Fin de las noticias del mundo
Impresiona el tono desesperado de las intervenciones de algunos líderes mundiales estos días en la ONU
Madrid
A veces el miedo no lo provocan las desgracias, sino la desesperanza que nos infunden las palabras que las describen. Nombrar las cosas es certificar su existencia, hacerlas reales e inevitables. Anunciar el apocalipsis asusta más que las plagas, terremotos y guerras que promete y que, por otra parte, no han dejado de sucederse desde el principio de los tiempos.
Por eso impresiona el tono desesperado de las intervenciones de algunos líderes mundiales estos días en la ONU. Hasta ahora, ese catastrofismo era un recurso habitual de esa internacional ultraderechista renacida sin complejos y sin culpa, por lo que no ha extrañado que el inconcebible Milei haya ido al púlpito de la calle 45 Este de Nueva York para proclamar que lo que nos espera es un futuro de “pobreza, embrutecimiento, anarquía y una ausencia fatal de libertad” si el mundo no abandona para siempre los objetivos de Naciones Unidas para la sostenibilidad y el desarrollo global. Lo inquietante es que su némesis en la política latinoamericana, el presidente colombiano Gustavo Petro, se sumara a la tormenta de pesimismo existencial y hablara nada menos que de la destrucción de la democracia y del fin de la humanidad y de la vida en el planeta.
Incluso nuestro siempre optimista presidente reconoció ante la asamblea general de la ONU que el número de países involucrados en guerras fuera de sus fronteras ha crecido estos últimos años a niveles sin precedentes desde 1945. Todo ello es, en opinión de Sánchez, un gran fracaso colectivo, una enfermedad global que corroe los cimientos del orden internacional, a lo que contribuyen algunos “discursos delirantes”. En definitiva, un panorama al que el presidente del Gobierno español se refirió como “la locura de los tiempos que vivimos”.
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La contención y calculada ambigüedad del lenguaje diplomático suelen ser despreciadas por su empeño en no decir las cosas por su nombre para que nadie se enfade. Pero en estos tiempos está empezando a ser un valor en alza por su alarmante escasez. Porque, si no hay límites, puede decirse cualquier cosa. Así lo ha interpretado el muy asertivo nuevo ministro de Exteriores del Reino Unido, David Lammy, que en la sesión del Consejo de Seguridad celebrada estos mismos días a propósito de la grave situación en el Líbano, acusó a Putin de actuar para destruir la ONU con el objetivo de convertir “su estado mafioso en un imperio mafioso”.
A menudo las palabras simplemente preceden a los hechos, como si pronunciarlas fuese una forma de hacerlos lógicos e inexcusables. Ya teníamos todos la impresión de que el mundo no anda muy bien, que todo en lo que creíamos -la democracia, la justicia social, las leyes internacionales, la sostenibilidad del planeta- no solo tiene grandes y crecientes enemigos, sino que está en franco retroceso. Que en la ONU se lancen esos jeremíacos discursos no ayuda mucho a restañar nuestro debilitado ánimo. Hay un momento en que es preferible pasar por ingenuo y apostar por la distensión, la concordia y la esperanza antes que ser uno más entre los pirómanos.
Uno de los libros que el escritor británico Anthony Burgess dejó inéditos al morir fue “Fin de las noticias del mundo”, en el que una de las tres historias que se intercalan es la destrucción de nuestro planeta por el impacto de un meteorito. En realidad, el libro no tenía título y su editor no sabía cuál ponerle. Un día, escuchando el servicio mundial de la BBC se fijó en que siempre terminaban sus informativos con la frase “y aquí terminan las noticias del mundo”, lo que le dio la inspiración que buscaba y eligió ese título de interpretación equívoca. ¿Se acaba el mundo o solo las noticias?
Hay que confiar en que lo de Burgess fuese solo un ejercicio de ciencia ficción y que el mundo seguirá produciendo noticias, algunas buenas. Pero quizás nuestros líderes podrían contribuir a ellas evitando regalar a los guionistas de las películas de catástrofes tantas frases grandilocuentes y desoladoras. La realidad se empieza a construir desde la palabra y queda ya poco margen para evitar que los hechos se correspondan definitivamente con los terribles diagnósticos de estos tiempos.
José Carlos Arnal Losilla
Periodista y escritor. Autor de “Ciudad abierta, ciudad digital” (Ed. Catarata, 2021). Ha trabajado...