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Natalia Litvinova: "Lorca es un faro para los españoles y pura música para mí, entré en su universo sin saber español"

La escritora bielorrusa nos presenta 'Luciérnaga', premio Lumen de Novela 2024. La historia de una infancia marcada por el desastre de Chernóbil y la resistencia de las mujeres, con el telón de fondo de la guerra, la disolución de la URSS y la emigración

Natalia Litvinova: "Lorca es un faro para los españoles y pura música para mí, entré en su universo sin saber español"

Son varias las novelas que coinciden este otoño en recordar una infancia con la caída del comunismo como telón de fondo. Lo hace Gabriela Wiener en Atusparia (Random House), Corina Oproae, premio Tusquets Editores de Novela 2024 por La casa limón, y también la premio Lumen de Novela, Natalia Litvinova, en Luciérnaga. Litvinova nació en Bielorrusia en 1986 y una década después se trasladó a Buenos Aires, donde reside actualmente. Es escritora, traductora y editora, tiene varios poemarios publicados, expresando siempre su experiencia vital a través de la literatura: la infancia, el desarraigo o la migración. Luciérnaga es su obra más personal, basta con observar a su madre en la cubierta del libro.

Cubierta de 'Luciérnaga', de Natalia Litvinova

Cubierta de 'Luciérnaga', de Natalia Litvinova / Lumen

La novela, dividida en tres partes, juega con la poesía y con el realismo mágico. Entre los muchos autores a los que cita Litvinova, Federico García Lorca. Nos cuenta la escritora que cuando todavía no sabía hablar español, cuando las palabras más extensas le intimidaban por no poder pronunciarlas bien, la palabra Lorca en la tapa de un libro le llamó la atención. ¿Qué es Lorca?, se preguntó. "Me acerqué, abrí el libro, empecé a leer los poemas en voz alta y tenía una cadencia tan preciosa que dije esto es pura música, esto sí soy capaz de entenderlo, este universo. Lorca para mí es un maestro, es un faro tanto para los españoles, como para el resto de los poetas, lo amamos".

"A las personas que fueron evacuadas debido a la explosión en la central nuclear de Chernóbil las llamaban luciérnagas. No mucho tiempo después comenzaron a utilizar esa palabra para referirse también a quienes vivían en los lugares cercanos, afectados por la radiación esparcida por los vientos y las lluvias".

La radiación es silenciosa y se va acumulando en el cuerpo, escribes, ¿cómo ha condicionado el miedo a la radiación en tu desarrollo, en tu libertad, en tu crianza?

Natalia: Es muy interesante, porque para mí era la normalidad, es lo que conocía. No podía comparar mi vida con otras vidas. No sabía qué pasaba en el resto del mundo. De hecho, cuando era chica llegué a pensar que la radiación estaba en todas partes del mundo. Pensaba que también había llegado a Estados Unidos. No sabía mucho de Estados Unidos, pero creía eso. Para mí era natural pensar que estas lluvias, esos vientos, habían llevado la radiación también a otros países. Entonces me imaginaba que otros chicos también seguramente les ocurría esto de que cuando llovía, el cielo se ponía rojo, que las madres corrían y abrazaban a sus hijos y los llevaban bajo un techito, ¿no? A mí eso me parecía normal cuando era chica. Lo que sí me faltaba era una explicación. Bueno, sí, corren todas como locas. Pero contadme un poquito por qué. La radiación empezó a ser parte de la naturaleza en la que me crie y se transformó en un miedo cotidiano. Hasta que nos fuimos de Bielorrusia, llegamos a la Argentina y conocí otra libertad, conocí la democracia. Entendí que había vivido en un país muy cerrado, donde todo se custodiaba, la información también se custodiaba y se presentaba de maneras muy determinadas. Claro, también me encontré con un país que no era radiactivo y que nadie entendía la radiación y que no era una preocupación. Y ahí lo que surgió fue esto: ¿quién soy? Soy una niña radiactiva o no. Ya no sabía quién era.

Luciérnaga es como un diario. "La memoria acumula los recuerdos, pero los tergiversa y empaña. Ella tiene sus propias reglas y yo tengo la escritura". "Escribir es como bucear. El peso de mi historia me hunde. Conocer el fondo y no olvidarse de él es volar después". Para la escritora el límite entre la ficción y la realidad es muy borroso. A partir de conversaciones con su madre, de sus relatos, empezó a reconstruir su infancia, entre ficción y autoficcion, "porque las cosas que me contaba mi madre yo las iba elevando, agrandando, buscando la parte más mítica de sus relatos y mis propios recuerdos", dice.

La novela está llena de diálogos. Argentina tuvo una dictadura, también España. "Estoy casi segura de que la vida de mis bisabuelas, la de mis abuelas, la de mi madre y la mía, están relacionadas no solo porque seamos familia, sino también por las catástrofes a las que sobrevivimos". "Hablar de la Unión Soviética es meterse en un terreno pantanoso". ¿Ha sido difícil construir esos diálogos, romper esos silencios? Lo mismo que ha pasado en España.

Natalia: Si un lector se acerca al libro y ve la palabra Bielorrusia, igual dice que esto me queda lejos. Yo les animaría a leer porque hay muchas cosas que nos conectan. Lamentablemente en las tragedias nos parecemos todos los pueblos. Esta frase de Tolstoi: pinta tu aldea y pintarás el mundo. Bueno, todo lo que ha pasado en nuestras aldeas no es tan diferente. Mis abuelas no hablaban. No recibieron amor. Son personas que no recibieron ternura, no recibieron amor, fueron violentadas y no pudieron tampoco criar a sus hijas con amor. Porque además tuvieron que ocuparse de los hogares donde empezaban a faltar hombres, igual que en España, estos hombres que tienen que ir a la guerra, solucionar cosas que vuelven traumados, lastimados y las mujeres tienen que llevar una familia, una nación entera. Esto no ha sido tan reconocido por parte del Estado, esas mujeres, esas niñas y niños que quedaron solos. Hay muchas similitudes con la historia española. Mi madre no quería soltar ni una sola palabra y creo que la novela cambió mucho a mi madre. Mi madre tiene 73 años, es una persona muy lastimada por todo lo que le ocurrió a ella y a su familia. Yo veía su cuerpo como cerrado, también se nota en el cuerpo cuando no hablamos. Cuando mi madre, a pesar de sus dolores y dificultades, empezó a contarme las cosas, su cuerpo había cambiado, caminaba de otra manera, sonreía de otra manera, se sentía más querida, más entendida. Mi madre siempre me decía: ¿para qué te voy a contar esto si a nadie le interesa? Con estos libros y con estas charlas que estamos teniendo, tenemos que cambiar esta idea de no importa, sí que importa. Muchas mujeres todavía creen que sus historias, porque no fueron escuchadas y fueron silenciadas, no interesan. Y eso se nota en sus cuerpos, en los sueños que han abandonado, los deseos que dejaron pasar. Entonces sí, me costó mucho hablar con mi madre y me llevó años. Es mentira esta frase que circula en España y también en Argentina: para qué hablar de estas cosas si ya pasaron hace tanto. Es el momento de recuperar y de hablar de otra manera, de escucharnos de otra manera, con mucho cuidado y ternura y empezar a llenar esos huecos. No por llenarlos, sino por revisitarlos. Me costó diez años escribir esto.

¿La decisión de mudarse a Argentina fue realmente tomada por un espíritu o eso es fantasía? ¿Cómo fue esa mudanza, esa migración?

Natalia: Es una realidad. Según mi madre, yo no presencié ese juego. En el libro se encontrarán con un capítulo que casi dejo afuera, porque la realidad supera a la ficción. Estamos hablando de la década del 90, un país muy cerrado, mercado interno, ninguna conexión con el afuera. Nosotros no sabíamos nada de Latinoamérica. Me da un poco de vergüenza decirlo, pero bueno, no había internet, no había celulares. También estamos hablando de un país muy, muy peculiar de la Unión Soviética. No sabía que existía Argentina, tampoco había llegado a estudiar la geografía en profundidad. Mi padre participó en un juego parecido a la ouija, ellas lo llamaban el juego del plato de porcelana. Mi madre, desconfiada, le preguntó a dónde nos tenemos que mudar, a dónde nos tenemos que ir. Y salió esa palabra, Argentina. Mi madre tuvo que ir a una biblioteca, coger un libro y darse cuenta de que Argentina existe. Después fue a la embajada argentina en Moscú, todo eso es verdad. ¿Y cómo fue migrar a Argentina? Un choque total, no estábamos preparados para nada. Sabíamos cuatro o cinco palabras cada uno, mi papá, tal vez dos, porque le costaba muchísimo el idioma. Estamos hablando de otra época y mis padres eran mayores, tenían 40 y pico de años. O sea, para una persona adulta aprender un idioma nuevo es mucho más difícil que para un niño, que es como una esponja y absorbe todo. Entonces, claro, el calor, las palmeras que yo nunca en mi vida había visto, las cotorras, la gente en la calle hablando, tomando una cerveza hasta altas horas de la noche. Si esto es el caos, me trajeron al caos total. Y claro, mis padres pensaban lo mismo. Ahora todo es mucho más abierto, hay mucha más migración y se conocen más estas cosas y la gente está mucho más preparada con vídeos en Youtube. Nosotros no tuvimos eso y llegamos con la idea de un país y era otro.