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'La sustancia', el espectacular regreso de Demi Moore en un festín loco y salvaje contra la violencia estética a las mujeres

La actriz protagoniza la 'body horror' que dirige la francesa Coralie Fargeat, una propuesta extrema con vísceras, sangre y una venganza hacia el patriarcado y su obsesión por las mujeres jóvenes, delgadas y bellas

Demi Moore protagoniza 'La sustancia' / ELÁSTICA FILMS / Christine Tamalet

Madrid

Pocas veces un festín sangriento, divertido y político se convierte en una experiencia casi catártica. Eso es lo que ha conseguido Coralie Fargeat en cada pase de La sustancia, una de las más propuestas más extremas y sorprendentes de esta temporada. La segunda película de la directora francesa, que logró el premio a mejor guion en Cannes y que ha pasado por San Sebastián y Sitges, es un filme de género puro y duro, con vísceras, pieles abiertas y muchos huesos rotos. En su anterior trabajo, Revenge, la autora ya convertía una casa en medio del desierto en un baño sangriento de violencia, donde una mujer hipersexualizada se vengaba de su violador. "Llegué a esta película cuando reflexioné sobre la violencia de cómo me sentía como mujer que había pasado los 40 años y esa sensación de, bueno, ahora voy a desaparecer. Ya no voy a tener un lugar en la sociedad. No voy a ser vista. No le voy a gustar a nadie. Se acabó. Y cuando reflexionas sobre esto, dices, vale, ¿qué es lo que me lleva a pensar así? Soy una persona educada, soy feminista. Y aún así, todas esas ideas han encontrado la manera de penetrar en mi cerebro de una manera fuerte", explicaba la cineasta en Cannes.

Con ese currículum y esta historia tan meta, Fargeat convenció para protagonizar su segundo largometraje a nada más y nada menos que a Demi Moore. Toda una declaración de intenciones que la actriz de Streptease, machacada como todas las mujeres del Hollywood de su generación por su físico, salga aquí con un precioso y sincero desnudo, algo poco habitual en el cine cuando has superado los cuarenta. En uno de los mejores come back de la temporada, Moore está fantástica en un papel hecho a medida, con el que parece vengarse de todos los ejecutivos, directores, compañeros y críticos que la han insultado o se han reído de ella en estos últimos años. Pongamos un poco de contexto, Demi Moore, como cualquier estrella femenina, fue amada entre otras cosas por un físico perfecto, pero en cuanto cumplió años, empezó a ser menos interesante y fue expulsada de la industria y de los medios cayendo en las garras de la industria farmacopornográfica. Eso es, según Paul B Preciado, toda esa industria de cosméticos, de dietas saludables, de fitness, que saca dinero diciéndoles a las mujeres que si quieren volver a estar en el mercado, deben pagar y cambiar su cuerpo a base de cirugía, de maquillaje y de una serie de cuidados que requieren un trabajo enorme. Y ahí llegó la doble penalización, como con Nicole Kidman, como con Meg Ryan, si te pasas con los arreglos, acabas siendo el blanco de las bromas de todos los medios.

"No me he sentido cancelada. Mi percepción particular es que, independientemente de lo que suceda fuera de ti, el verdadero problema es cómo tú te relacionas con este tema. Nunca me he considerado una víctima, lo que me encantó cuando leí el guion por primera vez es que trataba sobre la perspectiva masculina de la mujer idealizada que hemos aceptado. Y lo que es tan interesante de la película es que esta nueva, más joven y mejor versión tiene una oportunidad. Y sigue repitiendo el mismo patrón. Sigue buscando esta validación externa. Y al final se encuentra cara a cara luchando contra sí misma, porque ahí es donde realmente tenemos que mirar hacia adentro, no hacia afuera", respondía la actriz en la rueda de prensa de Cannes ante las preguntas sobre cómo Hollywood maltrata a las actrices, algo que sufre su personaje en la película por ese ejecutivo de televisión hortera y bronceado que interpreta Denis Quaid y de nombre, casualmente, Harvey.

El punto de partida La sustancia es magnífico. Demi Moore es una famosa estrella de la televisión, que cada mañana dirige una clase de aerobic en vivo y en directo, pero la despiden porque ha cumplido los cincuenta, es vieja y quieren carne fresca. Así que decide someterse a un nuevo y secreto experimento llamado The Subtance, una especie de bótox que se inyecta y que la convierte en una versión mejorada de sí misma. Más joven, más tersa, más delgada, más fuerte. El problema es que la sustancia solo hace efecto siete días seguidos, luego hay que volver al cuerpo original, y así sucesivamente alternando semanas. Tu yo viejo y tu yo nuevo no pueden convivir en espacio y tiempo, tienen que respetar los plazos del fármaco. De ahí el conflicto que plantea el filme con Margaret Qualley en el papel de esa versión joven. Es difícil querer volver a un cuerpo envejecido cuando recibes halagos, tienes éxito y eres la nueva sex symbol de la televisión.

"Cuando eres más joven, sientes que estás demasiado gorda, o que tu culo no está en el sitio correcto. O que tus pechos no son lo suficientemente grandes. Y cuando envejeces tienes arrugas... siempre hay algo que se comenta sobre tu cuerpo. El cuerpo de la mujer nunca es neutral en el espacio público. Y estamos hablando de odio hacia una misma, pero tenía muchas ganas de abordar el qué hace que me odie tanto a mí misma en ciertos momentos, lo que viene de fuera. La violencia que todavía rodea a las mujeres, cómo son vigiladas por el lugar que ocupan en la sociedad según su apariencia. La hipersexualización te hace sentir que tienes un lugar, pero cuando esto se acaba, sientes que ya no tienes un lugar. Y creo que todo esto nos lleva a tener una violencia extrema también contra nosotras mismas. No conozco a ninguna mujer que no tenga un trastorno alimentario o algún tipo de tipo de violencia contra su cuerpo. Y cuando piensas en eso, es una locura", argumentaba la directora con un discurso muy aplaudido.

En un mundo donde las mujeres se inyectan el medicamento de los diabéticos para adelgazar, donde la depilación duele, donde operarse los labios, los pechos o el culo es algo cada vez más habitual, lo que hace la directora es cuestionar todo ese aparato violento y represor que acaba dejando huellas y violencia en el cuerpo de las mujeres. "Mi intención era mostrar que el cuerpo de las mujeres define cómo somos vistas en la sociedad, y la violencia que somos capaces de infringirnos nosotras mismas, imbuidas por la sociedad. Es una manera metafórica de mostrarlo, porque esa violencia es muy extrema", añadía la directora de esta propuesta que se pregunta por ese castigo de las mujeres, ¿es posible desprenderse de algo tan interiorizado culturalmente o es posible romper con la mirada que imponen los señores?

Todo ello lo hace con una película que no teme a volcarse en el género, en el body horror, sin miedo a dejarse llevar por lo grotesco, llenando de sangre un plató de televisión. La directora es feliz dejando referencias a La Mosca de Cronenberg, a Verhoeven, a La muerte os sienta tan bien, con esa chapa y pintura que acaban dándose los personajes de Moore y de Margaret Qualley, a El crepúsculo de los dioses con esa estrella hundida porque Hollywood ya no la quiere. También a El retrato de Dorían Gray o al manejo de los espacios de Kubrick. La película es tan autoconsciente de sí misma que no va más allá. Una historia simple y contundente sin la profundidad intelectual de Titane, cinta con la que es fácilmente comparable al mostrar la moldeabilidad del cuerpo y el dolor y la violencia contra él, pero menos compleja que la Palma de Oro de Julia Ducournau.

La sustancia habla de validación, de la sexualización del cuerpo de las mujeres, de la obsesión por ellas de adaptarse a lo que el patriarcado les pide, no importa los esfuerzos que haya que hacer, las dietas o los ayunos. Lo interesante aquí no es tema, sino el análisis de las imágenes. Hay quien argumenta que la cámara de Fargeat replica lo que ha hecho durante décadas el cine machirulo de terror, mostrar el cuerpo de las mujeres, violentarlo, desmembrarlo y participar de ese goce con el público. Con una puesta en escena llena de color, rojos, amarillos, azules, rosas, con un sonido que amplifica cualquier mínimo ruido, con un montaje frenético la directora rueda los cuerpos de las mujeres totalmente sexualizados, con primeros planos y contrapicados de los culos, piernas y escotes. Otros, sin embargo, ven en su mirada una subversión de los códigos tradicionales del género. Las imágenes se recrean en el cuerpo de las mujeres para luego deformarlo, retorcerlo y mostrar a todos esos hombres, los ejecutivos y los del público, que su violencia genera monstruos a los que no quieren mirar, pero que están ahí, como muestra el baño de sangre final.

"Espero que la película no se vea como una explotación del cuerpo, de hecho, lo que quería recalcar es que nuestro cuerpo, el de las mujeres, realmente define mucho la forma en que nos ven en la sociedad. El tipo de violencia que podemos tener hacia nosotras mismas refleja en cierto modo la violencia que nos rodea en cada etapa", defendía Fargeat. La película lo da todo al espectador, aunque exagere, aunque para ello tenga que hacerse trampas a sí misma y se divierte mostrando a estas dos mujeres, matándose entre ellas, para venir a decirnos que hay que trabajar la autoestima, que son las mujeres las que, generación tras generación, cometen los mismos errores, que es darle el gusto al patriarcado de modelar sus cuerpos, cueste lo que cueste, para encajar en sus cadenas de televisión, en sus revistas, en la talla 38 y en el especial de Año Nuevo.