La lección de civismo del mes
Hoy nos parece de otro mundo que, no hace tanto, uno pudiera entrar en su sucursal bancaria con un cigarro colgado del labio
Ignacio Peyró: "La lección de civismo del mes"
Madrid
Cada día tenemos motivos para pensar que todo es un desastre, y cada semana -más aún esta- tenemos motivos para pensar que el Apocalipsis está a puto. Poco a poco, sin embargo, esta humanidad doliente conoce sus avances. Hoy nos parece de otro mundo que, no hace tanto, uno pudiera entrar en su sucursal bancaria con un cigarro colgado del labio. No teníamos del todo claro si eso de la celiaquía era una enfermedad o una corriente del anarquismo. La normativa de riesgos laborales se resumía en un "si ves que quema, no lo toques". Y en cuanto a política de accesibilidad, nuestros edificios parecían inspirarse directamente en el Via Crucis.
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Muchas cosas han cambiado y el fútbol también cambió. No hace falta haber compartido pupitre con Matusalén para recordar cuando los estadios eran de los ultras. Cuando las bengalas eran parte del show y los cascos de litrona eran un elemento más de la ambientación, como las tazas de té en las películas inglesas. Aquellos años en los que había un derby y eso quería decir que también habría unos cuantos descalabros.
Esta semana hemos tenido un paso atrás en el tiempo: a un jugador le han llovido los mecheros porque -decían- estaba provocando. Pero hete aquí que tantos años no han sido en vano, y fue la propia afición atlética la que pitó a sus ultras. Nos dieron así la lección de civismo del mes: negarse a aceptar que los radicales de una fe son los que mejor la encarnan.