El recreo
"Y esa es la condición de la cultura, llegar a todo el mundo, pertenecer a la gente, rica o pobre, sin necesidad, por ello, de devaluarse, sin dar un paso atrás en la exigencia"
La píldora de Andújar | El recreo
Madrid
Antiguamente, las palabras olían a pueblo, se manchaban de tinta y tenían la voz de gente que admirábamos, como la maestra o el hombre del tiempo, que sabía mucho aunque nunca acertara. Ahora, las palabras suenan a plataforma televisiva. Y esto, en el caso de las palabras largas, pues el resto son carne de emoticón, por decir una palabra de esas prefabricadas. Mi palabra preferida era recreo, porque valía para no hacer nada, pero también porque sonaba a castellano primitivo como si aún se estuviera forjando. Como se dice recreo, se dice Berceo. Hoy, Berceo es una librería de viejo que hay en el Madrid de los Austrias. No se espanten, ni se confundan con el resultado de las recientes elecciones austríacas, el Madrid de los Austrias no está en el Valle de los Caídos. Recreo era una palabra culta y popular a la vez. Y esa es la condición de la cultura, llegar a todo el mundo, pertenecer a la gente, rica o pobre, sin necesidad, por ello, de devaluarse, sin dar un paso atrás en la exigencia. Cuando en la tele daban los ciclos de cine de Mankievicz, o los debates de la Clave, tan largos, donde salían premios Nobel enseñando unos calcetines muy estirados y las espinillas de sus piernas, se estaba tratando a los espectadores con naturalidad y respeto. En todo recreo, palpita la creatividad, pues ambas palabras tienen la misma raíz. En el recreo se permitía a las niñas y a los niños salir de clase para que continuaran siendo creativos. Es decir, se confiaba en su capacidad. Es imposible democratizar la cultura sin confiar en los demás. Pero sucede al revés, y más bien se desdeña a la gente. Por eso, cuando surge algo que tiene mérito, siempre hay alguien que dice: esto no lo va a entender nadie. La incultura nace de la falta de respeto. Mejor es la cultura.