45 años esperando la muerte cada día

Barcelona

¿Se imaginan estar 45 años en el corredor de la muerte? O sea, ¿se imaginan aguantar 16.425 días, cada día, a la espera de la noticia de que vas a ser ejecutado? ¿Se imaginan lo que pasa por la cabeza de una persona, cuando ha cumplido 88 años y ha pasado la mitad de esa vida, con esa angustia diaria? ¿Se imaginan lo que puede llegar a pensar de los jueces que le condenaron? ¿Y la gratitud que puede sentir hacia el tribunal superior que ahora le ha declarado inocente?.

Eso es lo que la ha ocurrido a un ciudadano japonés, Iwao Hakamada, ex boxeador, que fue condenado en 1968, por asesinar al jefe de su empresa. Él, sometido a presiones físicas, casi torturas, realizó una falsa confesión y fue condenado. Luego lo denunció y se demostró que la acusación había presentado pruebas falsificadas.

Este tipo de errores, llamémoslos así, de policías y jueces, no es habitual, pero tampoco infrecuente. El sinsentido que supone matar a un inocente por haber sido declarado culpable es una prueba muy práctica de que la pena de muerte es una estupidez oceánica. Además de que atenta contra la dignidad y derechos de toda persona. Aparte de que la venganza no resuelve ningún delito ni injusticia. Además de la fría crueldad que supone tener a unos aparatos del Estado pendientes de machacar, fríamente, la vida de alguien, engrasando permanentemente los rincones de los aparatos de ejecución.

Por eso en los países más civilizados, como los europeos, está prohibida la pena de muerte. Claro que la mantienen algunas superpotencias, como China, o Estados Unidos. Pero hablamos de civilización. O sea, de estilo.