San Sebastián 2024 | 'Cónclave', un thriller lleno de giros para sacar las vergüenzas de la Iglesia católica
Edward Berger, después del éxito de ‘Sin novedad en el frente’, adapta el bestseller de Robert Harris con Ralph Fiennes en El Vaticano buscando a un Papa desesperadamente
San Sebastián
Las intrigas vaticanas han dado mucho juego en el cine. Desde El Código Da Vinci buscando el origen del mismísimo Jesús, a Nani Moretti imaginando con humor cómo se viviría una crisis de fe durante la elección de un nuevo Papa, o Sorrentino imaginando a un Santo Padre convertido en un narcisista loco y perverso con el rostro de Jude Law. Es curioso que, justo ahora, el alemán Edward Berger adapte otro bestseller sobre la Iglesia, en este caso de Robert Harris, y le poder de El Vaticano. Tras el éxito de Sin novedad en el frente, nueva versión para Netflix de la novela de Remarque, el director se adentra en un juego de conspiraciones y de política entre las paredes de la Capilla Sixtina en una apuesta, Cónclave, que recupera el thriller clásico, que se toma su tiempo para contar todos los giros de guion que el escritor británico ideó en su famosa novela.
Antes Dios explicaba todos los misterios, ahora las teorías de la conspiración han ocupado su lugar, reflexionaba Harris en una novela, que a pesar de jugar con ideas y sucesos imposibles y rocambolescos proponía leer las luchas entre los cardenales en Roma como una lucha ideológica por dominar el mundo, una liberal y una conservadora. En realidad Cónclave puede leerse como un thriller político, que va desgranando o, más bien, personificando en cada uno de los candidatos al papado todos los males que ha tenido y tiene la Iglesia. Desde la hipocresía con el celibato, los abusos sexuales, el esturpo, la corrupción económica, el saqueo de las arcas, la homofobia, el machismo y el racismo o la islamofobia. Todo va apareciendo a lo largo del filme en el que un espléndido Ralph Fiennes trata de superar su crisis de fe organizando el citado cónclave.
La Iglesia católica fue un poderoso medio de comunicación de masas desde la Edad Media, que supo comunicar su doctrina e imponer su poder y hegemonía ganando el relato, ya fuera el que contaba a través de las vidrieras de sus catedrales góticas a una población pobre y analfabeta, o en los sermones de los sacerdotes o en el pago del diezmo. Esa comunicación, basada en la imagen y en el esplendor de sus imágenes y edificios le sirve al director para recrearse visualmente en este thriller, que no teme parar la cámara para observar a su protagonista, para ver los grandes techos de uno de los lugares turísticos más fotografiados. La liturgia católica obnubila a la cámara mientras las espectadoras y espectadores van conociendo qué hay detrás de cada candidato y si nuestro protagonista, se atreve a enfrentarles.
En realidad, Cónclave podría leerse como una novela de misterio, donde más que adivinar quién es el culpable, habría que encontrar al único cardenal inocente de toda la Iglesia Católica. La lucha está en dos nombres, Bellini (Stanley Tucci) y Tedesco (Sergio Castellito), un liberal, que quiere continuar con los avances del papa muerto, y un conservador que busca recuperar la misa en latín y todas las (pocas) concesiones que la institución ha ido dando. Luego hay un canadiense, (John Litgow) un africano y una sorpresa, un cardenal in pectore que representa al tercer mundo. Un desconocido que aparece de repente para sorpresa de todos.
Más allá de las tramas inverosímiles, que son parte del pacto entre escritor y lector, el problema de la película está más en divagar en el tono, contemplativa a veces, divertida en otras ocasiones y, por supuesto, en haber convertido en anglosajones a los principales personajes. Aunque haya textos en latín y en italiano -lenguas mayoritarias en El Vaticano- todo se dice y se rebate en un inglés perfecto. El protagonista es anglosajón, también el candidato liberal, el personaje del Cardenal Bellini al que interpreta Stanley Tucci, con lo que eso deja fuera una de las reflexiones más interesantes de la novela de Harris, la lectura geopolítica de la Iglesia. Tampoco se explica bien temas que como la posible elección de un Papa africano, lo que mesiánicamente podría ser una bomba. “El primer Papa negro”, serían los titulares, sin embargo, ¿qué aportaría eso a la modernización de una institución que todavía deja fuera a la mitad de la población, las mujeres? Es en este aspecto donde brilla el personaje de Isabella Rosselini, una monja que actúa de jefa del resto de hermanas, todas llevadas allí para limpiar y hacer la comida a los viciosos cardenales.