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'Té negro', la fábula romántica que pone a los europeos en su sitio

El cineasta de Mauritania Abderrahmane Sissako, nominado al Oscar por 'Timbuktu', estrena una película sobre la curiosidad y el interés por la identidad del otro con una historia de amor en China en medio de elegantes salones de té

Fotograma de Té negro / CEDIDA

Fotograma de Té negro

Madrid

Creemos los europeos que todo pasa por nosotros, que Occidente es la medida de todas las cosas. Esto ha sido así siempre. De ahí que el mapa mundi, como bien nos enseñaba El ala Oeste de la Casa Blanca, se centrara en nosotros y no en el resto de continentes. El cineasta de Mauritania, Abderrahmane Sissako, uno de los pocos directores africanos que ha conseguido competir en los grandes festivales europeos y, mayoritariamente blancos, como Cannes o Berlín, lleva explorando en su cine el cambio de centralidad y de foco en sus relatos y mostrando que, a diferencia de los europeos, los africanos se interesan por los demás. "Europa no se ha interesado nunca de verdad por África y esto sigue igual. Hay un interés económico, de explotación. Siempre lo ha habido, el mismo que España tiene en Latinoamérica. Existe además, un complejo de superioridad. Y cuando hablamos de superioridad nunca puede surgir un verdadero interés por una cultura", explica el director que firma una historia de amor entre una mujer africana y un hombre chino en Pekín en torno a un delicado y elegante salón de té.

Té negro compitió en la pasada Berlinale y nos habla de la identidad, de la búsqueda de la felicidad y el amor y de la necesidad de entender al otro. Temas que siguen siendo universales y marcando las pautas de convivencia de Europa, de África y de Asia. "En ese mismo sentido de que Europa es el centro, parece que las guerras acabaron con la Segunda Guerra Mundial, porque ya Europa no está sufriendo esa violencia, pero no es así. Hay violencia y masacres en otros continentes. Hoy vemos como somos incapaces de conseguir que haya paz en Oriente Medio. Es una violencia cotidiana que sufrimos. Necesitamos un verdadero comienzo si queremos crear, proyectar el futuro para nuestros hijos, nuestros nietos. Un mundo mejor, sin violencia. Pero eso es realmente casi una utopía", reflexiona el director acordándose de lo que ocurre ahora mismo en Gaza, una masacre sobre la que Europa no parece tomar consciencia.

La película trata sobre el exilio de una marfileña en China y su relación amorosa con un comerciante de té. Aunque parezca que la película se sale de lo que nos ha ido contando en su filmografía, lo cierto es que el director no cesa de ahondar en el problema de la identidad cultural, que ha estado presente en películas como Timbuktu, que hace diez años compitió en el Festival de Cine de Cannes y estuvo nominada al Oscar a mejor película internacional. "Sabía que muchos africanos iban a China, a Guangzhou, y que en Guangzhou hay todo un mundo por descubrir. Los africanos hablan mucho chino porque es un intercambio comercial. Y en África, los chinos que viven allí hablan lenguas africanas. Hablan bambara, wolof, swahili. El advenimiento de China es un mundo que Occidente no conoce, del que Occidente no es consciente porque está tan encerrado en sí mismo, que no lo ve", insiste el director.

"Hacer una película es un trabajo complejo y realmente va acompañado de preguntas, dudas. Es un trabajo difícil, pero al mismo tiempo va acompañado de un elemento positivo que es también una especie de confianza en los demás, en sus ganas de comprender, en sus ganas de viajar, en sus ganas de aprender", reconoce el autor. Esta es una historia de mujeres fuertes, y de hombres más bien cobardes. Toda una declaración de intenciones para romper los prejuicios que pesan sobre las mujeres africanas. Evidentemente, sufren machismo, como vemos en el inicio de la película, donde esta mujer decide no casarse el mismo día de su boda y viajar al extranjero. Un machismo del que tampoco se libran las europeas. "No se hace mucho cine sobre África y, cuando se hace, se reduce a dramas migratorios, a problemas económicos, a la gente pobre que viaja, etc. Pero quería mostrar un África con belleza. Aquí hay una mujer como Aya que se va, que tiene curiosidad por el otro. Me he sentido muy feliz de poder contar esto", contaba.

Aya llega a Asia y se apasiona por el té, por su ceremonia y su rito. Su sueño es aprender y, algún día, poder abrir un salón de té en su país, donde esta bebida milenaria no se toma demasiado en serio. En ese proceso, aprende chino, habla con las vecinas, con las otras tenderas del mercado, lugar donde ocurre la mayor parte de la película y que el director retrata con belleza y cuidado. Los mercados son una parte importante de todo viaje, para conocer cómo vive un país, como reconocía el periodista polaco Ryszard Kapuściński. Ese interés en la cultura culinaria china lo lleva al extremo Sissako en las ceremonias del té. "En mis viajes, iba a salones de té y compraba. Intento tomar té de calidad. Eso es importante. Hay todo un ritual cerca del té, una manera de coger el cuenco, de sostenerlo, de echar el agua. Mi intención era buscar la mayor forma de autenticidad y de respeto. pero también puedo hacerlo con otras cosas. Durante el rodaje, un maestro del té siempre estuvo presente y nos explicaba cómo coger el cuenco, cómo agregar el agua. Hay todo un ritual por lo tanto al que debo ser fiel como un extranjero que está interesado en algo tan diferente".

Esa curiosidad es extensible, afirma el director, a la mayoría de africanos. "Hay siempre un viaje de curiosidad. Los africanos que vienen de diferentes países tienen el interés de hablar español inmediatamente, de aprender español. Los que van a China aprenden chino. Es decir, hay una búsqueda de lo universal que, en mi opinión, es realmente una búsqueda fundamental. Entonces. No digo que en este sentido el africano sea diferente a los demás, pero hay poco interés, poca curiosidad respecto al continente africano". Conocer al otro, acercarse y respetar la identidad, opina el director, es esencial para acabar con los prejuicios. "El mundo es grande porque está hecho de diversas identidades y cada identidad es rica. Si nos interesamos, crearemos un mundo que da menos miedo, por tanto, al otro y al extraño y será menos peligroso si realmente nos interesamos por él, si olvidamos su color de piel, si nos decimos a nosotros mismos que este tipo que está frente a mí, que habla mi idioma con errores en español, pero habla quizás otros cuatro idiomas en su continente, en su país, va a darnos más riqueza. Es importante que se respete la identidad del hombre que viaja".

Pepa Blanes

Pepa Blanes

Es jefa de Cultura de la Cadena SER. Licenciada en Periodismo por la UCM y Máster en Análisis Sociocultural...

 
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