El dolor nos vence así

Vivir es entretenido, pero comentarlo suele serlo aún más. Un viaje se revive al evocar sus anécdotas. Un libro parece reactivar su placer cuando se lo recomendamos a otro. Y hasta una boda perdería algo de sentido si no hubiera, para glosarla, una postboda. Podemos incluso pensar que un amor o una amistad no son sino un intercambio de pareceres nunca interrumpido.

La vida, en definitiva, nos hace hablar, en tanto que la muerte, sin embargo, nos recoge, nos ensimisma, nos abisma. En la hora del dolor ya no podemos compartir, solo podemos contemplar.

Tenemos el deber, sin duda, de explicarnos a nosotros mismos qué ha sucedido en Valencia. Pero no hay un solo recurso en la elocuencia que pueda añadir nada sobre las torrenteras abiertas, la tierra rota por las aguas, tanta furia de la geología. Tanta muerte. El dolor nos vence así: arrebatándonos la utilidad y el consuelo de la palabra. Porque todos sabemos que a veces, como estos días en Valencia y en la Mancha, simplemente no hay consuelo.

Tendremos tiempo para la política, sin duda, y también lo habrá para el partidismo. Ahora es aún tiempo de velar a los muertos. De acogerse a ese punto de luz que nos sostiene como especie desde el principio de los tiempos: que la humanidad del que acompaña hará un poco más tolerable la soledad del que sufre.