Hablemos del tren
El deterioro del tren en España es un síntoma más de desprotección, de abandono de lo público
Ignacio Peyró: "Hablemos del tren"
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Madrid
Hablemos del tren. En el siglo XIX, la opinión más extendida afirmaba que España nunca lo tendría. Era un país muy ancho -decían los viajeros del norte-, que solo sabía alternar entre mesetas sin fin y unos barrancos más practicables para las cabras que para los ingenieros. En nada parecido al jardín de Centroeuropa.
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El problema no era solo de geografía, arguían, sino de mentalidad. Un romántico como Richard Ford, por ejemplo, creía que los españoles en ningún caso iban a dejar que "la locomotora luterana" les despertara de la siesta con su ruido. Y quizá mejor así: si finalmente el tren llegaba, algo de la España eterna se disiparía. Y aunque el tren al fin llegó, tampoco iba a darse mucha prisa: la viajera Kate Field escribe en 1875 que en España tampoco hay tanta diferencia entre subirse a un tren o a lomos de un caracol.
Conscientes de un déficit histórico, los españoles nos pusimos a tender vías de AVE como locos. Llegaron a ser -y son- un orgullo y una de las grandes redes del mundo. Así, además de poner en marcha trenes, vencimos a nuestros demonios de siglos.
Hoy, sin embargo, el tren es menos orgullo que problema. Cercanías como mal crónico. Una web de Renfe de la que lo mejor que se puede decir es que alguna vez funciona. Impuntualidades, precios, accidentes. El deterioro del tren en España es un síntoma más de desprotección, de abandono de lo público. ¿Cómo afrontarlo? Bueno: quizá un primer paso sea poner en Fomento al más serio del Consejo de Ministros y no siempre al más chulo.