Eileen Myles: "Es una locura lo mal que están las cosas en Estados Unidos. Están intentando hacer leyes contra el boicot a Israel"
La poeta y escritora americana presenta en Madrid sus poemas políticos y su libro sobre el underground neoyorquino, 'Chelsea girls'
Eileen Myles, una de las voces más singulares de la poesía y la narrativa contemporánea y, sobre todo, un referente en representación queer. A lo largo de sus poemas y su ficción en primera persona, la escritora se ha adentrado en temas como el género, la sexualidad, el cuerpo, siempre con humor y con una mirada crítica y de clase, donde ha mezclado el activismo político con la literatura.
Eso hizo en Chelsea Girls, una obra publicada en 1994 en Estados Unidos, que ahora acaba de editar en español por primera vez Las Afueras. Una novela autobiográfica que narra los años de juventud de Myles en un escenario underground neoyorquino y que dibuja la construcción de una personalidad libre y diferente. Una libertad que sigue profesando y manifestando en su Instagram, en su poesía y en las entrevistas. Myles se muestra sumamente preocupada por el genocidio en Gaza, y es de las pocas intelectuales norteamericanas que se ha posicionado al respecto. Sus poemas políticos son también una pieza importante en su carrera, esa que ha abordado la representación queer. Le encanta el libro de Alana Portero y el filme de Paul B Preciado, quizá porque sn maneras de contar lo queer con honestidad, nos dice en el Museo Reina Sofía, museo al que ha acudido a leer sus poemas ante la barbarie política y bélica que nos acecha.
¿Por qué cree que el libro, publicado en el 94 y que habla de los setenta, sigue siendo hoy tan actual?
Tiene una cualidad utópica. Fue un espacio y un tiempo, ese de los setenta, que no estaba documentado y una generación conectó con eso. Se había contado desde la ficción, pero esto es una ficción histórica. En cierto modo, el libro es un artefacto, que habla de un tipo de cultura, de manera de entender la forma de vivir y creo que hay algo real y verdadero en él. Muchas mujeres jóvenes y muchas personas queer todavía tienen los mismo problemas. Es cierto que ha habido un progreso, pero también eso depende del privilegio que tengas y este retrato sigue conectando con mucha gente.
¿Ha ayudado el hecho de que sea su vida?
Lo siento ficción, porque es un relato y, aunque esté basado en experiencias reales, tuve la libertad de cambiar cosas. Cuando vivía aquellos años, escribía, guardaba historias, pensaba que había cosas que no se estaban contando. De alguna manera mi vida era precaria y me sentía amenazada y eso era importante escribirlo.
Se ha convertido en un referente para mujeres jóvenes y también para las personas queer, ¿cómo se siente ante eso?
Me siento muy afortunada de eso. Yo admiraba muchas figuras, pero eran demasiados hombres. Creo que al escribir Chelsea Girls estaba creando un nuevo espacio que yo también necesitaba, donde me apetecería entrar, un mundo más seguro, donde estar a salvo. En ese sentido, creo que lo conseguí y eso hace que me sienta muy a gusto.
¿De alguna manera parte del éxito de Chelsea Girls es que ocupó un espacio que nadie había ocupado, el del deseo femenino?
Siempre hemos estado familiarizados con esos relatos de adolescencia y madurez de los hombres. Eso significa que van a ver prostitutas, tienen sexo con ellas, y las describen como gordas, como feas, como pobres. Sin embargo, esa mayoría sexual para las mujeres significa muchas cosas más. Significa experiencias sexuales, significa violencia sexual, y también significa poder escribir sobre ello.
En el libro se habla también de violencia sexual, ¿ha cambiado esta situación que viven las mujeres en estos años?
Es triste. Forma parte de todo, también de las guerras. De hecho, me sorprendió descubrir que la violación no se consideró un crimen de guerra hasta 1949. Entonces ¿qué significaba antes? ¿Una fiesta? ¿Un atropello? ¿Daños colaterales? Es muy común que en las historias se hable de esta violencia, porque siguen pasando, al menos, en Estados Unidos. Y siempre hay algo malo en la chica. Todavía parece una celebración del privilegio masculino y del derecho del hombre a ocupar un espacio. Y ese espacio puede incluir el cuerpo de una mujer.
También vemos un relato de una ciudad, la suya, Nueva York, ¿cómo ha cambiado la ciudad?
Nueva York, como todo, se adapta a lo nuevo, a lo diferente. Creo que la ciudad es un poco peor que Europa, es como si no hubiéramos sabido salvaguardar y conservar algunas cosas. Todo se destruye para construir de nuevo y es básicamente porque un político necesitaba ganar dinero. Pasa en cualquier barrio. En el East River destruyeron un parque junto a mi vecindario para construir otro nuevo encima. Deberíamos acabar con esto. Sin embargo, en esa Nueva York de los setenta la ciudad estaba arruinada, era tan pobre que no se podía pagar nada. Vivíamos una libertad diferente. Me acuerdo de un club muy habitual que se llamaba La Gasolinera, porque era una antigua gasolinera que cerró y alguien la convirtió en un local donde había actuaciones y era realmente increíble pasar la noche. Ahora ha desaparecido, pero no solo ese club es que también han desaparecido todas las gasolineras de la ciudad. Si vas a usar un coche, no hay ningún sitio disponible.
¿En qué momento se dio cuenta de que la prosa en primera persona iba a ser la forma en la que se adentrara en la literatura poniendo su cuerpo delante de todo?
Fue en la universidad, donde escribía poemas y estaba tan cohibida por ello porque pensaba que los poetas eran personas especiales. Mientras que sentía que la prosa era algo más común. Ahí tuve muchas ganas de escribir una novela, no quería ser poeta. Pero he de decir que la escritura de la novela surgió de manera natural. Empecé a escribir historias en la universidad, escribía historias para no tener que escribir poemas y entonces me di cuenta de que cuando intentaba escribir historias, todo sonaba artificial e incómodo. Sin embargo, leía historias en primera persona y me daba la sensación de que ese punto de vista no necesitaba ser auténtico. Podías inventarlo, podías ocuparlo. Además, yo siempre había escrito un diario, desde niña, y eso también me hizo darme cuenta de que podía escribir ficción.
¿Es fácil poner límites a lo que una cuenta de sí misma?
Sí, porque tengo claro qué quiero contar, incluso me pasa con las historias sobre mi familia. Hay historias sobre mis hermanos que creo que no debo contar, porque no son mis historias y hacerlo sería como perpetrar una violación. También me parece que en esto siempre hay algo intuitivo, como que puedes tener una historia y, sin embargo, saber que todavía no la tienes que contar. Es bastante sensorial. En los años sesenta yo leía mucho a Wilhelm Reich, un defensor de la psicología de la liberación que creía que los recuerdos estaban atrapados en los músculos. Yo creo también que la memoria es un músculo y que ciertas cosas, ciertos recuerdos, surgen en momentos determinados. Cuando eso pasa, me lanzo a escribirlo.
En toda su obra hay mucho humor, ¿por qué es importante que aparezca esa cualidad?
Creo que en el colegio yo era torpe, un poco marimacho, distanciada de todo, era como el payaso de la clase, porque había cosas que, aunque no quisiera, hacían gracia a la gente. Creo que el humor es una forma de controlar las cosas. En realidad, no pretendo ser graciosa escribiendo, pero sí cuando escribo siento el placer que surge cuando pienso en ideas o conceptos divertidos. A veces me imagino con quién estoy hablando, con un amigo contando una historia que creo que a esa persona le gustará, pero siempre ha formado parte de mi vocabulario. Cuando me dí cuenta de que mi trabajo podía ser divertido, fue un momento muy liberador para mí.
No sé si comparte esa expresión de que ser lesbiana hoy, de alguna manera, es rebelarse contra el mundo, contra el patriarcado
Creo que es más bien es el mundo el que se rebela contra las lesbianas. Volviendo al tema del humor, creo que puedes poner la palabra lesbiana al lado de casi cualquier otra palabra y la gente se ríe. Si dices “golfista lesbiana”, ya hace risa. Si dices “una agente inmobiliaria lesbiana”, ya es humor. Y la risa muchas veces genera cierta molestia. Creo que subyace en todo esto esa idea de que las lesbianas significan que las mujeres pueden prescindir de los hombres y no depender de una relación con ellos. Es una especie de tabú enorme. Ese es el crimen de la lesbiana. De hecho, en inglés, cuando violan a personas queers, el término que se usa es violación correctiva, que significa que eso arreglará a la persona. Cuando eres joven, los hombres te consideran su propiedad y siempre tienes la sensación de que hay un hombre que puede volverte helero. Fíjate que hay poetas masculinos que han escrito poemas sobre Emily Dickinson, como aclarando su propia historia. Eso es lengua de la violación también.
Ha escrito poemas políticos, que hablan de las elecciones, lo hizo cuando la campaña entre Clinton y Trump, ¿qué poema podría escribirse del momento político hoy?
Muchos. Los estoy escribiendo. He de reconocer que me cuesta mucho entender lo que está pasando. Todos los días siento que es necesario decir Palestina y hablar de lo que está sucediendo. Sabemos que hay personas conectadas a vías intravenosas en los hospitales que fueron quemadas vivas. Eso pasa hoy mismo. Como estadounidense, ahora que estoy en Europa, siento a penas estoy a una hora de Gaza, que estoy en la misma zona horario. Ese poema me lleva a esa famosa cita de Adorno de que no hay poesía después de Auschwitz. Y creo que la gente responde a eso todo el tiempo. La poesía está bien, pero no hay prosa después de Auschwitz. La prosa puede ser una lista de cosas, creo que algunas de las obras de arte más interesantes que se hacen hoy en día son listas como la hermosa película de Steve McQueen sobre Ámsterdam y la memoria histórica. He escrito muchos poemas últimamente sobre esto.
¿Por qué cuesta tanto alzar la voz en favor de un alto al fuego en Gaza en Estados Unidos? ¿Le da miedo las consecuencias que tenga su posición al respecto?
No sé lo que estoy sacrificando personalmente al hablar, pero a otras personas que conozco en el mundo del arte, por ejemplo, sí sé que pueden verse perjudicados. Por ejemplos sus coleccionistas les dicen en Texas que si hablan van a vender todas sus obras, lo que acabará por destruir sus carreras. Mis amigos profesores querían proteger a los estudiantes que se manifestaron hace unos meses, pero se arriesgaban a ser despedidos. Es una locura lo mal que están las cosas en Estados Unidos. Están intentando hacer leyes contra el boicot a Israel. El país se encuentra en una situación muy aterradora. Es cierto que en mi caso, no sé qué significa pagar un precio por hablar, y creo que es necesario hacerlo. He estado en Palestina, he visto lo que pasa.
¿Cree que influye la campaña electoral?
Ocurre que mucha gente implicada en la campaña electoral en favor de Kamala, insiste en centrarlo todo en detener a Trump, y a veces me pregunto, ¿a qué deprecio? ¿Es que por detener a Trump podemos aceptar que se queme viva a la gente? Es una locura y siento que el alto al fuego no va a llegar.
Pepa Blanes
Es jefa de Cultura de la Cadena SER. Licenciada en Periodismo por la UCM y Máster en Análisis Sociocultural...