Sucedió Una NocheLo que el cine nos dejó
Cine y TV

40 años sin François Truffaut

El director de Los cuatrocientos golpes, La Noche Americana, Jules y Jim o La sirena del Mississippi fue una de las figuras clave de la Nouvelle Vague.

La Nouvelle Vague francesa surgió como una actitud crítica. Futuros cineastas, como François Truffaut, Jean-Luc Godard, Claude Chabrol, Alain Resnais, Jacques Rivette o Eric Rohmer que compartían sesiones en los cineclubs o escribían artículos en publicaciones como Cahiers du Cinema, se rebelaban contra el cine francés de la época. “¡Unos burgueses haciendo cine burgués para espectadores burgueses!”, escribía el propio François Truffaut en uno de sus artículos. Los cachorros de la nueva ola pedían menos formalismo y una perspectiva más humana y cotidiana a la hora de enfocar las historias. Frente al viejo cine galo atado a los estudios y a las normas impuestas, ellos reclamaban un cine autor en el que el director pudiera crear libremente y fuera el responsable de todo lo que apareciese en pantalla.

La puesta de largo de la Nouvelle Vague tuvo lugar en el festival de Cannes de 1959. Truffaut ganaba el premio al mejor director con su primera película, Los cuatrocientos golpes. Fuera de concurso se proyectaba con gran éxito Hiroshima mon amour de Alain Resnais. Un año antes, Claude Chabrol había rodado su primera película, El bello Sergio y en los meses siguientes Rohmer, Godard o Rivette también rodarían sus primeros largos. Los cuatrocientos golpes contaba la historia de un chaval indomable y soñador. La película tuvo un gran éxito en todo el mundo y Truffaut, hasta entonces crítico cinematográfico, se convertía con ella en la nueva estrella del cine francés. “Era la primera vez que un niño era representado en un estilo documental y retratado con mayor seriedad que los adultos que había a su alrededor. La primera vez que un niño era el centro en torno al cual giraba toda la historia y en la que la atmósfera adulta que le rodeaba era lo frívolo”, explicaba Truffaut sobre el film.

La película tenía mucho de autobiográfica. Como Antoine Doinel, el niño protagonista, Truffaut nunca conoció a su verdadero padre y fue criado por su abuela. Era un chico conflictivo que odiaba el colegio. Hacía novillos para ir al cine, ya que era lo único que le interesaba. En 1947 fundó un cine club de barrio y, como ocurría en la película, para pagar las facturas cometió un pequeño robo en la oficina de su padre adoptivo. Aquello hizo que fuera internado en un reformatorio. Antoine Doinel era sin duda el alter ego del propio Truffaut y en películas siguientes el director nos iría contando su vida. Como su personaje, Truffaut se enroló en el ejército, pero acabó desertando y le enviaron una temporada a un psiquiátrico. Siempre interpretado por su actor fetiche, Jean-Pierre Léaud, Truffaut nos contó como el niño de Los cuatrocientos golpes iba madurando, con detalles que a menudo eran retazos de su propia vida, en películas como El amor a los 20 años, Besos robados, Domicilio conyugal y El amor en fuga, con la que en 1979 puso fin a la serie sobre el personaje. “Se ha terminado porque hay algo en su personalidad que se niega a crecer. Otros directores deberían retomarlo porque yo soy ya como un padre tonto que sigue tratando como a un niño a su hijo de 23 años”, explicaba el director.

Truffaut, como Chabrol, pronto abandonó en parte los postulados de la Nouvelle Vague derivando hacia un cine que seguía siendo de autor, pero más del gusto de los grandes públicos. El director lo tenía claro. “Habla de lo que te interesa, pero asegúrate de que les interesa a otros también”, sentenciaba. Rodó películas de tono romántico como El amante del amor, pero también historias policíacas, como La sirena del Mississippi o Tirad sobre el pianista. Sátiras costumbristas como Las dos inglesas y el continente o Jules y Jim, incluso películas de géneros de los que se sentía bastante alejado, como el relato de fantasmas de La habitación verde o la ciencia-ficción de Fahrenheit 451. Entre sus temas preferidos está la preocupación por la infancia, una preocupación que muestra en películas como La piel dura o El pequeño salvaje.

También estaba fascinado por las mujeres y su mundo. Truffaut tuvo numerosas amantes, algunas actrices, como Catherine Deneuve, Jaqueline Bisset o Fanny Ardant. Y tanto como a ellas amaba también la cultura y los libros. Y por encima de todas las cosas el cine, al que homenajeó en su película La noche americana por la que ganó el Oscar al mejor film de habla no inglesa. En ella François Truffaut mezcló el cine y la vida sin que a menudo hubiera una línea clara que separara una de la otra. El cine le servía de refugio y la vida le servía para alimentar los argumentos de sus películas. “Es verdad que solo vivo para el cine, incluso de manera algo enfermiza. A veces he tenido la tentación de cambiar porque esa dedicación absoluta al cine me ha impedido hacer otras cosas. No sé nadar ni esquiar. No se bailar, no hablo otro idioma… Tengo la impresión de que todo en mi vida gira en torno al cine y no hay espacio para otra cosa. A veces sufro un poco por ello, pero creo que es mi destino”, decía. En algunas etapas de su vida veía hasta 20 películas a la semana y llevaba un diario de sus visitas al cine. Steven Spielberg, que le tuvo como actor en Encuentros en la tercera fase, decía de él: “Ama las películas más que nadie que yo haya conocido. Puedes coger a todos los que trabajamos en Hollywood y ponernos juntos en una habitación y él nos liquidaría. Sabe más sobre cine de lo que cualquiera de nosotros sabrá jamás”.

Sin duda era un erudito del séptimo arte, autor de varios libros indispensables para cualquier cinéfilo como “Las películas de mi vida” en el que recopilaba sus artículos sobre cine y sobre todo el libro entrevista que hizo sobre Alfred Hitchcock, uno de los directores a quienes más admiraba. “Fui a Hollywood con una intérprete. Íbamos a los estudios Universal a las nueve de la mañana, poníamos el micrófono y hablábamos de cine todo el día”, contaba. También hizo de actor en varias de sus películas como La habitación verde, La noche americana o El pequeño salvaje y, como decíamos antes, dio vida al científico que dirige la operación de contacto extraterrestre en Encuentros en la tercera fase de Steven Spielberg. “Truffaut es maravilloso. Es increíble porque es tan sencillo como sus películas”, decía el director norteamericano. “Pensé que iba a conocer a un hombre muy complicado que había hecho esas grandes películas sobre el ser humano y en cambio es como los personajes de sus películas. Yo le hablaba como al hombre que hizo Jules y Jim. Y no es eso, él es Jules.

A lo largo de su vida François Truffaut dirigió 24 películas. Una de las cosas que más le preocupaba era no saber retirarse a tiempo cuando le llegara el momento. “Este no es un trabajo que se abandone fácilmente. Los cineastas tienden a verse a sí mismos como esenciales y no se jubilan, aunque deberían aprender a hacerlo”, explicaba. “Yo no sé si tendré la sabiduría de dejarlo cuando crea que ya no tengo la vitalidad necesaria para hacer buen cine, como sería lógico, porque resulta triste ver el final desangelado de las carreras de algunos grandes directores como ocurre a menudo en Hollywood”. No tuvo ocasión de saberlo porque el director murió prematuramente de un tumor cerebral con tan solo 52 años, el 21 de octubre de 1984. El hombre que amó la vida llegó al final de la larga carrera que había iniciado Antoine Doinel y que terminaba en el mar. Y como aquella mirada congelada con la que acababa Los cuatrocientos golpes, cada película suya es, todavía hoy en día, una pregunta abierta que lanza al espectador.

 
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