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Concha Méndez, la poeta del 27 que quiso ser capitán de barco

Una biografía gráfica de la vida de la poeta Concha Méndez, 'Vanguardia es una mujer' de Clara de Frutos (Norma Editorial), nos ha puesto en la pista de una vida apasionante y única de una mujer que rompió barreras desde su niñez a principios del siglo XX

El viaje de ida | Concha Méndez, la vanguardia del 27 que siempre quiso ser

Concha Méndez fue hija de una familia burguesa madrileña y numerosa . De niña la marcó una escena que vivió en el salón de casa cuando un señor, amigo de su padre, le preguntaba a sus hermanos varones qué querían ser de mayores y ella, al escucharlo, contesta la primera y dice "yo quiero ser capitán de barco", a lo que el invitado le responde de mala manera que callara porque "las niñas no son nada". En sus 'Memorias habladas, memorias armadas' que escribió su nieta Paloma Ulacia Altolaguirre (Renacimiento) cuenta que siempre odió a aquel hombre, pero lejos de arredrarse, se lo tomó muy en serio y decidió que iba a cambiar el sentido de su vida. Sería lo que soñaba cuando veía los mapas escolares, una mujer creadora y viajera que eliminaba fronteras.

Su adolescencia y juventud transcurría en un Madrid que pasaba de lo goyesco a la modernidad, en el que se inauguraba el metro y se diseñaba la gran avenida central, la Gran Vía. Crecía a la vez que se desarrollaba el cine, la radio, la electricidad, la aviación, los tranvías y los grandes cafés. Su tiempo libre se movía entre la gimnasia y la natación. Y los veranos, como buena hija de familia burguesa, Concha Méndez viajaba a San Sebastián, a la playa de la Concha, a las aguas del cantábrico que la convirtieron en campeona de natación de las entonces conocidas como Vascongadas. Y en ese escenario, que ha cambiado muy poco, un año los Méndez entablan amistad con una familia aragonesa, los Buñuel. Y los hijos se enamoran. Luis Buñuel y Concha Méndez son novios en los veranos donostiarras y en los inviernos madrileños durante nada más y nada menos que seis años.

La pareja solo se veía a solas. El cineasta aragonés, nos cuentan Paloma Ulacia Altolaguirre y Clara de Frutos, "nunca la presentó a sus amigos de la Residencia de Estudiantes", les hablaba de Lorca, Dalí o Alberti, pero ni ellos supieron que salía con ella ni ella pudo compartir sus conversaciones. Los miembros de la generación del 27 eran muy modernos, pero hombres de su época. Y esto es así hasta que Luis Buñuel marcha a París en 1926 y se rompe la pareja. Es en ese preciso momento cuando la gran Concha, que no se cortaba un pelo, llamó a la Residencia porque quería conocer a esas personas tan cultas e interesantes de las que le hablaba Buñuel ¿Y quién le cogió el teléfono? Federico García Lorca, al que le dijo, según cuentan en sus memorias, "hola Federico, soy la novia secreta de Luis Buñuel y os quiero conocer". Y Lorca, que según Clara de Frutos, hacía las funciones en la época de lo que hoy se conoce como un aliado feminista, le dijo "mañana mismo quedamos, te invito al recital de poesía que hago en el Palacio de Cristal del Retiro, allí estaremos todos".

Y en ese invernadero del Retiro hecho de hierro y cristal, que parece sacado de un cuento de hadas, nuestra Concha Méndez (porque a estas alturas ya forma parte de nosotros) se hace poeta en una noche. Sí, sí, tal cual, así salió del Palacio de Cristal, con nuevos amigos como Federico García Lorca, Rafael Alberti, Luis Cernuda o Maruja Mallo, y con versos que irían conformando su primer poemario, "Inquietudes". De hecho, al día siguiente cuenta que quedó con Rafael Alberti y le enseñó unos poemas, y el gaditano se quedó asombrado y le preguntó "pero chica, ¿tú desde cuando escribes?" y ella le respondió espontáneamente "desde anoche". Alberti le asesoró sobre técnicas poéticas y fue su gran mentor. A la vez crece su amistad con la gran pintora surrealista del 27 Maruja Mallo, con la que viaja y recorre todos los barrios madrileños sin sombrero, lo que para el resto de la población era como una provocación, una performance. De ahí surge la generación de las "sin sombrero" que es como se conoce el lado femenino del 27, a las que podemos sumar otros grandes nombres como Marga Gil-Roesset, Josefina De la Torre, María Teresa León, Ernestina de Champourcín, Rosa Chacel o María Zambrano entre otras. Todas seguían el lema de vida de Concha de "vida y vivir por encima de todo". Pero con la que más se entendió Concha fue con Maruja. Maruja pintaba y retrataba a Concha y veía en ella la mujer moderna, deportista, fuerte y capaz de tirar para adelante con todo. Concha reflejaba en ella la compañera de viaje perfecta, el surrealismo, la aliada entre tanto hombre. Son las dos almas femeninas del 27.

Concha Méndez quería vivir por encima de todo, pero tenía todavía una atadura, la familiar. Su familia burguesa que la tenía siempre muy vigilada, la que le quitó de sus estudios a los 14 años, la que la quiso educar como una señorita de bien, la que le castigó por ir de incógnito a la universidad, la que no le permitía leer libros o periódicos. Ella fue saltando todos los obstáculos, pero hubo un momento en el que necesitó tomar distancia y se hizo una especie de 'autoexilio'. Decidió huir, escapar durante un tiempo de su familia. Primero se fue a Londres donde buscó la independencia a través de un curso de cocina (las niñas burguesas no cocinaban y la libertad pasaba por hacerse su propia comida), luego se embarca en un mercante destino Argentina para disgusto de su familia. Cuenta Concha que su madre cuando se enteró de su huida destrozó a navajazos un retrato de ella que le había regalado Maruja Mallo. Ahí lo dejo.

Y con este contexto familiar entenderán que la libertad plena la alcanzara en Argentina. En Buenos Aires encuentra un trabajo en la embajada y conoce a la que sería otra de sus grandes amigas, la traductora, escritora y periodista Consuelo Berges. Con ella recorrió todo el país, cruzó el Río de la Plata y pasó por Uruguay. Y en aquellos años en los que arrasaba Carlos Gardel con sus tangos, Concha Méndez publica su tercer poemario, 'Canciones de mar y tierra'. Y cuando estaba en plena plenitud platense y pampera, en España se proclama la II República y ella, que quería vivir ese momento, vuelve.

Al regreso queda de nuevo con sus amigos y amigas una noche y, en el que fuese mítico café madrileño Granja El Henar, otra vez el aliado Federico García Lorca le presenta a alguien clave en su vida, al poeta y editor malagueño Manuel Altolaguirre. Aquí no solo hubo entendimiento poético, surgió la chispa, se enamoraron y se casaron un año después. Ya juntos deciden comprar una imprenta y montar una editorial y una revista ('Héroe') en el Hotel Aragón donde se hospedaban. Lo de 'Héroe' fue idea de Juan Ramón Jiménez, que le dijo, recuerda ella, "que el nombre ideal era ese porque editar en español suponía una auténtica heroicidad". Del hotel se trasladaron a Chamberí donde alquilaron un piso en el número 71 de la Calle Viriato. Meses después, Luis Cernuda se alquilaría un cuarto en el mismo edificio y hace casi vida familiar con el matrimonio. Pero la grandeza de ese lugar para la historia de las letras españolas es que la casa de los Altolaguirre Méndez se convierte en lugar de reunión y fiesta de la generación con Lorca como gran animador. Allí iban todos y les daban las dos y las tres de la madrugada. Concha cuenta que su marido se iba a la cama, pero ella aguantaba el tirón hasta el final. Los que peor lo llevaban, los vecinos.

Las juergas de Viriato acabaron con el estallido de la guerra civil. Concha Méndez se posicionó con el bando republicano, pero pronto se marchó para poner a salvo a su hija de corta edad. Manuel Altolaguirre aguantó un poco más, pero decidió marchar cuando un obús cayó sobre el edificio de Viriato. Se reúne con Concha en Cuba, donde malvivieron un tiempo vendiendo libros puerta a puerta. En La Habana fundaron la gran revista del exilio, 'La Verónica'. En 1942 marchan a México, se instalan en Cayoacán, pero pronto el matrimonio se rompe. En el barrio vivió momentos muy duros de soledad, incluso pasó por momentos de depresión, nos cuenta su nieta Paloma Ulacia Altolaguirre. Pero siempre tuvo el calor de su familia y de Luis Cernuda que, tras su exilio inglés y estadounidense, termina instalándose en casa de Concha Méndez, en la que vivió 11 años. No es que cubriera la falta de Altolaguirre, tampoco lo pretendió, pero fue uno más de la familia.

Sus dos grandes penas fueron dejar a su familia en España, a sus hermanos. A pesar de las tensiones que tuvieron de juventud, no dejaban de ser los suyos y los echaba de menos. La segunda, la muerte en accidente de Manuel Altolaguirre en España. Ya no era su marido, pero fue el gran amor de su vida y el padre de su hija. Pasados los años, su nieta universitaria, Paloma Ulacia Altolaguirre, tenía que hacer una tesis para su carrera universitaria y le propuso a su abuela Concha Méndez grabar sus memorias. Ella, a pesar de la edad, 83 años, aceptó, y con ayuda de un amigo que tenía una grabadora gigante, durante un año, contó toda su vida, lo que quiso relatar de forma muy informal. Y son esas grabaciones las que con el tiempo se convierten en libro y han hecho posible que hoy hablemos de las mujeres de la generación del 27, las Sin Sombrero, y de la gran Concha Méndez que es la que más sabía de todas por su capacidad de crear grupos y generar buen rollo, una expresión que en su época no se utilizaba, pero que seguro que le encantaría.

Pepe Rubio

Redactor guionista de Hoy por Hoy. Llevo a antena...