinkwashing’, también los países. De hecho, el término se empezó a acuñar para referirse al proyecto de país que quería vender Israel en los años 90 proponiéndose como un oasis LGTB en medio de Oriente Próximo.

“Israel es un Estado que gasta hasta 90 millones de dólares al año en propaganda LGTBI, en organizar eventos y hacer comunicados para decir que Israel es un oasis LGTBI y que por tanto está en una misión civilizatoria contra el malvado musulmán que vive en Oriente Medio”, explica Casas. Pero toda esta publicidad siempre interpela al a la persona LGTBI occidental, subraya, para esconder que en realidad tiene un gobierno de extrema derecha que prohíbe el matrimonio igualitario y persigue a personas LGTBI.

Comercializar la reivindicación

Ante esta práctica llevada al extremo por Israel, el periodista quiere alertar de que las nuevas extremas derechas del continente europeo “también están adoptando este tipo de discursos”. Comercializar la reivindicación Casas también cree que acoger un ‘Pride’ global o convertir la ciudad de Madrid en la sede Europea del Orgullo es un “acelerador de la gentrificación” que se redime con el uso de la bandera arcoíris. Todo esto forma parte de una comercialización de una fiesta que debería ser reivindicativa y de compromiso político. Incluso se ha cambiado el día del desfile a un fin de semana, una fecha más comercial, en lugar del 28 de junio, la fecha conmemorativa del Día del Orgullo.

“Las principales capitales, Barcelona, Madrid, Berlín, Amsterdam, París, Londres o Milán, se ponen de acuerdo para para no solapar sus orgullos, de manera que el turista LGTBI que tiene mucho dinero en sus bolsillos, pueda pasarse todo el verano consumiendo mercancía rosa”, añade Casas. Este tipo de “privatización de la reivindicación”, dice el periodista, es un “peaje rosa” que obliga a pagar por acceder a las reivindicaciones.

Lo que nació como una lucha de las personas LGTBI por reivindicar el derecho a una vivienda de toda la clase trabajadora en su diversidad se ha pervertido, en opinión del autor, con una fiesta que “programa a cantantes que no han hecho absolutamente nada por la lucha LGTBI, vendiendo alcohol, y ultrasecurizada, rodeada por policía que juzga si eres o no suficientemente LGTBI para entrar a tu propia reivindicación”.