Venecia 2024 | Pedro Almodóvar eleva el melodrama con una bella historia de amistad femenina en 'La habitación de al lado'
Julianne Moore y Tilda Swinton brillan en una película sobre la dignidad de la vida y la muerte que supone la primera incursión al inglés en un largometraje del director manchego
Cadena SER
Venecia
Dos temas profundamente almodovarianos centran La habitación de al lado, el nuevo filme de Pedro Almodóvar y el primero de su carrera que ha rodado en inglés. Dos temas que el director ha ido tratando a lo largo de su filmografía: la amistad femenina y la relación con la muerte, y que ahora, en un punto importante en su carrera, a sus 74 años, le ayudan a dar un salto en su filmografía con una película contenida, que combina el artificio con la naturalidad y que deja atrás el melodrama, aunque no la influencia de Douglas Sirk, uno de los referentes de Almodóvar. Es cierto que algo queda de ese género que el cineasta alemán y el manchego han elevado a la categoría de alta cultura, quizá el uso de la música, que vuelve a ser brillante, como todas las bandas sonoras que firma Alberto Iglesias, que se mueve entre los elementos clásicos, adaptándose a cada situación: suspense, nostalgia, ternura, tristeza, por las que pasan los dos personajes protagonistas, dos amigas que se reencuentran tras años sin verse.
Durante siglos, la enemistad femenina ha dominado el relato del cine y de la literatura. Sin embargo, en la vida real, en los pueblos, en los barrios, las mujeres se han ayudado, se han defendido, se han cuidado. Si hay un cineasta que ha cuestionado ese relato patriarcal es Pedro Almodóvar. Nos enseñó cómo las vecinas de Carmen Maura en ¿Qué he hecho yo para merecer esto? y las de Penélope Cruz en Volver se cubrían las espaldas. O cómo las mujeres solitarias podían formar una familia alternativa en Todo sobre mi madre. La amistad centra la trama de esta adaptación libre de Cuál es tu tormento (Anagrama), novela de la escritora norteamericana Sigrid Nunez. Una amistad preciosa, más grande que la vida y que se basa en algo que afirmaba el mismísimo Cicerón, que la primera ley de la amistad es pedir a los amigos cosas honestas y hacer solo cosas honestas por los amigos. No es fácil la petición que le hace el personaje de Tilda Swinton al de Julianne Moore, pero sí, como señalaba Cicerón, es una proposición honesta.
Ingrid y Martha dos mujeres que trabajaron juntas en los ochenta en una revista. Periodista de guerra una, escritora de autoficción la otra, han llegado a la madurez con trayectorias vitales y profesionales diferentes. Por lo que cada una se relaciona de manera distinta con la vida y con la muerte. Ahora se encuentran de nuevo juntas ante la enfermedad de una de ellas. Almodóvar habla del final de la vida, de la dignidad de la muerte, de cómo sobrellevar una enfermedad como un cáncer. No es baladí que la escritora fuera la nuera de Susan Sontag, que teorizó sobre la enfermedad, en concreto sobre el cáncer, y cuya tesis aparece en boca del personaje de Tilda Swinton. El cáncer no es una lucha entre el paciente y la enfermedad. No hay héroes, ni perdedores.
Cuenta Antonio Holguín, en su ensayo sobre el director manchego, que sus películas demuestran la evolución íntima del propio cineasta, su cambio y su madurez. Así, desde La flor de mi secreto, sus personajes se vuelven más serios, más solitarios, no tan alocados y fiesteros como en sus películas precedentes. A partir de Dolor y Gloria, sus personajes han tomado un nuevo camino, han madurado más, conviven con el paso de la vida, las enfermedades, las aceptan y las enfrentan. Se acercan a la muerte de otra manera. No tanto como esas mujeres limpiando las tumbas que vislumbramos al inicio de Volver, ni a esa idea de la muerte como liberación que aparecía en ¿Qué he hecho yo para merecer esto? Tampoco como una tragedia que superar como en Todo sobre mi madre. Aquí la muerte es aprender a aceptar la enfermedad, a decidir el final y a desear una manera de morir.
Hijo del technicolor, Almodóvar utiliza los colores habituales de su cine: el rojo, el verde, el amarillo, en la ropa de las protagonistas, en las puertas de las casas, en los muebles. La estética es cada vez más estilizada, como si quisiera darle luz y belleza a la muerte. La amistad y el placer, sexual y visual, nos dice esta historia, son los únicos aliados para luchar contra el horror. Como decía Carmen Machi en La concejala antropófaga, no hay nada más democrático que el deseo. Cambiemos deseo por placer, no solo sexual, sino vital, como el de estas dos amigas, que lo obtienen viendo comedias del cine mudo de Buster Keaton, que disfrutan del arte, de los libros.
El salto al inglés de Almodóvar se lleva barruntando desde que preparara el guion de The paperboy, o con el de Julieta, adaptación de otra escritora anglosajona, que finalmente fue en español, o con Manual para mujeres de la limpieza, proyecto que finalmente decidió cancelar. Tras dos cortometrajes en inglés en los que el director se ha sentido cómodo, La voz humana, ya con Tilda Swinton, y en Extraña forma de vida, aquí ha dado por fin ese paso.
El resultado es una película tremendamente anglosajona, ambientada en Nueva York, pero que no renuncia a los grandes elementos del estilo almodovarianos, tan idiosincrásicos. La luz, el color, el encuadre, los personajes y tramas secundarias, que aparecen en forma de flashbacks y que nos permiten adentrarnos en historias curiosas como la de los carmelitas gays, o la de un ex veterano de Vietnam, protagonizadas por actores españoles como Vicky Luengo, Juan Diego Botto, Raúl Arévalo y Melina Matthews. Por supuesto, está la palabra, el diálogo que no cesa. Este era quizá uno de los peligros de llevar su estilo a otro idioma, que se perdiera su uso del diálogo, de las frases. Sin embargo no ha ocurrido. Escuchamos a esas amigas contarse historias, hablar de cine, de hombres, como John Turturro, de sexo, de maternidad, del pasado, también de dolores, físicos -como los que genera el cáncer- y del alma, como esa relación madre e hija marcada por el resquemor. Este es un tema que ya tocó Almodóvar, porque otra cualidad de su cine es la capacidad de autocitarse, de autorreferenciarse, de conectar una película con otra. La habitación de al lado bebe de dos de sus películas más significativas, Hable con ella, donde esa escena de las tumbonas al sol nos recuerda a la imagen de Rosario y Leonor Walting, y a Julieta, la película donde una madre y una hija se separaban por un malentendido.
Está el humor y están las referencias al arte, al cine. De la fotografía de Cristina García Rodero, de esas mujeres en blanco y negro en procesión, a un cuadro de Louis Bougeois, a la mención explícita a la pintora Dora Carrington y a su historia de amor y de muerte. Está Edward Hopper, un viejo conocido en su cine, a quien ya homenajeó en La Ley del deseo, y a quien aquí cita con con el cuadro Gente al sol. Quizá lo más emotivo es la última escena de Dublineses, la adaptación del relato de James Joyce que rodó John Houston cuando estaba punto de morir. Que nos habla de que los muertos no son los de las tumbas del cementerio sobre el que cae la nieve, sino los que están muertos por dentro. Faulkner pidió valor cuando ganó el Premio Nobel, una vuelta a las viejas verdades universales -amor, honor, piedad, orgullo, compasión y sacrifico- sin los cuales un relato no duraría más que un día. Valores que Almodóvar ha sabido encauzar en una película contenida, quizá no perfecta, pero llena de belleza y filosofía.
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Pepa Blanes
Es jefa de Cultura de la Cadena SER. Licenciada en Periodismo por la UCM y Máster en Análisis Sociocultural...