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Venecia 2024 | Todd Phillips despolitiza el nuevo 'Joker' con un Joaquin Phoenix más desatado que nunca

Venecia se rinde a Lady Gaga y al actor, ganador del Oscar por este mismo papel, en una película entretenida, llena de brillantes escenas musicales pero con una floja historia y sin el peso político y social que tenía la primera entrega que ganó aquí el León de Oro

Aquí puedes ver la vídeo-crítica de Pepa Blanes y José Manuel Romero de la segunda parte de 'Joker' / Cadena SER

Venecia

La misma dupla que consiguió el éxito antes de la pandemia vuelve a El Lido, Todd Phillips como director y Joaquín Phoenix como actor por un papel que le dio el Oscar. Lo cierto es que el intérprete está todavía mejor en esta segunda entrega donde su interpretación mezcla fragilidad, locura, violencia, la risa perturbadora y exagerada que le dio al personaje y baile y cante. No hay dudas de que Joker, Folie à deux es un musical, mal que le pese a su director, que se ha pasado todo el verano diciendo a la prensa que ni usaba este género, ni tenía referencias a los cómics. Y para ello ha sumado a otra estrella, Lady Gaga, como Harleen “Lee” Quinzel, un trasunto de Harley Quinn, para volver a la competición veneciana con alguna baza nueva para competir de nuevo por el máximo galardón, el León de Oro.

El Festival de Venecia se rinde al talento español

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El director sabía que debía esforzarse para superar o, al menos, igualar, el fenómeno y la brillantez de la primera entrega, por lo que echa el resto en lo formal y cambia totalmente el enfoque de esta película. El filme se abre con una escena de animación, emulando los Looney Tunes, cortesía del animador de Las trillizas de Belleville, Sylvain Chomet, que le sirve para explicar la fama que ha logrado el personaje del Joker, convertido en héroe de una especie de resistencia de los desencantados del sistema después de matar en prime time al famoso periodista de televisión, durante la franja de máxima audiencia televisiva, recuerden la escena de la primera entrega con Robert de Niro. Phillips se las ingenia por innovar desde ese inicio. Además de ese guiño a la animación, utiliza varios formatos, para evidenciar que el personaje está siendo filmado por la cámara de un periodista, antes del juicio que decidirá si es condenado a muerte, por las cámaras de seguridad o las imágenes de la televisión que los reclusos ven desde la cárcel. Pero sobre todo, la originalidad está en los números musicales, que homenajean al cine y a la televisión americana, a estrellas clásicas como Judy Garland y Fred Astaire o incluso a Sonny y Cher, pero siempre con instintos asesinos amenazando con salir a la luz. Una especie de programa de variedades con éxito, el sueño del personaje, que sirven para examinar la mente perturbada y peligrosa de Arthur Fleck y que cuentan con el poderío de Lady Gaga y el carisma de Joaquín Phoenix.

Un despliegue visual que ha costado casi 200 millones y que se acompaña de canciones como “Get Happy”, “For Once in My Life” y “That’s Life”. A Phoenix ya le vimos cantar en una película, haciendo de Johnny Cash en Walk the Line. Aquí la brillantez de su trabajo estriba en que lo mismo borda el número de musical, que lo mismo desafina por exigencia del guion. Contaba el director, que tanto Phoenix, como Gaga hicieron todo en director, acompañados por un pianista que actuó fuera de cámara, tratando de mantener el ritmo que ellos fueran marcando.

El problema es que, como ocurría en el mayo francés, debajo de los adoquines no está la playa. Este Joker parece una justificación del anterior, como si le hubiera dado miedo al creador lo lejos que llegó su personaje y su historia. Joker fue leído como una víctima de la desigualdad, que era el motor de la violencia en la sociedad actual, en un mundo donde el malestar social por las diferencias económicas era un hervidero. Pero también hubo otras lecturas y hasta la apropiación de los forococheros e incels en un momento trumpista de la historia. Cabe recordar que el filme se estrenó antes de la pandemia en un contexto de marchas y manifestaciones en distintos lugares del mundo, debidas a la desigualdad. Después llegó la pandemia, las medidas del confinamiento y las salvajes y peligrosas teorías de la conspiración y ahora no sabemos muy bien donde estamos. Justo como la trama de esta segunda parte.

Hasta ahora nos había quedado claro, a pesar de los debates, que Joker se había convertido, sin planificarlo, en un líder antisistema, cuyo lema era Kill the rich y que llevó a vestirse de payasos a todos los que se identificaron con este extravagante y complejo personaje. La historia no era más que la conversión de un personaje que pasa de parásito a líder de una revuelta. Un enfermo mental al que los recortes de Thomas Wayne y el resto de poderosos dejan sin acceso a la sanidad, ni a un puesto de trabajo, ni a una vida digna. Mientras los ricos de Gotham suman más y más dinero. Toda una metáfora de la sociedad actual.

En esta ocasión, la película transcurre dentro del penal donde guarda condena después de los sucesos de la primera parte. El personaje sufre palizas y burlas de los policías, porque hasta las instituciones que velan por la seguridad se ríen del raro y el diferente, un tema que aparecía en el primer filme y que desencadenaba la violencia del personaje. De ahí, pasa al juicio, donde Joker o Arthur tiene que convencer al juez y al jurado popular de que es un enfermo, que no es consciente de todo el mal y que ha hecho progresos para alejarse de esas voces de su cabeza que le dicen que es el payaso violento. La disociación como excusa para evitar la pena de muerte. El guion se adentra en la disyuntiva de entender el mal y cómo se genera. ¿Era un enfermo mental sin protección del estado y la sociedad o era un malvado asesino? ¿Puede el amor salvar a una mente herida o maltratarla más? ¿Es la obsesión por la fama lo peor que puede haber en este mundo? Son los temas que apunta la historia cuyo argumento está algo estirado. De todos los asuntos, quizá el que más desarrolle sea el del ego, la fama y los seguidores a ciegas. Lo hace gracias a la obsesión del personaje de Gaga, una loquita obsesionada con Joker, al que ha visto en televisión y del que se enamora.

Joker, folie à deux nos muestra los peligros de la fe a ciegas en los líderes vacíos de contenido, en que hemos cruzado la línea entre la ficción y la realidad, entre la verdad y la mentira. Es como si dijera a los incels que Joker es solo un psicópata, que no es real, que no existe en nuestra sociedad y que cuidado con espectacularizar todo. Si todo es un show, si todos queremos que nos miren, que nos sigan, que nos aplaudan y si estamos dispuestos a todo para que nadie deje de mirar o hacer click, la cosa acaba bastante mal. El personaje de Lady Gaga quiere conocer a un asesino que vio en la televisión, como cientos de personas siguen a pies juntillas todo lo que diga un youtuber sobre tomar el sol, sobre comer o sobre pagar impuestos. Sin cuestionarse nada. La fama es lo que importa, pero como dirigía Noemí Argüelles, los links no se dan a la balalá. En definitiva, la película es entretenida, bien construida y con dos brillantes interpretaciones, pero echamos de menos más lecturas sobre el momento actual, más explicación social a un personaje que nos dio tanto en la primera entrega.

 
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