París no se acaba nunca
Uno de los máximos beneficiarios del éxito de los Juegos Olímpicos será la propia capital francesa
El indiscutible y, en gran medida, inesperado éxito de los Juegos Olímpicos de París dejará un notable legado para el futuro. Más allá del subidón de autoestima de los franceses, que han conseguido sacar adelante unos Juegos seguros, bien organizados, con grandes hazañas deportivas y masiva y entusiasta asistencia de público en un entorno nacional e internacional de máximo riesgo, uno de los máximos beneficiarios será la propia capital francesa.
Los franceses están eufóricos con los Juegos Olímpicos
Hay que reconocer que el reto para sus gestores era mayúsculo. Resultaba difícil imaginar que una de las ciudades más conocidas del planeta pudiera sorprender a nadie, ni quitarse de encima el estigma de su proverbial arrogancia. La escritora Muriel Barbery dice que París "es una ciudad hecha para resaltar el poder", llena de jardines simétricos y edificios orgullosos protegidos por brillantes dorados y hierro forjado.
La original respuesta de los organizadores de los Juegos no ha sido ocultar o disimular esos atributos sino integrarlos en un nuevo uso extraordinariamente popular como es el deporte. Aunque a uno no le interese en absoluto la esgrima o el pentatlón, era imposible resistirse a admirar los encantos de Versalles, del Grand Palais o la siempre magnética Torre Eiffel. Ha sido un gesto de inteligente humildad y de actualización del París eterno a los valores del siglo XXI. Más París que nunca.
Además de ese impacto en el ámbito de lo simbólico -que es clave para el turismo-, los Juegos han servido también para la puesta de largo de la política impulsada desde hace años por la alcaldesa Hidalgo de adaptación del medio urbano parisino a las necesidades de sostenibilidad y calidad de vida. La recuperación del Sena como espacio para uso lúdico y deportivo será un proyecto de profundo impacto durante las próximas décadas, como lo están siendo ya las numerosas iniciativas de reducción del tráfico privado para dejar sitio a las trabajos de renaturalización del espacio público, la movilidad en bicicleta y la creación de entornos verdes, seguros y relajados alrededor de las escuelas. Un proyecto urbano que culminará con la conversión de los Campos Elíseos en un gran jardín entre el Arco del Triunfo y la plaza de la Concordia (¿alguna idea para el Paseo del Prado o el Paseo de Gracia?).
Un tercer efecto del éxito de París 2024 tendrá un impacto todavía más global al revitalizar una vez más el uso de los grandes eventos internacionales como palanca esencial para el reposicionamiento y la transformación urbana. Desde Barcelona 92 los Juegos Olímpicos no habían sido precisamente una sucesión de éxitos más allá de lo deportivo (lo de Pekín en 2008 fue ante todo una abrumadora demostración de un poder autoritario).
En un mundo de flujos continuos de información, donde la vida ocurre ya en streaming ubicuo y permanente, y las ciudades se parecen cada vez más unas a otras precisamente por la necesidad de contar con las infraestructuras que definen a las ciudades globales, es difícil rentabilizar y dar sentido a las grandes inversiones necesarias para albergar expos, juegos olímpicos, ferias o grandes premios automovilísticos.
Sin embargo, siempre hay alguien capaz de encontrar una respuesta diferente. Francia la ha dado, sin inventar nada nuevo ni construir grandes artefactos de incierto futuro. Lo ha hecho exhibiendo con más orgullo que nunca los hitos de su historia, más vigentes y valiosos que nunca: los derechos humanos, la inclusión, la igualdad, la libertad frente a poderes que se pretenden absolutos.
Enrique Vila-Matas escribió hace algunos años que París jamás ha salido de viaje y además no se acaba nunca. Justo lo que hemos visto sorprendidos y maravillados durante estas semanas. A París le bastaba mirarse a sí misma una vez más para mostrarse de una forma completamente nueva, que es la única forma de que algo no tenga fin.
José Carlos Arnal Losilla
Periodista y escritor. Autor de “Ciudad abierta,...