La verdad es que la pena es que todo lo que se diga sonará a consuelo, y no lo es. Carolina Marín partió ayer el alma de un país con su lesión cuando ya le quedaba muy poco para luchar por el oro. La campeona del mundo Carolina Marín se había roto ya las dos rodillas, se quedó fuera de los juegos de Tokio, luchó por regresar, por recuperarse mentalmente y por jugar con dolor. Con dolor en las rodillas y en todo el cuerpo. Ayer la historia fue a repetirse en París. Decimos que lo importante es participar, pero luego medimos el éxito -y el fracaso- en función del medallero. Decimos que lo importante es el esfuerzo, pero juzgamos trayectorias enteras en función del palmarés. Carolina Marín no pudo tener medalla en Tokio ni la tendrá en París, ¿y quién se atrevería a decir que eso empequeñece su historia o la pelea que sola y con su entrenador ha librado fuera de los focos contra un dolor que sólo ella conoce? Nos han contado relatos heroicos y frases de tazas que nos dicen que las cosas acaban bien si de verdad queremos. Mercachifles que venden felicidad y a menudo provocan lo contrario: porque existe lo injusto y lo cruel. Escribe Jabois esta mañana: «No basta con merecer las cosas, a veces no basta con soñar ni trabajar duro ni con ser la mejor del mundo». Es verdad. Sin embargo, será con la trayectoria -más que con el palmarés- con la que alguien pueda ganarse el respeto, que es lo más que se puede tener: el respeto de uno mismo y el de los demás. No es fácil convertirse en un referente gracias al esfuerzo y para eso, tan difícil, no siempre hacen falta medallas. No es que sea un consuelo: es más bien un milagro.