Opinión

Regreso al futuro

Si por algo se caracteriza este agitado siglo XXI es por el retorno a las calles de nuestras ciudades de tecnologías que habíamos desterrado décadas antes convencidos de que eran cosas de un pasado que nunca volvería

Ventilador de techo / Jenny Dettrick

Madrid

Uno de los grandes negocios de los últimos veranos en nuestro país es el de la venta e instalación de ventiladores de techo, que lleva años creciendo a tasas incluso superiores al 50 %. No se trata de una fiebre por lo vintage para rescatar las imágenes de los cafés y las barberías de hace medio siglo. Tampoco es en todos los casos un sucedáneo del aire acondicionado para quienes les resulta demasiado caro (uno de cada cinco hogares en España no puede permitirse mantener la temperatura adecuada, según el INE). La razón de este fenómeno es simple: se trata de una tecnología sencilla, asequible y eficaz para ayudarnos a pasar las noches tórridas que cada vez padecemos con más frecuencia, incluso en las viviendas que disponen aire acondicionado en todas las habitaciones.

El caso de los ventiladores de techo, pese a tener algunas connotaciones exóticas que nos transportan a las películas de época, no es en realidad nada insólito. Si por algo se caracteriza este agitado siglo XXI es por el retorno a las calles de nuestras ciudades de tecnologías que habíamos desterrado décadas antes convencidos de que eran cosas de un pasado que nunca volvería. La extensión del uso de la bicicleta como medio de transporte es un ejemplo espectacular de cómo la solución a muchos de nuestros problemas no está siempre en el futuro. Nuestros abuelos pedaleaban porque el automóvil era un lujo al alcance de muy pocos. Nosotros lo hacemos después de darnos cuenta de que es la única forma de hacer que nuestras calles sean un poco más saludables y confortables. Una revelación que comparten en ciudades de todo el mundo.

Lo mismo se puede decir del tranvía. No son pocos los que todavía recordarán los viejos tranvías de su infancia y cómo, en los años setenta del siglo pasado, fueron abandonados con la convicción colectiva de que eran una rémora de los tiempos del subdesarrollo y de que era mucho mejor sustituirlos por una flota de humeantes y ruidosos autobuses, además de nuestros propios automóviles particulares. No era uno de esos rasgos carpetovetónicos que tanto nos mortificaban entonces, sino una tendencia internacional, que llevó al cierre del servicio de tranvía en dos tercios de las más de 900 ciudades del mundo que lo tenían hace un siglo. Sin embargo, en las últimas tres décadas el tranvía ha resurgido como el sistema de movilidad más adecuado para combatir la congestión del tráfico urbano, reducir la contaminación y combatir el cambio climático, y hoy son ya más de 400 las ciudades que cuentan con este medio de transporte medioambientalmente sostenible.

Los países que no hace mucho estaban en vías de desarrollo suelen tener una intensa fe en que solo las cosas nuevas garantizan el acceso a un futuro mejor. Para ellos el progreso está siempre adelante, por lo que mirar atrás se convierte en un pecado de trasnochada nostalgia. A estas alturas, sin embargo, tenemos ya suficiente información para saber que el planeta no da más de sí, que algunos de nuestros supuestos avances tecnológicos crean más problemas de los que resuelven y que la calidad de vida consiste en principios básicos que tienen poco que ver con las modas.

Reconocer que la modernidad no era jauja y que se puede mirar atrás sin convertirse en un reaccionario es un ejercicio individual y colectivo de cierto riesgo, como bien lo sabemos ahora cuando prolifera tanto inventor de pasados gloriosos. Pero merece la pena intentarlo. Es perfectamente compatible creer que no es aceptable ningún retroceso en derechos sociales y en libertades individuales con estar seguros de que necesitamos más toldos en nuestras calles para sobrevivir en las islas de calor de nuestras ciudades. Tengámoslo claro: lo único que es indiscutiblemente una involución histórica de libro es sostener que la justicia social es una aberración.

José Carlos Arnal Losilla

Periodista y escritor. Autor de “Ciudad abierta,...