Antología del disparate
"Si la tergiversación no fuera tan bochornosa, si no invirtiera de forma tan grotesca una realidad tan grave, lo de la defensa del género masculino sería gracioso de verdad"
La píldora de Enric González | Antología del disparate
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Madrid
No crean que a uno siempre se le ocurre fácilmente algo que contar en este programa. A veces cuesta más, pero siempre sale algo. En caso de dificultad, intento ponerme en el lugar de esas personas, generalmente muy listas y con muchos estudios, a las que alguien encarga que inventen el mayor disparate que puedan concebir.
A veces el disparate tiene una honesta finalidad comercial. Recordarán que hace poco circuló una historia sobre cómo ligar en cierto supermercado poniendo una piña de tal o cual forma en el carrito de la compra. Oigan, alguien tuvo que inventarse eso. A alguien se le ocurrió lo de la piña. El objetivo, supongo, era publicitar la cadena de supermercados. Y vete tú a saber si hubo quien acabó ligando gracias a la piña y a unas risas.
La antología del disparate tiene cada vez más éxito en política. Se trata de que tal o cual prócer de la patria diga una parida colosal, una sandez de nivel cósmico, con el fin de que la audiencia hable de eso, de la parida, y no de lo mal que lo hace el político en cuestión.
No me extrañaría que varios creativos bien pagados dedicaran horas a pensar en qué burrada podía decir Donald Trump en su debate con Kamala Harris. Esa gente se ganó el sueldo: lo de que los inmigrantes haitianos se comieran a los perros y los gatos de los vecinos en Springfield (Ohio), justamente ahí, la ciudad donde podrían vivir Los Simpson, es un trabajo finísimo. Quizá finalmente no sirva de nada y Trump pierda las elecciones, pero entretanto se habla de haitianos y de mascotas, y no de las cosas horribles que hace Trump. A quien, por cierto, imagino perfectamente comiéndose una mascota ajena.
En alguna oficina de la Comunidad de Madrid, y todos sospechamos cuál, hay también quien se gana la vida con estas cosas. Hace tiempo fue la invención de la Oficina de Defensa del Español, de la que se encargó el eximio lingüista Toni Cantó con tanto éxito que al poco ya no hizo falta: el idioma, uf, se había salvado. Ahora, la oficina madrileña ha pergeñado un proyecto igualmente ambicioso: la Oficina de Defensa del Hombre. Vistos los magníficos resultados de la anterior cosa de la lengua española y Cantó, no cabe duda de que los hombres (en Madrid) podemos darnos por salvados. Ya era hora.
Si la tergiversación no fuera tan bochornosa, si no invirtiera de forma tan grotesca una realidad tan grave, lo de la defensa del género masculino sería gracioso de verdad.
Me llamo Enric González. Les deseo un feliz día.