Las chaperonas: cómo el desafío a un Nobel puede acercar la cura del alzhéimer
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En cada una de las células de nuestro cuerpo hay sofisticados mecanismos que se encargan de que las proteínas, las obreras de nuestro organismo, puedan desempeñar su función. Estos mecanismos se llaman chaperonas y ahora mismo laboratorios de todo el mundo trabajan en diseñarlas a medida para evitar enfermedades que, de momento, no tienen cura. Arthur Horwich (Oak Park, 1951) nos cuenta en primera persona cómo llegó a este descubrimiento clave para la Biomedicina moderna: una historia de superación, colaboración y esperanza
BILBAO
Año 1972. Anfinsen gana el Nobel de Química por demostrar cómo las proteínas se pliegan de forma espontánea dentro de un tubo de ensayo. Sus conclusiones acaban por convertirse en norma: ese plegamiento, que es imprescindible para que las proteínas hagan su función, se produce de forma espontánea. Así, sin más. Pero una década más tarde, nuestro protagonista, en su laboratorio de la Universidad de Yale, observa que en las células de levadura con las que está trabajando eso no sucede. "Teníamos mucho miedo, no podíamos creer lo que habíamos descubierto", confiesa Arthur Horwich. Y así comienza esta historia que, espera, culmine en el desarrollo de una cura para el alzhéimer.