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Venecia 2024 | Angelina Jolie se reencarna en María Callas en un interesante y poliédrico retrato del trauma

Pablo Larraín, quién ya se había acercado a figuras como Jackie Kennedy o Lady Di, filma la vida de la soprano griega centrándose en los últimos días de su vida

Crítica de 'María', de Pablo Larraín, con Angelina Jolie

Venecia

El director chileno Pablo Larraín lleva un tiempo cambiando el género del biopic, un tipo de películas que tienen mucho predicamento y que suelen repetir el mismo patrón. En su caso, sin embargo, nunca hay esquemas repetidos, ni convencionales. El primero de todos ellos fue en español, sobre un tótem de la cultura y la idiosincrasia de su país, el poeta Pablo Neruda, que rompía con todo y se adentraba en las heridas del Chile reciente. Los segundos fueron en inglés y sobre mujeres heridas y dañadas en momentos concretos de la historia, como fue Jackie (2016), con Natalie Portman en el papel de Jackie Kennedy, tras el asesinato de su marido, el presidente de Estados Unidos, y Spencer, sobre Diana de Gales, la princesa que nunca quiso serlo. El cierre de esta especie de trilogía lo acaba de presentar en el Festival de Venecia, certamen que ha acogido sus últimos estrenos, y se focaliza nada menos que en María Callas.

Angelina Jolie se transmuta en La Divina. Lo ha dado todo para interpretar a una de las sopranos más importantes de la historia de la ópera y una mujer doliente y traumatizada, cuya vida se ha contado con todo lujo de especulaciones. La estrella lleva un tiempo más apartada del cine, pero regresa con uno de esos trabajos que pueden darle infinidad de premios. Su interpretación se aleja del histrionismo y de la copia y focaliza la debilidad y fragilidad de esta mujer que desde su Medea quiso adelgazar a toda costa, perdió la voz y al hombre del que estaba enamorada. Esa fragilidad, que a veces desaparece para que salga el carácter de la diva. La cuestión del parecido físico es irrelevante aquí, pues lo que queda es el relato del dolor y la belleza. Un retrato mucho más profundo que el de Fanny Ardant en Callas forever.

La película juega con distintos formatos e imágenes, para ilustrar el apogeo artístico de la soprano y también algunos de sus recuerdos, que el personaje cuenta a un periodista, Kodi Smit-McPhee, de los pocos que empatizó con ella en esa última etapa de su vida. Como en Spencer, la actriz recorre teatros, palacios, restaurantes y paisajes parisinos. La arquitectura de grandes techos y columnas para evidenciar la soledad de esta mujer. Un viaje bello y trágico el que nos ofrece Pablo Larraín, que focaliza la vida de la Callas en la última semana antes de morir el 16 de septiembre de 1977, de un paro cardíaco con apenas 53 años, después de un tiempo enganchada a los tranquilizantes. En esa semana, recluida en su apartamento de París, acompañada de dos criados italianos, y recordando las luces y sombras de su vida y su pasado, es como los espectadores se hacen una idea de la dimensión artística y vital de la cantante.

Lejos de ser una tragedia, la película quiere celebrar a esta mujer, que se pasó su vida cantando para los demás. Enamorada de la ópera, aunque fuera la causa de su declive. Primero cantó obligada por su madre para los nazis que ocuparon Grecia tras la Segunda Guerra mundial, después cantó para el público que pagaba y se enfadaba si ella no estaba a la altura. Ahora, dice el personaje, canta para ella. Es como si ante la muerte, la cantante fuera por fin libre de ataduras. Tampoco pretende ser un retrato fidedigno de lo que fue su vida y obra, ni siquiera sus memorias. Larraín es experto en utilizar la ficción para rellenar aquellos huecos de la historia, para crear una realidad ilusoria del pasado, para hacer justicia con sus personajes. No supimos realmente cómo fueron los últimos días de María Callas, pero sí sabemos que estuvo sola, se sintió sola. Por eso, es muy interesante la familia que configura el director chileno, sus dos criados italianos, Alba Rohrwacher y Pierfrancesco Fabino, que cuidaron de ella como si fueran sus padres o sus hermanos, o sus amigos.

Fotograma de Maria

Fotograma de Maria / CEDIDA

El retrato de la Callas que firma Larraín tiene mucho que ver con el que realizó en sus anteriores biopics. Como Jackie y Diana, María es perturbadora y frágil, vanidosa y digna, patética y tierna. Tres mujeres delimitadas por sus decisiones y sus circunstancias. Pero además, la relación con el personaje de Jackie va más allá, pues ambas compartieron amante. El gran amor de la cantante fue el magnate griego Aristóteles Onasis, al que interpreta Haluk Bilginer, que la dejó para casarse con la ex primera dama americana. También aparece John Kennedy y hasta Marilyn Monroe en el mítico cumpleaños que dio la vuelta al mundo. El evento le sirve a Larraín para mostrar la maldad de los hombres, de sus amantes, pero también de la crítica que, como reconocía Angelina Jolie en la rueda de prensa, fue extremadamente dura con una mujer que siempre hizo todo lo posible para recuperar su voz y su posición en el mundo de la Ópera.

Los momentos musicales son los más emocionantes y bellos del filme. Madame Butterfly, Casta Diva, Ana Bolena, Medea, que la actriz recrea en los grandes escenarios por donde el personaje real pasó. El Convent Garden, La Fenice de Venecia, la Scala de Milán, o el salón de su casa, donde canta para su criada, con la esperanza de volver a ser magnífica y perfecta, como lo fue años atrás. "Han sido días muy emocionantes los que he pasado con este proyecto. He mirado con sus gafas, con su ropa y me he preguntado quién era ella, un ser humano que lidia con la soledad", reconocía la actriz en la rueda de prensa de un festival que podría posicionarla en la carrera por el Oscar. "He hecho esta película teniendo en cuenta solo una cosa, a los fans de María Callas y de la Ópera", explicaba para decir que ojalá este filme atraiga a más gente a la música clásica.

El Jockey, críptica propuesta argentina con Úrsula Corberó

De personajes encerrados que quieren liberarse de sus ataduras va también otra de las películas de competición este jueves. El Jockey es el largometraje del cineasta argentino Luis Ortega, que tras El Ángel, debuta en Venecia con esta inclasificable película sobre la libertad individual y la identidad. Un ejercicio de estilo al que se encomienda este joven director, que juega con el baile, la música y la estética, para contarnos el viaje de Remo Manfredini, un jinete exitoso y ganador, pero que su comportamiento autodestructivo lo lleva a huir de todo y de todos.

El día de la carrera más importante de su carrera, que lo liberará de sus deudas con su jefe mafioso, sufre un grave accidente, desaparece del hospital y deambula por las calles de Buenos Aires como un mendigo vestido de mujer. La idea surgió después de ver a un tipo ruso que andaba por las calles de su ciudad con un abrigo de pieles, como hace el personaje de Nahuel Pérez Biscayart. “La película gira en torno a este asunto de que nadie sabe quién es. Algunos saben que no saben y otros están más aferrados a sus personajes. Una persona es que no se encuentra a si misma. Elegí el Hipódromo de Palermo para filmar porque es un lugar maravilloso. Pero no trata para nada sobre el mundo de las carreras. Es más bien sobre el mundo del cine", explicaba el director que no ha querido ahondar en los temas ni elecciones de una película plagada de humor negro y con Nino Bravo como banda sonora.

Coproducida por Argentina, México, España y Dinamarca (entre sus productores aparecen el actor Benicio del Toro, Axel Kuschevatzky y Cindy Teperman), El jockey cuenta además con un nutrido elenco de actores latinoamericanos y españoles, como Daniel Fanego, el mexicano Daniel Giménez Cacho, la actriz chilena Mariana Di Girólamo y la española Úrsula Corberó que da un giro en su carrera, centrada en lo mainstream y en las producciones de Netflix, para adentrarse en un filme complejo que quiere ser críptico a toda costa y, cuya falta de profundidad acaba quitando peso al estilo.

Pepa Blanes

Es jefa de Cultura de la Cadena SER. Licenciada...