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Enrique Aparicio: "Si cansa ocultar una mancha en la camisa un día, imagina la homosexualidad toda tu infancia"

El periodista cultural debuta en la novela con 'La mancha', un regreso forzado a casa, a una infancia y adolescencia queer en un pequeño pueblo manchego, un territorio atravesado por la clase y los estigmas

Enrique Aparicio: "Si cansa ocultar un día una mancha en la camisa, imagina la homosexualidad toda la infancia"

Enrique Aparicio: "Si cansa ocultar un día una mancha en la camisa, imagina la homosexualidad toda la infancia"

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Nos decía hace unos meses Luis López Carrasco, Premio Herralde de Novela 2023 por El desierto blanco, que la última crisis financiera atravesó a diferentes generaciones, barrios y grupos sociales, dejando un montón de historias aún por contar. Los personajes de su libro recuerdan, desde un futuro y un lugar al que tuvieron que emigrar, cómo fueron aquellos años tan duros.

Una crisis que comenzó en 2008 y que se alargó durante una década, afectando a varias generaciones. López Carrasco es del 81 y Diego Pinillos nació en 1993. El escritor y guionista también tuvo que dejar Madrid y regresar a su Segovia natal ante la falta de oportunidades laborales en la gran ciudad. Felices como bestias es su primera novela, la vuelta a casa de un joven estudiante a raíz de la crisis, la vuelta a una ciudad y a los recuerdos de una infancia gris, fruto del acoso escolar y la violencia que sufrió por ser homosexual. Pinillos necesitó tiempo y terapia para poder escribir una historia de reconciliación con su pasado, además de un homenaje a la vida de provincias.

Enrique Aparicio nació en Alpera, un pueblo de Albacete, en 1989. Es periodista cultural y debuta en la novela con La mancha, publicada por Plaza & Janés. Su historia, la personal y la de la novela, bebe de las mismas experiencias que López Carrasco y Pinillos. Nos lleva al año 2013, cuando tuvo también que hacer las maletas y volver a casa de sus padres, un regreso traumático. El protagonista de La mancha es Valentín, que ha cursado cinco años de carrera, uno de máster, seis meses de prácticas no remuneradas y algunos de nada absoluta.

Cubierta de &#039;La mancha&#039;, de Enrique Aparicio

Cubierta de 'La mancha', de Enrique Aparicio / Plaza & Janés

Cubierta de &#039;La mancha&#039;, de Enrique Aparicio

Cubierta de 'La mancha', de Enrique Aparicio / Plaza & Janés

Nos llevas a 2013, a aquellos años tan duros de la crisis económica, ¿por qué? Sois cada vez más los jóvenes que sufristeis aquellos recortes y lo volcáis ahora a través de la literatura.

Sí, creo que ya ha pasado el tiempo suficiente para tener estrés postraumático y poder hablar de ello. El año 2013, aparte de la plasticidad que tiene el propio número, que parece así como muy, muy significativo para una historia como esta que es tan ambivalente en tantos sentidos, pues la verdad es que me servía porque es un año de crisis absoluta. La crisis no fue de un día para otro, como que nos fuimos hundiendo, la economía se fue paralizando. Fueron muchos años y fueron años muy duros y tengo la sensación de que, quizá por ese estrés postraumático, tenemos la tentación de olvidar realmente lo largo y penoso que fue. Hubo muchos, muchos, muchos días seguidos, cientos y cientos de días donde, de verdad, crisis era una palabra ubicua, era la palabra que más usábamos. Y luego me servía porque a Valentín, que es el protagonista de La mancha, si no fuera por una excusa tan total como esa crisis, él no volvería a su pueblo ni a casa de sus padres. Es el último sitio en el que quiere estar al principio, al menos, de La mancha. La crisis realmente fue lo que cortó el futuro, lo que nos detuvo el futuro a varias generaciones, entre las que me incluyo. Yo no estudié en Madrid como él, sino en Valencia, en Barcelona hice mi máster, muy buenas notas, unas matrículas de honor estupendas que inmediatamente después de eso, sólo me sirvieron para adornar esa habitación adolescente en mi pueblo manchego. No me sirvieron para absolutamente nada más, ni para conseguir trabajo, que era lo que pretendía. Entonces ese regreso es forzado, no teníamos escapatoria de la crisis económica.

Desde las primeras páginas, Valentín manifiesta su intención de coger la vida del pueblo y componer con ella una novela o basarse en cosas que han pasado en el pueblo para una obra de teatro. "He fantaseado durante años con pasar al otro lado de la lectura", dice. ¿Cuánto tiempo llevas tú fantaseando con escribir una novela y por qué una novela tan personal, de memoria familiar, con tanta autoficción?

Pues mira, en mi pueblo, que es Alpera, en Albacete, en la parte más oriental de La Mancha, ya pegando con el País Valencià, en mi pueblo no había cine, si no a lo mejor estaría estamos hablando de una película o de un corto. Pero en mi pueblo sí había una biblioteca municipal a la que yo le estaré, a la biblioteca y a Rafa Jara, que era el bibliotecario mítico de Alpera, le estaré siempre agradecido. Porque como le pasa a Valentín, incluso las novedades pasaban por mis manos antes de pasar al catálogo oficial. Y sí, la lectura para mí fue un refugio, una ventana al mundo y una especie de brújula en la que yo me busqué, primero con gusto y luego, cuando fui cumpliendo años, más bien a la desesperada. Realmente la literatura fue casi la única manera que tuve de leer vidas en las que yo más o menos quería verme reflejado, hasta que llegó Internet a mi vida, como a la de tantos de nosotros. Fue ese escaparate al que yo me asomé a la historia, al mundo, a los demás e incluso a mí mismo. Y bueno, como buena mariquita lectora, pues también el veneno se te mete dentro, como a tantas de nosotras. Y uno escribe sobre lo que le duele, ¿no? Uno escribe sobre lo que le duele, sobre lo que le pasa. Y siempre estuve convencido de que mi primera novela iba a ser más o menos esta historia. Cuánto me alegro de haber esperado hasta mis 35 años para poder escribirla desde esta óptica y con este acercamiento. Porque si no hubiera sido simplemente una mera venganza contra mi pueblo, contra mi familia, contra mi infancia, contra mi adolescencia, porque he tenido una relación traumática con todas esas cosas. Afortunadamente, después de muchos años de terapia, ya estoy en otro punto de madurez y de que han pasado más años, me han pasado más experiencias y afortunadamente ahora tengo una relación adulta con todo eso y he podido contar esta historia. Este testimonio creo que es más valioso porque puede mostrar un camino posible a través de esa relación traumática que tantas personas del colectivo tenemos con nuestros lugares de origen, que no tienen por qué ser pueblos, un barrio de una ciudad grande, una capital de provincia, me vale. En España los lugares pequeños son la mayoría.

"La Mancha es un territorio en mitad de la nada. La nada no es la mancha, la nada soy yo". ¿Cómo es Baratrillo de la Mancha, un pueblo inexistente, pero inspirado en Alpera? ¿Cómo te ha marcado a ti La Mancha como territorio?

La Mancha es un territorio muy único que me ha me ha moldeado, me ha hecho quien soy, de maneras que todavía estoy descubriendo o identificando para bien y para mal. Quiero decir, un pueblo pequeño, manchego, no es en la mayoría de los casos como lo pinta el neorruralismo en la cultura española, ese escenario exótico donde la gente de ciudad va a redescubrir la conexión con la naturaleza y lo feliz que se puede ser a pesar de tener tan poco. No es tampoco el territorio de la España negra en la que hay crímenes por las cosas más peregrinas, porque es que es inescapable esa hipervigilancia de unos con los otros y demás. La mayoría de los pueblos, como la mayoría de los barrios, de las ciudades y hasta del barrio de Salamanca en Madrid, si me apuras, normalmente ni es un locus amoenus ni es un infierno sobre la tierra. A mí, mi pequeño pueblo manchego me ha marcado tanto como Vallecas a quien sea de Vallecas, como Cornellà a quien sea de Cornellà o como Zarautz a quien sea de Zarautz. Pero es verdad que La Mancha tiene una historia muy particular y yo ahora me estoy politizando un poco en ese sentido. Mi identidad manchega ha estado siempre muy enterrada, muy en barbecho. Me gusta decir que una tierra en barbecho es aquella que no se ha trabajado durante mucho tiempo, pero también es aquella que se ha dejado descansar y, por lo tanto, una vez tú siembras de nuevo en ella, florece con más fuerza que nunca. Quiero pensar que la identidad manchega ha estado en barbecho, porque, no nos engañemos, siempre hemos sido una tierra pobre, rural y que ha servido sobre todo para daros de comer a todos los demás y ofreceros buen vino. El 50% del vino que se produce en el conjunto del Estado español es de La Mancha, el 50%. Y por cierto, Bodegas Santa Cruz de Alpera, envío gratis a partir de 50 euros, que es de la que vive mi pueblo. A Valentín le pasa como a mí cuando tenía su edad, que está a punto de cobrar conciencia de clase, de cobrar conciencia de su territorio, de descubrir cómo le ha marcado vivir en ese pequeño pueblo manchego que es un sitio, insisto, ni buenísimo ni malísimo, es donde ocurre la vida. Y la vida tiene de todo.

Ya que hablas de esa identidad manchega y de la clase, algo también muy bonito de la escritura del libro es que recuperas los acentos. ¿Son los acentos en este país una marca de clase también?

Absolutamente. Ciertos acentos, te diría, no funciona siempre igual, ciertos acentos y ciertas lenguas. El valenciano, la lengua catalana hablada en en el País Valencià, es una lengua de poble. El galego es una lengua de aldea y el habla manchega o el andaluz, en la mayoría de los casos, quizá no en el de los señoritos del cortijo, el habla manchega está absolutamente atravesada por la clase. Si uno piensa en el tópico que existe sobre los manchegos, básicamente va a proyectar un paleto en su en su mente. Pero un paleto no es lo mismo que gañán. El gañán es un oficio del campo, es un labrador y es la persona gracias a la que tenemos el campo trabajado para poder comer y poder vivir. El gañán es una figura social muy, muy valiosa. Yo soy hijo, nieto, bisnieto, tataranieto de labradores, de campesinos. Toda mi familia viene del campo. Yo he trabajado en el campo desde pequeño y eso a mí era algo que me avergonzaba, igual que mi acento manchego y que ahora estoy recuperando. Pero qué pena que eso lo estemos haciendo desde fuera, qué pena que realmente no pareciera una posibilidad quedarnos y seguir hablando como nos salía hablar. Uno se va o uno huye, porque yo hui como Valentín, y cuando uno huye de esa manera, intenta convertirse en un lienzo en blanco para llenar de él todo lo que los demás quieran, lo que le asegure la aceptación inmediata. Porque cuando tú te has sentido muy rechazado, lo que quieres es que te acepten con la mayor rapidez y con la mayor unanimidad posible. ¿Te tienes que convertir en la persona más homogénea de allí donde te vas, a ese mítico sitio donde no te conoce nadie? Pues lo haces. Y una manera de hacerlo es neutralizar el acento, volverlo neutro y también erradicarlo. Hasta tal punto que yo un poco ahora, a mis 35, tengo que pensar para hablar en mi acento. Qué cosa más triste, qué cosa más triste.

Vamos con esa huida. Porque si uno coge el libro, llama la atención que sobre esa ilustración del pueblo, la mancha está escrito con minúsculas. Porque la mancha es también el agujero negro que el protagonista del libro lleva dentro y que "no se colma jamás, que nunca da un respiro, porque al alimentarlo solo retrasa lo inevitable: que se den cuenta de que no soy eso que me esfuerzo en parecer o en interpretar. Que descubran que la mancha no se va, que soy la mancha". ¿Cómo se cría y se desarrolla un niño, un adolescente, agachando siempre la cabeza, entre deprecio, odio, insultos y sintiendo ese agujero dentro, esperando siempre al golpe que no llega?

Pues dejando unas cicatrices que no se ven. Las personas del colectivo LGTBI de mi generación y aledañas, pero no solo las personas del colectivo, cualquier persona que se ha sentido señalada el tiempo suficiente, sobre todo durante la adolescencia, que es cuando uno empieza a identificar qué es eso que le hace distinto a los demás, cuál es esa mancha que primero trata de ocultar y que después celebra. Las personas de mi generación y otras, como digo, hemos pasado de intentar ocultar aquello que éramos y que no podemos cambiar, a irnos y celebrarlo, pero sin reflexión de por medio. Eso nos ha dejado unas cicatrices que no se ven, pero que están ahí y que yo veo en mi entorno y mis amigos. No puede ser casualidad que tantísimas personas del colectivo tengamos un patrón tan, tan similar y tan definido. Yo con cuatro años sabía que mi pueblo no era mi lugar. Sabía que yo me iba a tener que ir. Por una parte eso me ayudó a soportar mejor la espera y a ver un punto de fuga. Pero por otra parte, qué cosa más triste enseñarle a un niño de cuatro años que ese sitio donde vive no es un lugar adecuado para él. Quiero decir, las personas del colectivo de momento no tenemos mente colmena, aunque lo parezca. O sea que nos tuvieron que enseñar a despreciarnos a nosotros mismos y a odiarnos a nosotros mismos de alguna manera. Evidentemente, a mí nadie me me vino y me dijo "oye, pequeño Enrique, Alpera no es tu lugar". Pero lo aprendí, lo aprendí yo, lo aprendieron las personas trans, lo aprendieron las proto lesbianas, los proto maricas, los bisexuales..., lo aprendimos. Estaba en el ambiente. También me gusta insistir en que La mancha es una novela sin bullying. Es una novela sin violencia explícita, física, que por supuesto, también sigue formando parte de nuestra experiencia. Y ahí están las agresiones LGTBI aumentando cada año. Hace falta recordar todos los días que en España se mató a un chico a golpes por gay hace dos años. Quiero decir, eso sigue ocurriendo, pero la mayoría de las veces lo que ocurre es ambiental. Es una violencia simbólica, que está en el ambiente, es casi una presión atmosférica y claro, ¿cómo escapa uno a la presión atmosférica? Es imposible. Las personas del colectivo, insisto, al menos de mi generación y anteriores, hemos atravesado nuestra adolescencia en soledad. Eso para empezar. Porque incluso si detectábamos que había otra persona pasando por lo mismo a nuestro alrededor, se convertía en nuestra contrincante. Si había otro niño más marica que tú en el instituto, pasaba a ser tu enemigo. Era como "meteros con él, que él es más marica que yo, yo lo oculto con más éxito". Qué perfecto es este sistema que incluso tus aliados potenciales los convierte en enemigos. Es que incluso físicamente. Yo me pasé la adolescencia hiper vigilante de cómo movía el cuerpo, de cómo andaba, de cómo entonaba las frases, de cómo me expresaba. Porque uno tiene la sensación de que en cualquier momento le van a descubrir. ¿Le van a descubrir el qué? Esa información, esa figura mitológica, casi, que circulaba. Porque a mí nadie me habló de que a mí podían no gustarme las mujeres cuando creciera. A mí, de niño y adolescente, me hablaron más de extraterrestres que de personas LGTBIQ+. Quiero decir, aquello no circulaba, aquello era una figura casi mítica que se la nombraba o para insultar o se la nombraba como al coco. Era una cosa como que nadie sabía exactamente dónde estaba, pero que estaba como ahí, acechante, peligrosa. Y por supuesto, uno no quiere ser un insulto, uno no quiere encarnar aquello que solo merece desprecio y que se usa para atacar. Entonces, cuando te empiezas a dar cuenta de que eres un proto mariquita maravilloso, pues eso viene después, lo de maravilloso. Pero al principio lo que haces es ocultar esa mancha, intentar por todos los medios que no se te note, que no se te note. Y eso un día entero. Imaginemos lo cansado que es tener una mancha en la camisa y ocultarla un día entero. Pues imaginaos todos los días, todo el año, todas las estaciones, a todas horas, incluso en tu propia casa, durante la adolescencia entera. Claro, nadie sale indemne de eso.

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Son muchas las personas que que me han escrito para decirme pues mira, soy homosexual, tengo 55 años y cuando voy a mi pueblo a ver a mi madre, sigo haciendo la compra en el pueblo de al lado. Y todos entendemos por qué va a hacer la compra ese hombre al pueblo de al lado. Sabemos que no le va a pasar nada en su pueblo, pero se le ha quedado ese trauma enquistado. Así que La mancha quiero pensar que es por lo menos una pequeña luciérnaga que ilumina un poquito ese inicio de una cierta reconciliación, que reconciliar no es amnistiar, no es olvidarse del pasado.

De Carmen Martín Gaite, abres la novela con una cita de ella, a La isla del tesoro, un referente en los años 40 y 50. Recoges en La mancha series, películas y libros. ¿Cuáles han sido tus referentes culturales?

Uno tiene sus lecturas que procura que estén cerca. Valentín, además, es un chaval muy lector, lee a Truman Capote, por supuesto. Detrás de Truman Capote viene Carson McCullers. Está Carmen Martín Gaite, de la que seguimos nutriéndonos a día de hoy. Pero bueno, yo también he querido que la prosa fuera prosa marica en la medida de lo posible, porque creo que hay una forma marica de escribir o muchas formas maricas, quiero decir, pero que también eso se impregna. Aunque Valentín no lo ha descubierto todavía, yo he tenido muy cerca Tengo miedo, torero de Pedro Lemebel, por supuesto, una forma loca de escribir sin pedir perdón. Es casi como un cuplé y eso me ha servido muchísimo. Está también Rafael Chirbes ahí convocado, que es casi el otro extremo, pero bueno, aunque sea por la cosa mediterránea, que en mi zona de La Mancha también tiene algo de influjo.

 
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