Los límites a la crispación

Barcelona

Gran duelo. Feijóo contra Ayuso. “Si un presidente autonómico no acude al palacio de la Moncloa, creo que comete un error”. Esta es la posición del presidente del PP. La fijó en una entrevista a El Mundo, el 8 de septiembre. Y la presidenta madrileña se ha negado a acudir hoy a la convocatoria del presidente Sánchez, al modo en que algunos líderes separatistas se ufanaban de ausentarse en los actos del Rey. O sea que el “lío” –como diría el gran Mariano– el lío interno en el primer partido de la oposición es considerable. Pero ya arreglarán entre ellos esta comedia de enredo. O no, o quizás.

La lección que puede extraerse de este error es otra. ¿Dónde situamos los límites a la crispación? Que haya polarización política es normal, dentro de un orden. Que el debate entre partidos sea duro, agresivo y hasta impertinente ya nos incomoda más, pero a veces ayuda a marcar las diferencias. Que llegue al insulto resulta intolerable desde la óptica defensora de que la gente civilizada debe dar ejemplo. Pero cada uno sabe quién empezó y quién intentó deslegitimar, y todos sabemos que nunca hay una irresponsabilidad exactamente igual.

Pero todo eso pertenece al reino de la retórica. Lo peor es cuando este contamina el reino de los hechos. No acudir a una convocatoria es una ausencia de acto. Es decir, un acto que debía ser de encuentro, de diálogo y si cabe, de negociación. Y resulta que este triángulo, repito, encuentro-diálogo-negociación es la esencia del método democrático. Solo el autoritarismo florece con su tripleta inversa: desencuentro-monólogo-enfrentamiento. Ese es el límite clave a la crispación.