Las casas
"'Historia de una escalera', de Buero Vallejo, nos cuenta que una casa es la constatación de que la vida sigue. Hoy, la vida no tiene donde seguir"
Las casas
Barcelona
Esta semana, se cumplieron 75 años del estreno teatral de Historia de una escalera, de Buero Vallejo. La obra contaba la historia de una comunidad de vecinos en un edificio. Hoy, las casas no tienen historia, pues expulsan de ellas a las personas que las habitan, que se quedan a conversar en el rellano, que esperan al vecino en el ascensor con la puerta abierta o que, de noche, se besan en el portal. Porque ya nadie, y menos la gente joven, va a vivir toda su vida en la misma casa. Antiguamente, decir vida y decir casa significaba lo mismo. Corrían otros tiempos. Pero primero sucedió con el puesto de trabajo. Un buen día, fue en los años ochenta, no teníamos mucho, sólo éramos pobres con tele a color, nos dijeron que ya podíamos decirle adiós a la idea de conservar un trabajo para toda la vida. Los jefes lo llamaban flexibilidad, pero su nombre era contratos basura. Del mismo modo que en aquella época perdimos, visto y no visto, el trabajo que nos unía a la vida, que hacía de nosotros algo, cerrajeros o periodistas o lo que fuera; que nos proporcionaba un tercer apellido para siempre, y ese apellido era, por ejemplo, el nombre de una fábrica (con estos apellidos industriales, la clase obrera construía su nobleza y su árbol genealógico), hoy, en esta época, nos han arrebatado de manera irrevocable la casa que queríamos habitar, con sus cortinas, y el rincón del tocadiscos (pues vuelven a llevarse), y el color de las lámparas. El derecho a un trabajo y el derecho a una vivienda son solo tinta en la Constitución, frases olvidadas como melodías de Ray Conniff en la lista de éxitos de una revista chuchurría por el sol. Historia de una escalera, de Buero Vallejo, nos cuenta que una casa es la constatación de que la vida sigue. Hoy, la vida no tiene donde seguir.