Venecia 2024 | 'M. El hijo del siglo', la serie que explica el auge de Mussolini se convierte en el nuevo 'Novecento'
El director británico Joe Wright adapta el libro de Antonio Scurati con una apuesta histriónica y antifascista con un brillante Luca Marinelli en el papel de Duce
Venecia
Hay un dicho romano muchas veces repetido, si vis pacem, para bellum, que refleja cómo consiguió Benito Mussolini, un socialista traidor, un apasionado de la violencia y la guerra, llegar a dominar, sin oposición alguna, un país como Italia en el periodo de entreguerras. Benito Mussolini se encomendaba a la paz desde las columnas de su periódico, pero preparaba la guerra con sus cachorros. La afición de este periodista, soldado y político por la antigua Roma era más que evidente, del latín cogió el nombre para su nuevo partido, el partido fascista, de las fasces romanas. Aunque más que un partido, a él, como al extrema derecha de nuestros días, le gustaba decir que era un antipartido, que practicaba la antipolítica.
Algo de razón tienen los de ahora y los de antes, puesto que la política debe considerarse como aquello que evitará la guerra y lo que quería Mussolini era provocarla. Es lo que pergeñó desde 1919, cuando volvió de la Primera Guerra Mundial, y lo que consiguió sin mucho esfuerzo, tal y como cuenta esta serie de televisión, que produce Sky Showtime y que dirige el británico Joe Wright, pero escriben los guionistas italianos Stefano Bises, de la serie Gomorra, y por Davide Serino, de Exterior Noche. Ellos contactaron con el británico una vez lograron adaptar la exitosa y colosal novela del escritor italiano Antonio Scurati, M, el hijo del siglo, que contaba cómo fue el ascenso al poder de este dictador que acabó eliminando, como todos, a sus enemigos, los socialistas y comunistas y colaborando con Hitler para la deportación de los judíos italianos. "Para mí era muy importante no demonizar a este personaje. Recuerdo las terribles atrocidades en Abu Gharib con George Bush, se decían que eran personas con el alma enferma, malvados. Ese tipo de discurso, de alguna manera, les absuelve de responsabilidad. Si los demonizamos, les eximimos de responsabilidad. Son humanos. Eran humanos. En ese sentido, lo más interesante es mirar a la naturaleza humana colectivamente y descubrir qué hay dentro de nosotros que permite que esto suceda. Esa era nuestra responsabilidad como artistas", explicaba en una entrevista en la Cadena SER.
El director de Expiación apuesta por un tono teatral, excéntrico y a veces histriónico, para retratar al personaje, que habla a cámara rompiendo la cuarta pared, dialogando con un público que observa el pasado desde el presente, donde el fascismo no deja de emerger y captar adeptos cada vez más jóvenes. Como dice el escritor francés Patrick Boucheron, los fascistas no han vuelto de la misma guisa, ahora no hay camisas negras como las que muestra la serie, pero sus consignas empiezan a ser cada vez más mayoritarias. Mientras Mussolini come albóndigas con tomate y suena una canción socialista, sus esbirros matan a los manifestantes de izquierda, sin que él se inmute. La prueba de que todo fue orquestado, pero sus manos parecían limpias. El director pone la cámara boca abajo, simula imágenes de archivo falsas en blanco y negro, usa los tonos oscuros, pues la época no fue en technicolor. "La novela tiene un estilo de collage. Hay cartas, telegramas, noticias. Esa mezcla me permitía explorar cinematográficamente la historia, dar ángulos diferentes de una misma experiencia. Y también sentí que quería transmitir la energía de la época. Obviamente, investigué mucho sobre el futurismo y los movimientos estéticos creativos, que estaban emergiendo en ese momento".
Hay más conexión con la actualidad, refleja también la parálisis de la izquierda, que de tener un amplio apoyo y conseguir mejores gracias a las huelgas y protestas entre el campesinado y los trabajadores, quedaron diezmados y relegados a un rincón. E incluso pactaron con él un pacto de no agresión después de la guerra civil. Un pacto que fue veneno, porque nada bueno puede salir de pactar con quienes defienden el fascismo y el exterminio del otro. Hablar de Mussolini hoy, especialmente a la luz de las últimas elecciones y de los últimos acontecimientos italianos, durante los cuales se ha hablado varias veces del fascismo, es una elección valiente y más después de que le autor de la novela fuera vetado el pasado mes de abril en un programa de la RAI, la televisión pública italiana. "No es solo sobre Italia, la serie habla del mundo y además quiere ir a una audiencia más joven, que no sabe qué es ser un fascista. A mi me pasaba, cuando tenía 20 años no entendía de dónde venía el fascismo. Solía llamar fascistas a la policía, a Margaret Thatcher, pero realmente no entendía dónde empezó todo. La idea es que quien ve la serie se pregunte, ¿de qué lado estás?", insiste el director.
La serie es un torbellino de ideas, de imágenes y de movimientos de cámara y escenografía, con la banda sonora del músico de Chemical Brothers. Rodada en Cinecittà con todo lujo de decorados, recreaciones históricas, es fiel a todo lo que ocurrió, a la estética, esa misma que rodea los palacios del festival de cine donde nos encontramos, y con infinidad de extras. Fue un tiempo donde las masas eran sumamente importantes y eso se refleja en los ocho capítulos de esta serie. Es alucinante cómo conecta con el momento actual, no solo por el auge de los discursos de odio, sino porque las instituciones democráticas de hoy emulan lo que hicieron las de ese siglo. Los medios de comunicación blanquean al fascismo o lo tratan como un movimiento similar al comunismo, arrinconando al Partido Socialista y dejando el camino libre para que Mussolini convenza a una parte del proletariado. Pero tanto aquí, como en Novecento, ese rotundo análisis histórico de Bertolucci, queda claro que el fascismo venció gracias a los terratenientes, a la burguesía y a la Iglesia, los que eran los enemigos de los primeros discursos del dictador, el mismo que inventó la unión de lo nacional y lo social. Al menos en sus discursos, pues después dejó de preocuparse por la clase trabajadora. La ficción sigue la estela de La zona de interés, el filme de Jonathan Glazer, que evitaba señalar a los jerarcas nazis como monstruos o enfermos. Son personas inteligentes, carismáticos, con habilidades sociales, conscientes en todo momento del daño que estaban haciendo.
La serie sigue los bandazos ideológicos del líder, su relación con los camisas negras, la rivalidad con el poeta ideólogo del movimiento, D’Annunzio y su fascinación por el poder. También su relación extramatrimonial con una mujer culta, que potenció el surgimiento de la pintura del Novecento y del futurismo. Todo ello gracias a la brillante interpretación de Luca Marinelli, actor italiano que se transmuta en ese ser, capaz de cambiar el miedo por el odio, de engatusar a todos, teniendo muchas debilidades. Consigue que el personaje sea creíble a pesar de las diferencias físicas, tridimensional y alejado de la caricatura, esto último toda una proeza. "Ha sido bastante doloroso y espeluznante hacer este papel, cuando eres actor no debes juzgar a los personajes y no es fácil con Mussolini. Yo vengo de una familia antifascista, soy antifascista, así que contarlo a mi abuela y a mis padres ha sido todo un proceso", explica el actor. Marinelli ya estuvo en Venecia con una película que ahondaba en el surgimiento del fascismo italiano, Martin Eden, del director Pietro Marcello. Aunque si a algún filme homenajea Wright es, sin duda, a Novecento, por su retrato de la violencia, aquí mucho más estilizada, o por ese guiño al los guiñoles que aparece en uno de los capítulos y que era clave en el filme protagonizado por Robert De Niro y Gerard Depardieu. Sin duda, el gran acierto de la serie es haber apostado por el italiano, a diferencia de lo que hizo Bertolucci. "Amo a Bertolucci, y a Visconti, y al cine Italiano", reconocía Wright.
Walter Benjamin dijo la verdadera catástrofe no está en el suceso inesperado, sino en que todo siga igual de mal, porque nadie encuentra el modo de evitarlo. En esas nos hallamos. El odio, la violencia, verbal o física, la intransigencia no dejan de crecer. Son el caldo de cultivo para que, como en la Italia del XIX, crezcan líderes que idolatran la violencia, que ansían el poder a toda costa, y que conectan con la gente de una manera casi inexplicable. Se hacen pasar por el pueblo, pero no lo son. Quizá más retratos como este para desenmascarar el presente a través del pasado.
Pepa Blanes
Es jefa de Cultura de la Cadena SER. Licenciada en Periodismo por la UCM y Máster en Análisis Sociocultural...