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‘El eco’, una poética inmersión en las mujeres rurales de México

La directora Tatiana Huezo retrata a una pequeña comunidad campesina y los ciclos de la vida desde la infancia

BTEAM Pictures

Madrid

Entre la ficción y el documental, el cine de Tatiana Huezo se ha acercado a la guerra, la violencia, el narcotráfico o el crimen organizado en títulos como x o ‘Noche de fuego’. Lo ha hecho con cercanía a historias humanas, con relatos centrados en las mujeres y la infancia. Ahora la directora y guionista salvodereña-mexicana busca cambiar el punto de vista, otra mirada a la vida de la gente. “Quería seguir hablando de México desde otro lugar, desde un lugar menos doloroso, menos oscuro. Mis pelis anteriores hablan de esta herida que nos atraviesa y que ha trastocado la vida del país en los últimos años. Y mi alma necesitaba descansar. Llevo muchos años trabajando con estos temas dolorosos, aquí el motor de la historia parte desde otro sitio, desde el cuidado de la tierra, desde la crianza… Desde hace unos años estoy criando a una hija también que mira el mundo desde un lugar tan puro, tan honesto y tan sorpresivo, entonces estoy instalada un poco ahí”, confesaba la cineasta en el pasado Festival de San Sebastián.

En ‘El Eco’, nombre de un valle rural mexicano, propone una inmersión en el día a día de una familia, en sus rutinas en el campo, en la casa o en la escuela, un retrato de una comunidad aislada y también, cada vez más, amenazada por el capitalismo y la violencia. “Quería guardar un pedacito de la vida campesina en México, es una forma de vida que está en peligro. Los campesinos y sus comunidades son los últimos guardianes del territorio, de un territorio asediado por los proyectos extractivos que saquean sus recursos naturales, por la violencia. Este peligro sobrevuela la historia todo el tiempo, pero el foco está puesto en otro lado. Y para mí era muy importante no hacer un retrato paternalista ni romántico sobre sobre este universo, es el retrato de una forma de vida asombrosa, pero también llena de dificultades. Hay un ahogo económico y de alguna forma esta desigualdad económica que existe en México, en el mundo campesino y yo creo que en toda Latinoamérica, también define la existencia de los personajes”, explica tras pasar cuatro años con este proyecto y la familia protagonista.

Tatiana Huezo mira con transparencia y honestidad a esa familia, con la complicidad de una cámara que refleja los ciclos de la vida y esas herencias no materiales, los cuidados de las nietas a la abuela, las labores en la casa y en el campo para sobrevivir, la educación de unas niñas que sueñan con estudiar y le dan clases a sus muñecos, o las adolescentes y sus primeros deseos y miedos. “El reto era mirar, reencontrar lo extraordinario en estas cosas pequeñas con las que nos podemos identificar cualquier ser humano. Es la capacidad de cuidar al otro, de hablar de cosas muy humanas”, dice de esta historia intergeneracional donde las mujeres sostienen el hogar, la crianza y las cosechas mientras los hombres van y vienen de trabajar en los núcleos urbanos y siguen imponiendo un modo de vida patriarcal. “Son las jefas, de alguna forma llevan la batuta, llevan la crianza de los niños, llevan la crianza de los animales. También son las que se quedan en el pueblo a sacar adelante la siembra, a los hijos en la escuela, porque la mayoría de los hombres tienen que salir a trabajar para buscar dinero. En los pueblos campesinos no hay trabajo para la gente, el sustento es de lo que tú siembras, de ahí van a comer las familias y de ahí van a comer los animales. Y la vida de la gente depende de ello. Depende del cuidado de la tierra y de los animales y de los ciclos. De hecho, es un lugar donde el clima se ha vuelto cada vez más extremo y eso ha vuelto también más difícil la sobrevivencia”, añade.

La directora trabaja desde el documental con herramientas y una narrativa propia de la ficción sin perder de vista la inocente y vitalista mirada de la infancia, de esas niñas que se preguntan por su futuro, sueñan con estudiar y romper, del alguna manera, esos ciclos. “Para mí es ante todo una película que habla de la infancia y de la magia que hay en ese momento, de la ternura y de ese momento donde todavía creemos en todo. La posibilidad de creer totalmente en la amistad, en el amor, en abrazar un árbol y sentir consuelo”. En ‘El eco’ caben muchas vidas y una sola con su circularidad, la de la muerte, la de la dificultad de sobrevivir en unas tierras azotadas por la sequía o las fuertes tormentas, la de un estilo de vida en extinción, pero ante todo, hay una mirada humanista a las pequeñas cosas que conforman la vida y también una mirada política, una defensa de lo colectivo, de lo común, ante un mundo cada vez más individualista. “Es una muestra de lo que significa el sentido de comunidad en un mundo donde donde manda el individuo y sus problemas, donde el otro no existe. Entonces pienso que es una peli que también habla de eso, del sentido de comunidad y de la importancia de cuidar al otro”.

Tatiana Huezo, que descubrió este lugar gracias a la labor de las escuelas rurales, logra componer un relato luminoso, poético y evocador, una película sensorial donde destaca el trabajo sonoro y la textura de unas imágenes que meten al espectador en ese valle, un valle que también conserva su mitología y sus misterios, los de el eco. “Un día comimos en casa de una mujer mayor y yo le pregunté que por qué se llamaba El Eco esa zona, de dónde salía ese nombre, si había eco en algún lugar del pueblo. Y me dijo, no, no, que yo sepa, no sé qué es eso del eco, ni por qué le dicen así al pueblo. Lo que sí le puedo decir es que cuando sopla el viento, que aquí sopla muy recio, se lleva a pasear las palabras de la gente. Usted tiene que tener mucho cuidado con lo que dice, porque aquí se oye lo que cuenta el de aquella casa y el de aquella otra”, concluye la realizadora con una anécdota que le hizo, dice, enamorarse definitivamente de ese lugar.

 
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