San Sebastián 2024 | 'The End' señala la culpa del privilegio y la impunidad a ritmo de musical apocalíptico
El director Joshua Oppenheimer se lanza a la ficción después su aclamado documental 'The act of killing', en un musical con Tilda Swinton, Michael Shannon y George MacKay que compite por la Concha de Oro en San Sebastián
San Sebastián
Que la familia es un nido de perversiones ya lo advirtió en su día la feminista Simone de Beauvoir, sobre todos los males que puede generar, ahora se explaya en ello el director anglosajón Joshua Oppenheimer que ha compuesto un musical para mostrar cómo destruye una familia bien aquejada de la culpa y el privilegio. The end, que tras estrenarse en Toronto compite por la Concha de Oro en el Festival de San Sebastián, se ambienta en un futuro cercano, donde el fin del mundo ya ha llegado y donde solo unos pocos han conseguido sobrevivir a la violencia y la destrucción del planeta y la sociedad. Entre ellos esta familia compuesta por padre, madre e hijo, que casualmente nació veinte años atrás, cuando el mundo todavía no se había exterminado.
Dice el director que se sorprendió al conocer que muchas familias ricas se habían fabricado un búnker para salvarse si venía el apocalipsis. Un búnker para salvarse ellos frente a los demás, porque solo unos pocos, los que tienen los mismos genes son dignos de entrar ahí, ni uno más. Por eso tenemos a Michael Shannon, Tilda Swinton y George MacKay, padre, madre e hijo, que conforman la familia nuclear, eran ricos y ahora tratan de vivir con el mismo tren de vida, aunque encerrados en una casa donde no falta el arte, los lujos, la comida y las tartas. Para ello dejaron entrar a una amiga de la familia, que se encarga de la cocina, a un mayordomo, para que sean ellos los que se encarguen de las tareas más duras del hogar. Los ricos siempre serán ricos. "Este proyecto fue una especie de epifanía y tenía que ser en un búnker 25 años después de que el mundo sucumbiera al catastrófico cambio climático. Y además tenía que ser un musical inspirado como en la Edad de Oro del género. Eso es lo que hace que sea una película sobre el engaño, sobre la negación, sobre la idea de que todo saldrá bien, incluso cuando, en el caso de la película, ya ha salido completamente mal. Y, en ese sentido, eso es lo que hace que la película sea una especie de meditación sobre las falsas esperanzas", argumenta el director en conversación con la Cadena SER.
The end es también una denuncia de la impunidad, que tanto daño y resquemor genera en la sociedad. Algo que el director investigó en sus anteriores trabajos, los documentales The act of Killing y La mirada del silencio. Oppenheimer había vivido en Indonesia y se obsesionó con cómo los responsables del genocidio en aquel país seguían viviendo como si tal cosa. De ahí sus dos películas que buscaban sanar heridas, encontrar a los asesinos y romper el silencio y lo hacían de manera nada convencional. Por ejemplo, en The act of Killing, donde algunas de las víctimas recreaban los horrores años después, había humor y hasta una especie de números musicales. No es extraño, por tanto, que en su primer salto a la ficción, haya elegido el musical clásico para contar la destrucción de una familia al tiempo que se destruye el mundo. Y es que, la culpa y el privilegio es algo que puede destrozar a la familia más feliz y sana de la tierra, incluso aquella que ha conseguido salvarse del fin del mundo.
"Hay una línea divisoria entre los documentales de Indonesia, The Act of Killing en particular, y The End. Aquí hay una familia que prospera en la impunidad. Se dicen a sí mismos que prosperan en la impunidad y, de hecho, se esfuerzan en eso. Se levantan de la cama cada mañana y reconstruyen la esperanza y la narrativa que justifica sus acciones. Se construye una cultura de mentiras y autoengaño para justificar sus propias acciones, y esa es la capacidad exclusivamente humana de mentirnos a nosotros mismos. Sabes que algo es falso, pero te crees o quieres que es verdad", explica el autor.
Para el escritor ruso Tolstói todas las familias felices se parecen, pero no así las infelices. Sin embargo, The end contradice un poco esto, pues las dinámicas que observamos en esta panda de ricos son también dinámicas que todas las familias, a su manera, acaban repitiendo, con mayor o menor privilegio. La familia puede ser maravillosa, pero también, como demuestra ese búnker donde ningún extraño tiene derecho a entrar, un lugar de discriminación y de dominación. A través de las relaciones entre los padres y el hijo se observa cómo se manipulan unos a otros, como se hacen chantaje emocional y cómo restan importancia a las masacres del mundo que han contribuido a levantar el patrimonio de esas familias felices. Sobre todo cuando llega al refugio una joven que desnuda todas las contradicciones de la familia rica. Se habla de la explotación de los obreros en China, pero podríamos hablar de los que mueren en el Congo por culpa de la avaricia de las grandes tecnológicas por el coltán, ese mineral que sirve para que, desde el teléfono móvil se escriban crónicas como esta.
Si en The act of Killing, Oppenheimer hizo pasar a los asesinos, tratados como héroes en su país, por situaciones extravagantes, como secuencias de baile y dramatizaciones que imitaban el cine negro, en un intento de desvelar su culpabilidad, ahora en The End, ridiculiza con las canciones a esta familia y muestra cómo se reproduce la manipulación, el poder y la desigualdad en nuestra jerarquizada sociedad, con muchas referencias a la obra de Becket, Los días felices y al musical de Jacques Demy, Los paraguas de Cherburgo. No hay escapismo en este musical que nos permite ver el drama de una mujer rica que lo dejó todo a través de un aria que firma la fantástica Tilda Swinton, o de la desesperanza que canta el personaje de MacKay, uno de los grandes actores de su generación.
Las canciones y las coreografías permiten que el espectador explore de una manera emocional las conciencias de esas familias que destrozan el mundo, pero que, gracias a su privilegio, serían las primeras en conseguir salvarse de la catástrofe. La mirada del director es dura y pesimista, ni siquiera ese hijo idealista y con ganas de cambiar las cosas puede hacerlo. Nadie puede salir de la rueda del capitalismo y el patriarcado, donde la familia es el núcleo principal. Nadie puede dejar de ser egoísta en este mundo, mirar por él y luego atormentarse con la culpa hasta la muerte. Somos nuestro pasado y, de alguna manera, todos somos perpetradores de una forma o de otra. Pensemos en cómo miramos para otro lado en nuestros barrios, ante un desahucio, ante Palestina o ante la ropa que compramos.