Opinión

Marx en Silicon Valley

Hoy los caballeros del silicio ya no quieren simplemente influir, sino mandar sin restricciones para evitar la regulación de sus negocios y pagar menos impuestos

Donald Trump en un evento en el campus de Georgia Tech en Atlanta, Georgia (EEUU) / ERIK S. LESSER (EFE)

Madrid

Uno de los grandes triunfos que ya ha obtenido Donald Trump y que hace más verosímil la posibilidad su victoria en las inminentes elecciones presidenciales de Estados Unidos es el haberse ganado un importante apoyo entre los magnates de Silicon Valley. Ya no es solo el excéntrico y temible Elon Musk o su compañero de aventuras empresariales Peter Thiel -ambos coincidieron en Paypal-, sino muchas otras figuras de gran peso en el Valle como Marc Andreessen y Ben Horowitz (creadores del primer navegador web), David Sacks (Craft Ventures) o Doug Leone (Sequoia). Todos responden al perfil de gente que se han hecho multimillonarios con sus inversiones en las primeras etapas de los grandes campeones digitales como Facebook, Palantir, Uber, Airbnb, Linkedin, Twitter o Pinterest.

Aunque el Partido Demócrata sigue teniendo un fuerte apoyo en Silicon Valley, la situación actual representa un notable cambio respecto a las dos campañas electorales anteriores. Cuando en 2016 Trump ganó para sorpresa de todos, apenas había tenido ningún respaldo en el mundo de la tecnología. Pero lo que está pasando ahora simboliza una transformación más profunda. En el libro de Anna Wiener “Valle inquietante”, que hace una ácida descripción de la deriva que ha tomado la otrora admirada cultura emprendedora californiana, un directivo de una de las startups de éxito afirma: “En la Casa Blanca no hay adultos. Ahora el gobierno somos nosotros”. Los chicos del garaje han conquistado el mundo y hoy quieren todo el poder.

La fascinación por la revolución tecnológica que se inició en Silicon Valley hace más de tres décadas no debería impedirnos ver el peligro que representan esas grandes plataformas digitales. Al contrario de lo que se decía en tiempos de la crisis financiera europea -cuando se consideraba que algunos bancos eran demasiado grandes para dejarlos caer-, hoy está claro que los grandes oligopolios digitales son demasiado poderosos y tóxicos para no ser fragmentados o limitados.

Por eso en el sector tecnológico americano se dan cuenta de que su aliado natural es Donald Trump, porque él sí que entiende que nadie debe poner freno a la expansión de los imperios digitales estadounidenses, sobre todo ahora que el negocio de las criptomonedas va como un tiro, la inteligencia artificial ya es una realidad y la conquista del espacio ha abandonado las páginas de la ciencia ficción.

Pero no se trata tan solo de un posicionamiento fruto del análisis racional sobre las perspectivas de crecimiento de las empresas en las que invierten, sino que el enriquecimiento exponencial de la élite tecnológica ha transmutado su antiguo carácter de rebeldes inconformistas en profundas convicciones ultraliberales. Peter Thiel ha llegado a decir que la libertad es incompatible con la democracia y que la competencia es para perdedores. Pero, ante todo, quieren una reducción de impuestos sobre sus astronómicos beneficios, ahora que están a punto de caducar las exenciones fiscales que Trump aprobó en su anterior mandato. Sigue estando vigente aquello que decían los viejos teóricos marxistas de que la ideología de las personas viene determinada por su lugar en el sistema de producción.

A finales del siglo XIX, los grandes magnates del acero se reunían de vez en cuando en el imponente Club Duchesne, en Pittsburgh, que era entonces para la siderurgia lo que fue después Detroit para el automóvil o es hoy San Francisco para la tecnología digital. La leyenda cuenta que, entre güisqui y güisqui, aquellos plutócratas producían más dinero con sus acuerdos sobre el precio del acero que los siete altos hornos de la ciudad. Hoy los caballeros del silicio ya no quieren simplemente influir, sino mandar sin restricciones como aquellos antecesores, despiadados y filántropos, que construyeron el primer imperio industrial americano. Estaban convencidos de que ya gobernaban el mundo. Para que no haya dudas, ahora quieren hacerlo físicamente desde la Casa Blanca.

José Carlos Arnal Losilla

Periodista y escritor. Autor de “Ciudad abierta,...