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San Sebastián 2024 | Albert Serra desnuda los mitos del toreo en 'Tardes de soledad', un violento documental sobre la muerte

El cineasta catalán presenta en sección oficial una película que nos muestra el toreo como nunca antes lo habíamos visto, lleno de violencia y de momentos inéditos en el backstage del torero Andrés Roca Rey

Crítica 'Tardes de soledad'

Fotograma de Tardes de soledad / CEDIDA / Cadena SER

San Sebastián

"La suerte es de los audaces", solía decir Albert Serra tras el rodaje de Pacifiction, película con la que compitió en el Festival de Cannes por la Palma de Oro. El cineasta catalán había conseguido rodar a unos surfistas sobre una ola gigante en la Polinesia francesa. Esa suerte le ha acompañado en Tardes de soledad, documental sobre el mundo del toreo que lleva cinco años preparando y que compite por la Concha de Oro en esta edición de San Sebastián. Sin duda, era la película más esperada y la más discutida y comentada por varios motivos. Primero por hablar de toros, un tema conflictivo en nuestro país, los toros, en un momento donde se acaba de retirar el Premio Nacional de Tauromaquía. Segundo, porque todo lo que toca Serra tiene esa expectación. La provocación suele ser habitual en el cine intrépido y provocador del director, que nos ha llevado a ver agonizar a un monarca francés en La muerte de Luis XIV, o a entender cómo era el cruising en la Francia del siglo XVIII, en Liberté, utilizando el sexo como lo único capaz de igualar a las clases sociales.

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En Tardes de soledad utiliza el mismo patrón que hemos visto en sus películas de ficción. La cámara no da nada por sentado. Busca, se queda en la imagen y repite una rutina. La repetición como forma de entender una realidad. Cinco toros aparecen en esta película que puede entenderse como una corrida, donde Andrés Roca Rey se enfrenta a cada uno de ellos, matándolos, después de que todo su equipo los haya torturado. Pero esta corrida nunca antes la hemos visto así. El director pone la cámara muy cerca y nos muestra las muecas del torero, pero, sobre todo, al toro, a quien vemos de frente, incluso mirando directamente a cámara. Es la primera vez que una cámara se fija en el animal que será asesinado. Así, cuando el toro cae, mientras se desangra, la cámara se centra en él y no en el victorioso torero. Decía el director que no había buscado defender ninguna ideología, pero al mostrar la violencia y la crudeza, de la que ha sido considerada la gran tradición española, Serra desmonta cada uno de los argumentos que los taurinos siguen sosteniendo para que su fiesta siga existiendo.

El cine gana a la televisión, que es quien había contado y reflejado el toreo hasta ahora. Si las televisiones, muchas de ellas con dinero público, han omitido en sus cada vez ya menos populares retrasmisiones, la sangre del toro, o la agonía antes de la muerte, o la violencia misma que hay en la plaza, Serra lo pone delante y, además, de una manera visual que resulta espectacular y espeluznante a la vez. Es cierto, que se han visto fotografías, pero nunca un plano sostenido, donde el espectador aguanta hasta la respiración.

El trabajo de sonido acompaña a esas imágenes, despojadas del folclore, de la música y de cualquier idealización del torero, que aparece aquí compungido, silencioso y con muecas exageradas, como una rock star, introspectivo y con un carisma que no sabes muy bien de donde viene. El sonido nos permite escuchar la respiración del toro, en uno de los momentos más impactantes del filme, pero también escuchar cómo se comunica Roca Rey con su cuadrilla. Frases que para Serra con poéticas, pero que rozan el ridículo. No hay un intento de hacer humor, ni ridiculizar, solo de mostrar. De modo que vemos al toro desangrarse, mientras uno de la cuadrilla grita un "ole tus cojones", o vemos las palabras de ánimo que le dan al líder que veneran, esa estrella que es Roca Rey, espetándole: "son los frentes del alma" o "es verdad plena". Obsesionados por encontrar al verdad en la matanza del toro, la cuadrilla viaja en el coche junta de camino y de vuelta a la plaza.

SAN SEBASTIÁN, 23/09/2024.- El director Albert Serra ha presentado este lunes en el 72 Festival de Cine de San Sebastián "Tardes de soledad", que compite en la Sección Oficial del certamen. EFE/Javier Etxezarreta.

SAN SEBASTIÁN, 23/09/2024.- El director Albert Serra ha presentado este lunes en el 72 Festival de Cine de San Sebastián "Tardes de soledad", que compite en la Sección Oficial del certamen. EFE/Javier Etxezarreta. / Javier Etxezarreta

Expresiones viriles y castizas que rozan el absurdo, “¡Qué ser humano! ¡Es un superhombre!”. La masculinidad ligada a adjetivos como grandeza, valentía, poderío que contrastan con una de las escenas más curiosas de la película, Roca Rey vistiéndose en una habitación del Hotel Ritz. En medias, con un rosario a modo de collar de perlas y con el torso desnudo, despoja de masculinidad la estética del toreo y casi se parece a un estilismo propio de Drag Race. Y es que el homoerotismo del vestuario tradicional está ahí.

Decía Roland Barthes que la corrida de toros era la victoria del hombre sobre el miedo y la ignorancia. Algo de eso hay en la fascinación que siente Serra por ese compromiso del torero con lo que está haciendo, aunque suponga enfrentarse a la muerte, la que podría ocurrirle a él en un mal día, o la que él acomete sobre el toro, al que ha decidido convertir en enemigo. Durante toda la película se habla de verdad, una de esas palabras manidas convertidas en significante vacío. Aunque Serra no vaya a descubrirnos la verdad de nada, si puede leerse Tardes de soledad como la forma más cercana a la objetividad, siendo siempre conscientes de que la objetividad es imposible de alcanzar. Es admirable cómo la cámara recoge el espectáculo y la crueldad, como domina los silencios y cómo pone todo eso delante del espectador, para que cada uno, con su bagaje y su posición, experimente su nivel de repulsa o de fascinación hacia ese acto cruel y salvaje que sigue ocurriendo en nuestro país. Sin duda, lo mejor que nos ha dado Serra es la satisfacción de ver que el cine sigue siendo poderosos para reflexionar sobre la imagen, sobre la representación y ponernos ante el espejo de lo uqe somos y lo que hacemos, con mirada más antropológica y semiótica que política o social, si es que todo esto puede separarse de cualquier expresión artística.