San Sebastián 2024 | El gran regreso de Pamela Anderson: "Yo siempre he sabido que era capaz de hacer mucho más"
La actriz regresa al cine para protagonizar 'The Last Showigirl', la historia de una vedette de Las Vegas que pierde el trabajo al que ha dedicado toda su vida
San Sebastián
Esta temporada es la de lo grandes regresos. No solo por autores como Francis Ford Coppola empeñados en sacar adelante sus faraónicos proyectos, sino también por la de actrices populares y muy querida en su día que Hollywood maltrató, cosificó y condenó casi a un retiro temprano. Lo vimos en Cannes con la vuelta de Demi Moore por la puerta grande con una película de género como La sustancia, historia que reflexiona precisamente sobre la violencia estética sobre las mujeres, y lo hemos visto en San Sebastián con la presentación de The Last Showgirl, un drama que protagoniza Pamela Anderson y que también indaga en cómo afecta el paso del tiempo a las mujeres de 50. "Me he perdido algunas décadas. De ‘Los vigilantes de la playa’ a Broadway, no sé casi qué ha pasado en medio. Ha sido una bendición que llegara este proyecto, nunca es demasiado tarde. Yo estaba en el jardín haciendo mermeladas cuando me llamaron. Siempre he sabido que era capaz de hacer mucho más y pensé que quizás esta era la única oportunidad de hacer un papel así. Ahora, a mi edad, sé que puedo hacerlo", ha afirmado en rueda de prensa.
La actriz, famosa mundialmente por Los vigilantes de la playa e icono sexualizado de los 90, encabeza el reparto de la nueva película de Gia Coppola, la nietísima del director de El padrino. En The Last Showgirl cuenta una historia de decadencia, de un mundo que se apaga, con una mujer atrapada en ese espacio y ese tiempo. Pamela Anderson interpreta a una bailarina-vedette de Las Vegas que, tras 30 años de espectáculos en un club, ve cómo su mundo se desmorona cuando el local decide cerrar ante el poco interés del público en este show. “Me encantó el papel, es algo que me pilla de cerca. Cuando leí el guion, me sorprendió, nunca me habían ofrecido un papel como este y estaba muy emocionada. Me atraía la relación de madre e hija, y también cómo se gestionan tus sueños en este negocio. Tomé experiencias que he vivido en mi carrera, con mis hijos, en mi carrera”, respondía la intérprete sobre los paralelismos entre el personaje y su propia experiencia en una industria que ha sido tan cruel con ella.
La directora mueve la cámara por esos espacios, por las bambalinas y los camerinos, y también por una ciudad llena de luces y neones en la que también asoman los escombros. "Las Vegas siempre ha sido la gran metáfora del sueño americano, pero todo lo que reluce no es oro. Hay mucha gente en EEUU en el centro del foco, que se dedica al entretenimiento, pero en el momento que lo dejas, dónde te quedas, qué pasa con los planes de jubilación", se preguntaba la directora sobre este reverso del sueño americano. La protagonista vaga por esos lugares, sumida en una crisis de identidad entre filtros nostálgicos de Instagram -aunque realmente está rodada en súper 16 y no en digital-. El trabajo lo ha sido todo para ella, fue lo que la obligó a renunciar a parte de su vida y de su familia, incluido el cuidado de su hija, y ahora se asoma al vacío cuando todo desaparece. "Hay muchos paralelismo en la película con ser mujer y cómo la sociedad te confina, te limita, y cómo navegas siendo madre y teniendo una carrera, siempre he querido contar una historia de madres e hijas", defendía la directora.
Pero The Last Showgirl es sobre todo una historia de dignidad. De dignidad de la clase obrera. El personaje de Pamela Anderson no se considera una stripper, ni una bailarina erótica de poses ordinarias, se ve como una cabaretera heredera de la tradición francesa. Para ella bailar es un trabajo y un arte, sea con más o menos ropa y con más o menos plumas. Ha sido la pasión de toda su vida, con la que siguió cuando fue madre para poder tener dinero y, aunque ahora todos la intentan sentir culpable, ella no piensa renegar del trabajo que ha dado sentido a todas sus decisiones. Este arco narrativo describe de algún modo también la vida de la actriz, juzgada únicamente por su físico, y que ahora encuentra una oportunidad con esta generación de directoras que proponen otras miradas al cuerpo.
"Lo estoy viviendo aún. Tengo 57 años y buena parte de mi carrera ha tenido que ver con lo físico. Ha sido uno de los motivos por los que he hecho este viaje, para quitarme las capas de lo que piensa la gente y verme como yo me veo a mí misma. El personaje creía en ese glamour, y a pesar de ese ambiente de decadencia, eso es mucho más sensual ahora que muchas cosas del pasado", ha reivindicado la actriz, parca en palabras ante todas las preguntas de la prensa, incluida la de una posible carrera hacia el Oscar. "Cuando tenía 25 años di una entrevista a Playboy y dije que mi sueño era ser madre y ganar un Oscar", ha bromeado.
Le acompañan en el reparto Jaime Lee Curtis, también como una bailarina retirada sin pensión de jubilación y que trabaja ahora en un casino sirviendo copas, y Dave Bautista como el manager del local incapaz de mirar a las mujeres más allá de las bailarinas. Gia Coppola firma una historia simple, obvia, emotiva y, ante todo, mira con ternura y dignidad a un personaje entrañable que ya no se define por sus curvas. "Ser creativa trae consigo mucha inseguridad, es bueno escuchar a Pedro Almodóvar decir que también ha tenido sentimientos de duda, en perseverar, en saber que tienes que creer en ti misma y apagar las voces negativas de mi cabeza. Agradezco que en mi familia haya gente que me pueda aconsejar mientras yo también encuentro mi propia visión", concluía la directora sobre el peso de su apellido, la tercera generación de Coppolas.