A vivir que son dos díasLa píldora de Enric González
Opinión

Acerca de Mario

"La vida, a veces, ofrece un regalo. Y a veces, pocas, se lo lleva quien lo merece"

La píldora de Enric | Acerca de Mario

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Cuando vivía en Roma, hace ya tiempo, frecuentaba una pizzería muy céntrica que se llamaba, y se llama, La Montecarlo. El dueño, Carlo, muy facha, muy machista, muy enamoradizo y muy buena persona, era un concentrado de romanidad. Y luego estaba Mario, su mano derecha, un tipo que al principio me pareció huraño.

Mario, también conocido como “Er Banana”, era robusto y tenía las piernas muy cortas, pero hacía virguerías con una pelota de papel. Alguna noche, con el local ya cerrado, Mario nos servía un limoncello horrible mientras reproducía con la bola de papel una selección de goles históricos del fútbol italiano. Poco a poco comprobé que Mario era pura bondad y podía disfrutar como un niño con las cosas más simples.

También descubrí que por la tarde, acabado el servicio de mediodía, “Er Banana” componía un menú gratuito con la comida sobrante y lo servía personalmente a un variopinto grupo de mendigos, estudiantes pobres y gente en horas bajas.

Un día, en Buenos Aires, durante el tedio de la pandemia, me acordé de Mario y me pregunté qué habría sido de él. Al cabo de unos meses entré en la web de La Montecarlo, busqué las fotos del personal y vi que bajo la imagen de Mario habían escrito la frase “Mario é storia”. Deduje que el pobre Mario había muerto. E imaginé que su final habría sido como el de Curro “El Palmo” en la canción de Serrat. Ay, Mario. No tenía pareja ni hijos. Sus últimas horas debían de haber sido solitarias. No solté una lagrimita, pero casi.

Hace dos años volví a Roma y pasé por La Montecarlo. Cariacontecido, le pregunté a Carlo por Mario. “He visto lo de que ya es historia”, dije. “Bueno, es que Mario es muy importante en la historia de esta pizzería”, respondió. “¿Y cómo fue el final?”. Carlo, un poco extrañado, me mostró el móvil. Yo esperaba ver la foto de un entierro, o de un moribundo. Y no. Era Mario, envejecido y sonriente, con una copa en la mano y con una gran camisa multicolor que le llegaba casi hasta los pies.

Resulta que Mario había conocido a una señora senegalesa. Resulta que se había jubilado, se había casado y había emigrado con su esposa a Senegal. Resulta que vivía en una playa frente al Atlántico y era muy feliz.

No sé más. Puede que ahora sí esté muerto, pero sin pena. La vida, a veces, ofrece un regalo. Y a veces, pocas, se lo lleva quien lo merece.

 
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