San Sebastián 2024 | Laura Carreira apunta a la Concha de Oro con 'On falling', un desolador drama de los nuevos trabajadores pobres
La cineasta portuguesa ha sido la sorpresa de esta sección oficial con una ópera prima producida por Ken Loach que muestra cómo las grandes empresas de la llamada economía colaborativa aplastan y precarizan la vida de trabajadores alienados
San Sebastián
Desde hace unos años ha surgido la pregunta de si la tradición del cine social europeo, tanto en su vertiente británica, con Ken Loach o Mike Leigh -que bebían de esos Angry Young Men del Free Cinema- como en su vertiente francesa, con los Dardenne, tenía herederos. Lo cierto es que hemos encontrado dos nombres. Si en el pasado Festival de Cannes descubrimos a Boris Lojkine con su retrato de un rider en L’Histoire de Souleymane, en este Festival de Cine de San Sebastián hemos descubierto a Laura Carreira con On falling, película que se convierte en una de las candidatas para ganar la Concha de Oro en este festival.
Es el primer largometraje de una cineasta nacida en Oporto, pero afincada en Escocia, que ha decidido usar un formato estrecho, 1:1,33, para contar la vida cotidiana de una joven emigrante portuguesa que trabaja en un gran almacén de distribución. Una historia con algo de autobiográfico, pues la propia realizadora también hizo ese camino, también vivió esa experiencia de ser una extranjera en un lugar donde no se encaja fácilmente y donde la promesa del empleo no es como se esperaba. "No solo es una película que muestra lo malo que es ese trabajo o sobre las dificultades financieras de alguien para pagar la luz a final de mes. Hay algo más existencial, que se plantea cuál es el coste de vivir de esta manera", decía la directora en la rueda de prensa.
Quizá ahí radica lo novedoso del retrato de la nueva realidad laboral, donde la explotación se realiza con otro tono y de otras maneras, pero cuyas consecuencias son las mismas que Karl Marx dejara bien descritas en El capital. La alienación laboral de los trabajadores de las fábricas británicas del siglo XIX, tiene mucho que ver con la alienación de las trabajadoras de esos grandes almacenes que envían productos a todo el mundo a golpe de click, un tema que han tratado, desde otros prismas más melodramáticos, tanto el Nomadland de Chloé Zhao, como el propio Ken Loach en Sorry we missed you. Por cierto, la película viene producida por Sixteen Films, la productora del británico y cuenta una misma reivindicación que todo el cine de Loach, no se necesita el pan, también las rosas. No solo hay que pagar las facturas, también tener tiempo para vivir, para disfrutar, para eso que llamamos ocio y que sigue siendo un privilegio de esas clases ociosas.
La actriz portuguesa Joana Santos es Aurora, una mujer atrapada en la rutina, mecánica y física de su día a día en el trabajo. Sola, sin hablar con nadie durante toda la jornada, tiene que ir catalogando pedidos para que sean enviados con urgencia. La deshumanización de su vida es total: vive en un piso compartido con extraños con los que apenas conversa, cualquier gasto extra, que se te rompa el móvil por ejemplo, desbarajusta su cuenta bancaria, y vive en otro país, sin amigos, ni familia y con un clima depresivo y molesto. Con esos elementos, la directora firma un retrato seco, crudo y contenido. La cámara persigue al personaje, como en el cine de los Dardenne. Evita la música y cualquier elemento melodramático acercándose a esas primeras películas de Ken Loach, como Cathy come home o la brillante Kess. Con todo eso se acerca un retrato de la explotación laboral en estos tiempos, donde la coacción en las empresas es amable y sutil, donde premian a los trabajadores con chocolatinas y muffins de colores, pero donde controlan hasta los pasos y la velocidad en el trabajo. Pero además, hay una mirada a la salud mental, a la imposibilidad de una vida íntima, de crear vínculos y relaciones, por supuesto nada de unidad sindical, ya se encargó el thatcherismo, primero, y nuevo laborismo, después, de borrar toda reivindicación proletaria.
La directora se centra en la rutina, para mostrarnos la vida gris y oscura de la protagonista que es incapaz de mencionar qué hace en su tiempo libre, puesto que no hace nada. No hay tiempo libre. No hay ocio, porque el ocio, como nos recordaría Mark Fisher, está también supeditado al consumo. La felicidad solo puede darse, nos muestra On falling, fuera del trabajo, no dentro. Es una apuesta potente, si tenemos en cuenta que vivimos en una sociedad que ha hecho del trabajo nuestro sello identitario. Si eso no marcha, si eso nos aliena, no somos nadie, no tenemos vida. Ese es el drama de la protagonista desde que se levanta hasta que se acuesta. Solo el móvil es su lugar de escapismo, aunque en realidad es otro elemento más aislamiento social. Hay otra enseñanza de Fisher que nos muestra On falling, cómo la depresión y la enfermedad mental está ligada a lo económico, en muchos casos. Ese mundo de tristeza y cansancio en el que vive la protagonista, acaba convirtiéndola en una especie de zombi, en alguien sin voluntad, ni deseo, enmascarado en una amabilidad casi artificial del personaje. Si en el capitalismo fordista la enfermedad social, decían Deleuza y Guattari, era la esquizofrenia, ahora, en este capitalismo digital o tecnológico es la depresión.
Una tristeza general que parece que solo puede ser paliada con el consumismo, como refleja el filme con ella en el supermercado. La historia propone un paso a salir de esa rueda, la protagonista acude a una entrevista laboral, pero ya ha perdido sus habilidades sociales, ya no puede ni expresar quién es o qué le gusta hacer, todo ha sido aplastado por la esclavitud del capitalismo actual, donde ya ni siquiera hay compañeros a los que agarrarse. La la precariedad se ha convertido, más que en una cuestión económica, casi en una condición vital. Ya no hay un afuera en el trabajo. Quizá el pero de esta película se que ha asumido, como todos, ese realismo capitalista, que nos impide pensar en salir de toda esta rueda.